Pedro de la Hoz
Cuando se llega a Cienfuegos, al centro y sur de Cuba, el visitante encuentra a Benny Moré. Ahí, en el centro del Prado, en marcha, con sombrero, bastón, saco y pantalón ancho batido por el viento, bajo el sol o desafiando la lluvia, acompaña a todos los que reconocen en él a esa voz imbatible, flexible como una caña y fresca, rotunda y visceral en boleros y montunos, mambos y guarachas. No importa el género o especie musical que fuera; Benny encarnaba y lo sigue haciendo todavía, los sonidos de la isla.
No es una figura de bronce, ha sabido vencer el tiempo. Los cien años transcurridos desde su nacimiento, cerca de Cienfuegos, en Santa Isabel de las Lajas, el 24 de agosto de 1919, vuelan cargados de cien años de vida.
Sobre todo a partir de que a su regreso a Cuba, en 1952, después de haberse empinado en México, como expusimos en la edición de ayer, tenía muy claro lo que quería y cómo lo quería.
El primer día de agosto de 1953 amenizó en Placetas el primer baile con la recién fundada Banda Gigante. Había reunido para esta versión inicial a Ignacio Cabrera, Cabrerita (piano); Miguel Franca, Santiago Peñalver, Roberto Barreto y Virgilio Vixama (saxofones); Alfredo Chocolate Armenteros, Rigoberto Jiménez y Domingo Corbacho (trompetas); José Miguel (trombón); Alberto Limonta (contrabajo); Rolando Laserie (batería); Clemente Piquero, Chicho (bongó); Tabaquito (tumbadora) y a su lado en los coros a Fernando Alvarez y Enrique Benítez. Todo estaba listo para su debut en grande el 3 de agosto en el programa Cascabeles Candado, de la CMQ en La Habana.
Entre 1952 –ese año regresó por unas semanas a México a finiquitar asuntos pendientes– y 1953 hubo para él un período de readaptación al medio cubano no exento de logros ostensibles. Así lo tenemos en Santiago de Cuba reencontrándose con el amigo Mariano Mercerón, quien lo llevó con su orquesta a la Cadena Oriental de Radio y poniendo en circulación Candelina Alé, de Quico Cruz, y Esto sí es coco, de Enrique Benítez.
Le alegra saber que existe una orquesta como la Aragón, que de Cienfuegos se trasladó a La Habana, se hizo amigo de su joven director Rafael Lay Apesteguía, y conjugaron algún que otro trabajo esporádico. Las grabaciones mexicanas de Benny eran difundidas en Cuba y eso lo tuvo en cuenta Ernesto Duarte para atraerlo a su orquesta. Fue tremendo lo que consiguieron. De esa etapa, enmarcada entre septiembre de 1952 y julio de 1953, la orquesta y el cantante se las arreglaron para dejar testimonio de una colaboración singularísima en la discografía cubana. Con decir que Benny grabó con esa agrupación por primera vez el bolerazo de Duarte, Cómo fue, se tiene una idea de la relevancia de la confluencia entre ambos talentos.
Ah, pero con la Banda Gigante alcanzó la cúspide. Una orquesta a su medida que culminaba su concepción de cómo tenía que sonar una banda de formato jazzístico con percusión cubana, en una época en la que este tipo de agrupación generaba valiosos aportes al panorama de la música popular, como lo estaban demostrando ya la Riverside, Bebo Valdés y el propio Ernesto Duarte.
Con la Banda Gigante, Benny perfiló el entorno rítmico, tímbrico y armónico que caracterizó sus entregas, en las cuales, además del discurso vocal, pesaba un componente performático. Porque el Benny, genio y figura, era todo un personaje.
Ello lo condujo a conectarse, como pocos artistas hacia la medianía del siglo pasado, con la sensibilidad popular, eso sí, no limitándose a una formulación estrecha, sino siempre adelantándose. Le bastaba una estructura rítmica para levantar rascacielos; la prueba está en obras suyas como Qué bueno baila usted o Se te cayó el tabaco, o sus obras dedicadas a ciudades de Cuba como Cienfuegos o Santa Isabel de las Lajas, o apropiadas como Maracaibo oriental (José Castañeda) y Elige tú, que canto yo (Joseíto Fernández).
Del baile al puro sentimiento siempre transitó como si fuera por un pasaje natural. No fue sólo, como lo bautizaron, el Bárbaro del Ritmo, sino uno de los más tremendos boleristas que se hayan escuchado, Cómo permanecer indiferente ante Mi amor fugaz, Conocí la paz o Dolor y perdón, de su autoría; Hoy como ayer, de Pedro Vega; Oh, vida, de Yáñez y Gómez; Alma libre, de Juan Bruno Tarrazas; o Qué te hace pensar, de Ricardito Pérez. O cuando nos arropa a dúo con Pedro Vargas en Solamente una vez, de Agustín Lara.
Tomando en cuenta la versatilidad y calado de la impronta bennymoriana, el investigador Pepe Reyes Fortún afirma con conocimiento de causa: “El estilo interpretativo de Benny Moré jamás fue superado por cantante alguno, por lo que en todo su tiempo artístico y después, no se conoce otro vocalista cubano que se haya atrevido a abordar en grabaciones discográficas ninguna de las piezas de su extenso repertorio, como no haya sido con la bien intencionada propuesta de ofrecer un homenaje de recordación”.
Cuando Benny murió en 1963, el poeta Roberto Fernández Retamar se sintió tocado y escribió:
“…ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas, un sombrero
Con alas voladoras enormes
—y un bastón—!
¡Así que esas palabras echadas sobre la costa
plateada de Varadero,
Hablando del amor largo, de la felicidad, del amor,
Y aquellas, únicas, para Santa Isabel de las Lajas,
De tremendo pueblerino en celo,
Y las de la vida, con el ojo fosforescente de la fiera
ardiendo en la sombra,
Y las lágrimas mezcladas con cerveza junto al mar,
Y la carcajada que termina en punta, que termina
en aullido, que termina
En qué cosa más grande, caballeros;
Así que estas palabras no volverán luego a la boca…”.
Hermosas y sentidas imágenes. Eso sí, la vida ha desmentido el último verso. Las palabras han vuelto y vuelven siempre a la canción, a la música, a la vida misma, como nos dice el Benny desde el más acá del arte.