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Cultura

No dejar de escuchar a Schreier y Merighi

Pedro de la Hoz

De golpe llegó la noticia, a fines de diciembre, sobre el deceso del tenor alemán Peter Schreier, por lo que aficionados a la ópera en el mundo dedicaron, en medio de las jornadas festivas, espacios para evocar la huella de una de las grandes voces del siglo XX, alguien de quien no podremos desprendernos si queremos apreciar estilo, calado y comprensión en la interpretación de partituras vocales.

La mitad de enero sumó otra pérdida, la del tenor italiano Giorgio Merighi, lamentada por el público que lo siguió durante cuatro décadas en varios teatros europeos y americanos. Tal como Schreier, Merighi marcó una época y vale el interés por tomarlos en cuenta en la historia de la escena lírica musical más reciente.

En mi caso, Schreier estará siempre asociado a una de las plazas musicales que más me han impresionado: Dresde, y su teatro de la ópera a orillas del río Elba. Aunque nació en Meissen en 1935, Dresde fue su cuna artística y el lugar donde vivió sus últimos años. Allí ascendió desde el coro hasta la academia, se formó a la vera de notables pedagogos y un buen día, le dieron la oportunidad de interpretar su primer papel profesional en una representación de Fidelio, de Beethoven.

Ello aconteció en 1957. Dresde, en el corazón de Sajonia, contaba con uno de los más espléndidos teatros de ópera del mundo, sede en la juventud de la Opera Estatal de la ciudad, semiderruido casi al término de la Segunda Guerra Mundial debido a los impactos de los aplastantes bombardeos aéreos de los aliados en esa región alemana.

Schreier estaba consciente de la historia del lugar donde consiguió su primer empleo como cantante. Fiel a esa identidad, no cejó hasta obtener papeles protagónicos en la escena sajona; en 1961, su interpretación del Belmonte de El rapto del serrallo, de Mozart, no sólo lo catapultó como el tenor de lujo de la compañía, sino definió la vocación mozartiana por la que sería reconocido en adelante.

En efecto, Scheier rindió culto a Mozart y Mozart lo hizo brillar. El compositor salzburgués fue una de sus grandes especialidades. Se metió en la piel muchas veces del príncipe Tamino, de La flauta mágica, acaso el rol que más popularidad le dio. También alcanzó un gran dominio de Bach, particularmente en sus oratorios y pasiones. Schubert y Schumann fueron otras de sus piedras de toque en el repertorio. Sin embargo, en Wagner solo incursionó eventualmente. En total cantó 60 óperas.

Dejó la ópera en el 2000, a los 65 años; dijo ser demasiado viejo para seguir interpretando a jóvenes en el escenario, pero siguió ofreciendo recitales de canto durante años y luego se centró en enseñar y dirigir hasta que sus problemas de salud resultaron un impedimento. En el podio, consiguió cotas apreciables al conducir en calidad de invitado la Filarmónica de Viena y la de Nueva York. Recibió numerosas distinciones por su carrera en el canto, entre ellas el Premio Nacional de la República Democrática Alemana –Dresde perteneció hasta la caída del Muro de Berlín al estado socialista alemán–; el Premio Ernst von Siemens, de la Academia Bávara de las Bellas Artes; el Premio Leonie Sonning, en Dinamarca; y la Orden al Mérito de Primera Clase de la República Federal Alemana.

En cuanto a Merighi, recordemos que estudió en el conservatorio Gioacchino Rossini, de Pesar, y debutó en 1962 como Riccardo en Un Ballo in Maschera, de Giuseppe Verdi, en el Festival de Spoleto. Su segunda cita importante fue en Bilbao en 1964, donde interpretó Macbeth y La Gioconda. Ese mismo año cantó en el Teatro alla Scala de Milán en el estreno de Cardillac, de Paul Hindemith, dirigida por Nino Sanzogno, con Wladimiro Ganzarolli y Giacomo Aragall, y el Malcolm de Macbeth (Verdi), dirigida por Hermann Scherchen con Giangiacomo Guelfi, Ivo Vinco, Leyla Gencer y Bruno Prevedi.

En lo adelante ocuparía sitiales prominentes en muchas de las principales plazas europeas, como la Opera en París, la Deutsch Oper en Berlín, la Bayerische Staatsoper en Munich, la Opernhaus de Zürich, la Staatsoper en Hamburgo, y el Covent Garden en Londres.

Aquí en el hemisferio occidental, hizo su primera presentación en 1970 en el papel de Luigi en Il Tabarro, una producción de la Opera de Dallas, que le valió ser fichado de inmediato para el Alfredo de La Travista, en la Opera de Chicago. Cuatro años más tarde, Merighi aterrizó en la Opera de San Francisco como Pinkerton (Madame Butterfly) y Des Grieux (Manon Lescaut). En 1977 cantó el Manrico de El trovador en el Metropolitan, un teatro donde actuó durante más de veinte años: de hecho, se despidió del público de Nueva York en 1998, interpretando a Radamés (Aída), dirigida por Plácido Domingo. También fue invitado a Buenos Aires y Santiago de Chile, así como a Japón, donde en 1976 protagonizó un memorable Simon Boccanegra con Renato Bruson y Katia Ricciarelli de la que existe registro.

Desafortunadamente, la escasa discografía disponible no le hace justicia a una voz de tenor lírico impulsada por el color brillante y el atinado fraseo. Sin dudas, Merighi fue uno de los más importantes entre los de su cuerda en los últimos sesenta años, con un vasto repertorio centrado en los principales roles de Verdi y Puccini, y con frecuentes incursiones en el verismo y el gran repertorio del siglo XIX.

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