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Cultura

¿Quién construyó la ermita de Nuestra Señora del Pilar en Oxkutzcab?

Foto: Internet
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Visitar la ermita de Nuestra Señora del Pilar en la serranía que delimita Oxkutzcab hacia el sur, es transportarnos a otros tiempos y revivir los días cuando las leyendas, que hoy tanto disfrutamos, todavía no lo eran sino aún tenían la categoría de hechos recientes.

En medio de los sonidos del monte y los atenuados ruidos de la ciudad, llegan a nuestra mente muchas interrogantes: ¿quién construyó esta hermosa capilla?, y ¿cuándo sucedió?

La placa conmemorativa sobre el arco de entrada se antoja ilegible, más quizás con algún truco de iluminación, o tal vez visitándola a determinada hora del día, con cierta posición del sol, acceda a revelarnos sus centenarios secretos. Por si se niega, queda la opción de revisar documentos, buscar expedientes, leer libros de la época que puedan darnos alguna pista para seguir.

He leído en alguna parte que la ermita se finalizó en 16971, pero este año suscita muchas dudas, ya que la iglesia del centro estaba en plena construcción, y no tendría mucho sentido fabricar en un pueblo, dos edificios religiosos al mismo tiempo. Veamos.

El contexto religioso

La historia de la iglesia en Yucatán es, en gran parte, la de los conflictos entre sus dos brazos, el secular y el regular,2 que tuvo su primer round en 1562 con el violento enfrentamiento entre el poderoso provincial franciscano fray Diego de Landa, cabeza del brazo regular, y el recién llegado primer obispo de Yucatán, fray Francisco de Toral, cabeza del brazo secular.

Este choque se alimentó y creció durante todo el periodo colonial por varias razones, entre ellas, que a partir de 1579 el Obispado inició una fuerte acometida para convertir a parroquias las guardianías franciscanas, arrebatándoselas a la fuerza, y junto con ellas quitándoles ingresos económicos y el dominio sobre los indígenas; inicialmente los hermanos de San Francisco habían gozado de un virtual monopolio religioso en Yucatán, el cual comenzó a peligrar ante las constantes acometidas del Obispado.

En el año de 1602, los franciscanos sufrieron su primera gran derrota cuando las doctrinas de Ychmul, Hocabá, Tixkokob y Tixchel pasaron a los clérigos; en 1679 se confirmó la pérdida de seis más: Tizimín, Homún, Umán, Hunucmá, Tenabo y Champotón.3 Para 1700, estaban en la cuerda floja varias más.

Un segundo motivo que alimentó el conflicto, fue la simbiosis que se dio entre los encomenderos, que controlaban gran parte del poder civil, y el obispado, a causa del continuo ingreso de criollos yucatecos, por lo general pertenecientes a la clase encomendera, al clero diocesano hasta que prácticamente llegaron a mimetizarse.

De tener dos enemigos entre los que podía meter cuña y dividir, muy pronto los franciscanos enfrentaron a un solo y gigantesco enemigo muy difícil de vencer. Jugó en su contra el proverbial voto de pobreza, algo que las familias más poderosas de la península seguramente encontraban poco atractivo, y también que solían reclutar a sus miembros en España, provocando con esto cierta falta de arraigo en el Mayab y el que fueran vistos como “extranjeros.”

Como gran telón de fondo de esta situación estaba un antiguo conocido, el poderoso caballero don dinero.

Teniendo tributos de encomiendas e ingresos parroquiales, la clase encomendera podría controlar prácticamente todo el producto del trabajo de los indígenas de Yucatán; sólo los franciscanos, “esos extranjeros”, se interponían en su camino. Para el año 1700, defendían a sangre y fuego su último gran bastión en la Sierra alta, donde conservaban varias de las doctrinas más ricas de la península, después de un extenuante siglo XVII y un fatal inicio de centuria que presagiaba un declive aún mayor.

 

El contexto demográfico

Por razones imputables a la llegada de los europeos y a la conquista, la población indígena de Yucatán experimentó un fuerte declive durante la segunda mitad del siglo XVI; durante la primera mitad del XVII atravesó una sólida recuperación, más las fuertes hambrunas de mediados de siglo provocaron un segundo gran bajón, llegando a su punto mínimo en torno al año 1688, para de ahí en adelante, aumentar poco a poco.

Coincidiendo con los inicios del segundo gran bajón, a mediados del XVII un goteo poblacional de no-mayas empezó a sentirse en la Sierra alta, principalmente con la llegada de mestizos de Mérida, pero también de otros pueblos como Ticul.

