Por Fernando Muñoz CastilloI
Todos o casi todos, cuando fuimos niños, oímos o leímos al menos un cuento de los Hermanos Grimm, ya que son los cuentos infantiles más difundidos por la cultura occidental, y no olvidemos que en la Edad de Oro, José Martí realizó la paráfrasis de varios de ellos.
La historia de cómo estos cuentos se han hecho tan populares y tan exitosos, es una historia maravillosa, de paciencia, acuciosidad y compromiso cultural.
De esto último, no cabe ninguna duda que ellos estaban conscientes y por eso se lanzaron durante años de su vida a recopilar y a ordenar los cuentos tradicionales populares que se difundían en la llamada Selva Negra en Alemania.
Actualmente, se realiza un tour por la Selva Negra de los Hermanos Grimm, donde podemos recorrer los lugares donde estuvieron y trabajaron. Tuve la fortuna de hacer este recorrido acompañado por un maravilloso mascarero y muñequero peruano-alemán, Edmundo Torres Tresguerras, y un excelente investigador teatral, editor y funcionario cultural alemán, bávaro, en eso se parecen a nosotros los yucatecos, que cuando nos preguntan de dónde somos, respondemos: ¡Yucatán!, ellos dicen: ¡Bavaria!, el nombre de éste, en ese tiempo muy joven, es Max Meir.
El recorrido fue ameno y fantástico, para mí, inolvidable, ya que desde mi adolescencia deseaba conocer la Selva Negra de los Hermanos Grimm.
Actualmente, tenemos la fortuna de varios estudios sobre el cuento tradicional, realizado por rusos, franceses, alemanes, italianos y españoles, estudios y análisis profundos que son básicos para quien trabaje cuento infantil, se dedique a la pedagogía o bien sea un estudioso de la literatura popular.
Sabemos por la propia literatura que no todo era aprobado para leer antes de la adolescencia, y desaprobado leer aún después de la adolescencia.
“Durante siglos se dio por sentado que durante el periodo de formación había lecturas adecuadas e inadecuadas. Ciertos libros resultaban indiscutiblemente convenientes y a la vez servían de filtro para eliminar a estudiantes insalvables. En El rojo y el negro, de Stendhal, la marquesa de La Mole no permitía que su hija leyera las novelas de Walter Scott, que a muchos adolescentes de hoy les parecerían cursiladas. No hace tantos años, los libros de Enid Blyton resultaban poco edificantes para los especialistas.
Con la democratización de la enseñanza, grandes masas de estudiantes accedieron a las aulas y se produjo la revolución educativa: ahora ya no se trata de seleccionar a través del éxito, sino de evitar el fracaso. Automáticamente, el discurso en torno a la selección de lecturas apropiadas se ha visto sustituido por un nuevo imperativo: que lean, aunque sea bueno.
La suposición de que toda lectura resulta positiva per se es muy reciente y, si nos detenemos a considerarla, propia de analfabetos: como si determinados libros no fueran menos recomendables que determinadas películas. Sin duda, el medio no es el mensaje. Siguen existiendo normas para valorar los libros, o al menos deberían existir cuando padres o educadores proponen lecturas voluntarias u obligatorias. Las lecturas tendrían que elegirse a partir de criterios claros, criterios que, en el ámbito de la lengua y la literatura, sólo pueden ser los de la calidad lingüística y literaria.”
Este texto es muy revelador, sobre todo en estos momentos en que el comic se ha considerado, ¡por fin!, literatura, y como tal la hay infantil, juvenil y para adultos. Es entonces cuando ante un espectro tan amplio, debemos regresar a pensar en aquellos cuentos, que muchas veces han sido destruidos por mentes mercantilistas, pero cuyas enseñanzas y lectura siguen siendo para todas las edades.
Esta es la razón, por la que la historia verdadera de los cuentos de los Hermanos Grimm, se torna más que necesaria, ya que tienen que ver con leyendas y tradiciones, costumbres y usos que muchos siguen siendo actuales.
Continuará.