Un tema restringido durante los tiempos coloniales de México era el de la representación humana del misterio de la Trinidad (o Santísima Trinidad), parte esencial del dogma católico. Se consideraba que por ser un concepto de gran complejidad no debía ser simplificado mediante una imagen antropomorfa que causara confusión y significara una falta de respeto a la religión.
Este tema iconográfico ha sido tratado por varios estudiosos, entre ellos María del Consuelo Maquívar y Santiago Londoño Vélez. Conforme a este último investigador: “la Iglesia contrarreformista prohibió las representaciones visuales pues, desde el punto de vista teológico, no le estaba dado a ninguna inteligencia, creada o por crear, comprender este misterio fundamental”.
Sin embargo, en la Nueva España y otras regiones hispanoamericanas se plasmó en diversos momentos este misterio, aunque a veces contraviniendo las prohibiciones papales e inquisitoriales, ya que se llegó a representar la Trinidad como un monstruoso ente trifacial, es decir, una cabeza con tres caras y los consiguientes tres pares de ojos, tres narices y tres bocas, imagen que aún es posible encontrar en pósteres de venta callejera y pinturas populares mexicanas.
Otra manera de plasmar la Trinidad era la isomórfica, presentando a tres varones barbados por triplicado, en una misma línea horizontal, para indicar que se trataba de tres personas distintas pero una sola a la vez. A veces las túnicas se pintaban de distintos colores para diferenciarlos, pero esta expresión cromática del misterio trinitario se consideró impía, por lo que en otras representaciones isomórficas se les plasmó únicamente vestidos de blanco.
Una imagen recurrente, la más aceptada por las autoridades eclesiásticas, era el llamado Trono de Gracia, encabezado por Dios Padre, como un adulto mayor, el Hijo, como Cristo treintañero, y el Espíritu Santo como una paloma. Los tres se disponían en forma escalonada, con la paloma generalmente en la parte superior.
En el caso del cuadro que se encuentra en la capilla de El Divino Maestro de la Catedral, colgado en alto a la derecha de la puerta de entrada (en el costado poniente), se representa a Dios Padre, con aureola de rayos, después al Espíritu Santo en forma de paloma blanca y, por último, a Cristo crucificado. En actitud devota, de rodillas y vestidos de azul, se ve a la Virgen María y a San Antonio de Padua –en su caso con un ramito de flores blancas– y varios querubines en ambos lados de la parte superior.
Resulta de interés este cuadro (que suponemos anónimo) por la representación misma, además del hecho de hacer una variante con la ubicación de la paloma del Espíritu Santo e incluir también a la vez a la Virgen y al santo franciscano.
Si bien es cierto que estas imágenes tienen ante todo la finalidad de servir para la devoción religiosa en los templos, sería un gesto amable que pudieran también estar más al acceso de los feligreses y los visitantes debido a sus valores culturales y estéticos.