En Oxkutzcab tenemos desde la década de 1650 a un Francisco de la Cámara, cuyo hermano fue mayoral de Xocneceh; a Nicolás de Fuentes, a los hermanos Alonso y Francisco de Góngora y al más antiguo de todos, Francisco Quijada, casado con Juana Herrera.

Para el último cuarto de siglo, el goteo arreció con el arribo de españoles como el capitán don Pedro Higueras Ponce de León, el milpero Antonio de Sosaya, el criador de lechones Diego Caraballo o Pedro de Sosa, natural de la isla de Gran Canaria que “vive en el monte donde dicen Kantemó”.

También llegaron mulatos como Nicolás Thoribio, natural de Mérida y casado con Clara Bustillo, o chinos,4 como Juan de León, natural del pueblo de Ticul. Sin embargo, las principales autoridades de la Sierra alta radicaban en Maní, pueblo que para 1700 todavía conservaba algo de su antigua grandeza, aunque no por mucho tiempo. Ahí tenía sus casas el encomendero de Yotholin, don Juan del Castillo y Toledo, Teniente de Capitán General de las Montañas y la Sierra, donde moraban como invitados suyos el capitán Diego de Ávila, encomendero de Oxkutzcab y Dzibalche; don Joseph Carrillo, cuñado del dueño de la casa, y varios españoles más.

El encomendero de Nohcacab, capitán don Juan del Castillo y Arrue, dueño de las estancias de ganado mayor Xocneceh y Tabi, era otro de los ilustres residentes de Maní.5

 

El conflicto entre los poderes locales

Esta suerte de aristocracia de pueblo afincada en Maní, en connivencia con la jerarquía eclesiástica, estaba duramente enfrentada con los franciscanos de los conventos de la Sierra y se lanzaban recriminaciones variopintas, como las más que centenarias acusaciones mutuas de agravios y abusos contra los indígenas.

Ante la acusación de los frailes de que el camino a Guatemala que Ávila y Castillo Toledo abrieron, había resultado en una fuga a gran escala de los indios de Oxkutzcab a la montaña, el capitán Diego de Ávila responde que el culpable de la fuga era fray Gregorio Cladera, quien a su decir obligaba a los indios a excesivos trabajos sin paga alguna, sobre todo en el corte de maderas para la nueva iglesia del pueblo y para el convento grande de San Francisco en Mérida.6

Fray Diego Gallardo, guardián de Oxkutzcab en 1700, declara que, por los excesivos repartimientos de cera, patíes, e hilo de tributo hechos por Juan del Castillo y Toledo, los indígenas no asisten a misa y huyen a los montes. A Diego de Ávila le achaca la explotación de los indios en el cultivo de ochocientos mecates de milpa, y la muerte de uno de ellos aplastado por un árbol y sin sacramentos. Al personero mulato de los dos anteriores, Ygnacio Palomino, lo acusa de usurpar los oficios del Cacique y Justicias del pueblo de Oxkutzcab, así como de ejercer la brujería, cargo que de levantarse formalmente podría acarrear la pena de muerte, y ante el que palidecen las imputaciones de enviar a Tabi y Xocneceh “porción de indios”.8 

Por su parte, a los hermanos religiosos les llueven las acusaciones de conductas indecorosas. No es ninguna casualidad que en 1699, dos franciscanos radicados en el área de la Sierra y Hopelchen, y hostiles a Diego de Ávila -fray Gregorio Cladera y fray Diego Crespo- fueran señalados de incontinencia por estar amancebados públicamente con mujeres escandalosas, de quienes se hallaban con gran  número de hijos; y que este segundo -Crespo- había defraudado dos mil pesos y apoderándose violentamente de los bienes del cacique don Diego Collí, vecino del pueblo de Hopelchen que falleció en Nohcacab. El mazazo vino directamente del obispo, quien por lo general actuaba en alianza con la clase encomendera a la que Ávila pertenecía.  

¿Subyace en la construcción de la ermita de Oxkutzcab la fuerte división entre los dos brazos del poder religioso colonial? Es significativo que en la fachada de la ermita de Oxkutzcab se encuentre un águila bicéfala, símbolo por excelencia de la dinastía de los Austrias, que hasta el año 1700 gobernó el imperio español.  

Un símbolo que no tendría por qué estar ahí, y que induce a pensar en cierto ascendente público-civil sobre la ermita de Nuestra Señora del Pilar.

A los flancos del águila, podemos ver dos columnas, una a cada lado. Lo primero que viene a la mente es la leyenda de las dos vírgenes gemelas de Oxkutzcab y las dos columnas de piedra ubicadas en una gruta cercana a la ermita. Al pie del águila se encuentra una inscripción que se antoja ilegible, pero que con las condiciones de luz adecuadas nos revela un secreto: el nombre del constructor de la ermita.

 

La fábrica y su constructor

La esclavitud de los negros en Yucatán, distó mucho de ser, lo que por general tenemos en mente pues no se les compraba para los trabajos más rudos -eran muy caros y para eso estaban los indígenas- sino que formaban parte del personal doméstico de las grandes casas y como lacayos a las órdenes de los personajes más destacados. Los amplios poderes que sus amos les delegaban podían colocarlos muy por encima de los mayas en la jerarquía social, desempeñando puestos de mando tales como ser mayordomos en las numerosas estancias ganaderas del Mayab. Los mulatos podían tener un estatus similar, y a fines del siglo XVII uno de ellos hace de las suyas en la Sierra alta.

Casado con Manuela Fuentes en la iglesia de Jesús María de Mérida, pasados algunos años se desentendió de esposa e hijos y radicó permanentemente en Oxkutzcab “con el pretexto de curar las enfermedades que se ofrecen”.9

Sorprendentemente, este Juan Ygnacio Palomino, que así se llama el mulato, antepone el “don” a su nombre, tratamiento que no siempre es correspondido por las autoridades eclesiásticas con las que sostiene una nutrida correspondencia, quienes se limitan a llamarle “Señor”. Entre sus remitentes podemos ver al Provincial franciscano fray Bernardo de Ribas, y al director espiritual y confesor del Obispo, fray Alonso de Perea y Sotomayor.

En 1701, Juan Ygnacio obtuvo licencia del benedictino fray Pedro de los Reyes y Ríos de Lamadrid, obispo de Yucatán, para construir la ermita de Nuestra Señora del Pilar, y a inicios de 1702 la fábrica va presta a terminarse y “ésta ya en buen estado y ha de quedar muy buena de arquerías toda de piedra labrada”.10

El costo de la obra, incluida la imagen de la Virgen, se acerca a los quinientos pesos y todo apuntaba que iba a rebasarlos. El encargo de las campanas fue responsabilidad de un compadre de Juan Ygnacio, el teniente Pedro Navarrete, mestizo meridano residente en Oxkutzcab cuya buena fortuna se revela por las casas de piedra que fabricó en la plaza del pueblo.

Que Juan Ygnacio Palomino se haya encargado de trámites, permisos y de supervisar la obra, no significa que haya corrido con los gastos, y ciertamente no es su nombre el que está en la placa conmemorativa en la fachada de la ermita. No olvidemos que, a fin de cuentas, era un mulato cuyo poder era una extensión del poder de sus patrones, a quienes les debía plena obediencia y lealtad. Los oficios que ejercía eran para cuidar de la administración de Oxkutzcab “que tiene el capitán don Juan del Castillo y Toledo, por poder del capitán don Diego de Ávila y Pacheco encomendero propietario... Es su exercicio con la mano de lo referido governar a los indios en todas las materias del Pueblo, con la sujeción de que no tienen ninguna acción las Justicias de dichos yndios, y sus principales que se hallan sin Cacique, porque dicho Juan Ygnacio les tiene puesto de su mano dos thenientes que le dan quenta, y piden licencia para todo, observando el tener a los yndios e yndias todos los días en la audiencia sentado en su silla ordenando, mandando, y castigando como Justicia, pasándose a fiscalisar lo no necesario, y con ligereza a escribir cartas de quenta, y arbitrios que han estado, y estan propicios a algunos disturbios de inquietud”.11

En la cita anterior, escrita por los franciscanos del convento de Oxkutzcab, podemos ver que no se inmutan al sugerir que la “administración” de Palomino, que es lo mismo que decir la administración de Juan Castillo y de Diego Ávila, estaba a punto de desencadenar una rebelión. Y queda claro que Juan Ygnacio Palomino defendía los intereses directos que Ávila tenía en Oxkutzcab, pues los de Castillo Toledo en dicho pueblo eran por encargo del mismo Ávila, siendo la preocupación principal de Castillo su propia encomienda en Yotholin.

Y entornando los ojos en el momento adecuado, podemos leer en la placa de piedra que adorna la fachada de la pequeña iglesia “Esta ermita es de Nuestra Señora del Pylar de Zaragoza y la hizo el capitán don Diego de Ávila Pacheco 9 de septiembre de ... Señor de 1702”.

Los puntos suspensivos indican un fragmento que no he podido descifrar, y la palabra “Señor” no está del todo clara. Pero la información principal es irrebatible, y ya no hay duda de quién hizo la ermita y el año que se concluyó.

Esto nos viene a confirmar los supuestos iniciales sobre el porqué de la placa con el escudo imperial en la fachada, pues definitivamente fue un particular con grado militar, y no la orden franciscana, quien patrocinó la construcción de la ermita. También va en consonancia con el culto a la Virgen del Pilar, impulsado más desde el área secular de la iglesia y un tanto ajeno a las órdenes religiosas como la franciscana, con santos propios y devociones marianas propias más que suficientes como para andar promoviendo cultos “rivales”.

 

¿Quién es Diego de Ávila Pacheco?

El encomendero de Oxkutzcab y Dzibalche, era bisnieto de aquel Enrique Dávila Pacheco que fuera dos veces gobernador a mediados del siglo XVII, y quien comprara la encomienda de Oxkutzcab en la nada despreciable cantidad de 45 mil pesos, consiguiendo su confirmación por cuatro vidas en marzo de 1653.12  

Fue así como los Dávila Pacheco se hicieron con los tributos de Oxkutzcab para toda la segunda mitad del siglo XVII y aún más allá.

Terminadas sus responsabilidades en Yucatán, don Enrique se dirige a la Nueva Vizcaya donde fue gobernador de 1653 a 1657. Aunque posteriormente se fue a gobernar Tlaxcala, donde habría fallecido en 1663, hay indicios de que su familia se afincó en Nueva Vizcaya, pues precisamente ahí encontramos por primera vez al que fuera el heredero en 4ª. vida de la encomienda de Oxkutzcab, el capitán don Diego de Ávila Pacheco. Éste obtuvo en 1683 el cargo de Capitán Protector y Caudillo del presidio y castillo de Cerro Gordo.13 

Los confines septentrionales de las ricas zonas mineras de Tierra Adentro, estaban bajo el constante asedio de los indígenas, donde Diego de Ávila cada día experimentaba muchas infamias, y alevosías de los indios. Esta imagen negativa de ellos, la trajo en su viaje al Mayab, pues a decir suyo los indios de todas partes eran de una misma naturaleza, hijos de la mentira, y de la traición. No está de más decir, que esta era una opinión bastante común en aquellos tiempos.14  

Al llegar a la Sierra alta desde la Nueva Vizcaya, el capitán don Diego de Ávila y Pacheco contaba con vasta experiencia en combates contra las tribus indígenas del norte de la Nueva España, la cual fue de utilidad. Al menos desde 1696, o un año antes, Diego de Ávila ya andaba por estos lares, pues se integró a la expedición de Martín de Ursúa para la invasión del Petén Ytzá, misma que dio inicio en marzo de 1695.

Participó el capitán Diego en el momento crucial cuando en una Junta de Guerra a orillas de la laguna, se decidió la invasión militar de la gran capital Itzá, y también estuvo presente el 14 de marzo de 1697, durante la toma de posesión de la Isla de Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo, conocida por los indios como Nohpetén y por otros, como Tayasal.15  

Vuelto con vida y victorioso de sus batallas, con mucho qué agradecer, con una nueva encomienda sobre la espalda de los indios de Dzibalchén, Diego de Ávila manda levantar la ermita de Nuestra Señora del Pilar.

Tal vez consideró que sus ingresos no eran suficientes, pues en 1700 obligó a los indios a través de su personero, el mulato Juan Ygnacio Palomino, a labrar ochocientos mecates de milpa, y de manera similar en Bolonchén de Ticul -área donde se ubicaba su encomienda- el Capitán utilizaba indios de Oxkutzcab residentes en ese pueblo para trabajar en su beneficio, y ‘de mano poderosa manda que le hagan copiosas milpas y no tenían tiempo los indios de atender sus propias sementeras’.

Obviamente estas acusaciones de excesos vienen directamente de los religiosos franciscanos, en este caso dos viejos conocidos, fray Diego Gallardo, guardián de Oxkutzcab, y fray Diego Crespo, guardián de Bolonchén de Ticul.16   

La estancia del capitán Ávila en la Sierra alta fue larga y tendida, de más de dos décadas, departiendo en el pueblo de su vivienda, Maní, con dos viejos amigos suyos y conocidos de la comarca, don Juan del Castillo Toledo y su hijo don Juan del Castillo Arrue.17  

Seguramente también tuvo tratos con Pedro de Lizarraga, avecindado en Oxkutzcab, quien a partir de 1706 desempeñó el cargo de capitán a Guerra del Partido de la Sierra.18   Al “afiliarse” con la clase encomendera local, compró pleito con la otrora poderosa provincia franciscana San Joseph de Yucathan, algo que pareció no disgustarle, pues en el pleito que tenemos documentado dirigió sus dardos con precisión sobre sus adversarios religiosos en Oxkutzcab y Dzibalchén, y no es difícil que su mano negra también estuviera tras las acusaciones de amancebamiento. Al mandar construir la ermita de Nuestra Señora del Pilar, la más española de todas las vírgenes, fomentó un culto del todo ajeno a las devociones indígenas prevalecientes en los pueblos del Mayab. Sus empresas maiceras en los pueblos de su encomienda son pasmosamente extensas para el lugar y la época, adelantándose en esto a sus contrapartes de la clase encomendera, mucho más interesados en patíes, mantas y cera. El abuso sistemático de la clase indígena era una epidemia de la que don Diego con gusto se contagió, dada la muy negativa opinión que de ellos tenía.

No todo es blanco ni todo es negro en la biografía del capitán don Diego de Ávila y Pacheco, sino que se mueve en esa amplia y muy sobada zona de grises claros, grises medios y grises oscuros... como todos y como todas.

La imagen y la cofradía

Hay ciertas pistas que apuntan a Juan Ygnacio Palomino como el tallador de la imagen de la Virgen, la que a decir suyo “quedó muy linda muy hermosa y muy devota como todos los que la an visto lo declaran ... y como ven ya la divina hechura tan linda, que es cierto roba los corazones de los cristianos, y a boca de todos quantos la ven dicen no aver rostro de ymagen en toda la Provincia que la exceda, y sus gradas y pilar y nube con quatro ángeles y dos seraphines … mi ánimo es solo dexar esta Santa reliquia para memoria de mi buen celo y para que todos los fieles tengan a esta divina Señora para su amparo, pues en la Provincia no ay otra hermita ni hechura suya”. La altura de todo el conjunto era de tres varas -unos 2.5 metros- y Juan Ygnacio estaba tan complacido que deseaba un buen pincel para retratarla “al vino” y enviar la pintura al Obispo Reyes y Ríos.19

¿De dónde tomó el escultor referencias e indicaciones para elaborar correctamente la talla?

La respuesta es la misma que en la gran mayoría de los casos: de estampas impresas con la figura de la Virgen. Éstas las tenían los primeros miembros de la cofradía de Nuestra Señora que tan empeñosamente Juan Ygnacio tramitó en el obispado; la cuota de recuperación por pertenecer era de cuatro reales, y los naturales a dos reales, con una contribución anual de un real. El grupo inicial de doscientos cófrades aumentó rápidamente a trescientos. Los movimientos económicos de la cofradía eran vigilados con gran recelo por los franciscanos, pues iban en detrimento de las festividades de Nuestra Señora de los Milagros que ellos celebraban el mes de enero por nueve días, “los quales están repartidos entre otras tantas personas que por su devoción costean todo lo necesario para missa, sermón, gran cúmulo de luces, fuegos y comedias y fiesta de toros”.

Bien sabía Juan Ygnacio, que la cláusula de la festividad y “pie de altar”, que incluyó en las ordenanzas de la cofradía, no había de ser del gusto de los franciscanos, y a cambio les ofreció dar treinta pesos cada año para la Señora de los Milagros, con la condición de que los franciscanos no se metieran con el “pie de altar”.20

 

El día de la “subida” y las fiestas

En septiembre de 1702, la imagen de Nuestra Señora se encuentra en la iglesia mayor del convento, disfrutando las formalidades previas a ser llevada a su nueva ermita. Después de corear la Salve, la multitud congregada entona el “María regibus...” y alegremente la Virgen es elevada a su flamante casa en las alturas del Puuc.21 

Con el tiempo la veneración fue creciendo, y para las últimas décadas del siglo XVIII se había extendido a los pueblos vecinos, pudiéndose celebrar las misas en su ermita cualquier día; el culto se mantenía de la devoción de los fieles, “quienes le han contribuido la limosna de ochenta colmenas y una capellanía22 de dos mil pesos que han venido a pasar en mil y quinientos, con obligación de decirse unas treinta y quatro missas en sábado”.23

Durante la extenuante Guerra de Castas, la ermita de Nuestra Señora, ubicada en las afueras de la población, era particularmente vulnerable a los ataques de los sublevados, razón por la que la imagen de la Virgen fue llevada a la iglesia del centro, donde permaneció por varios años.24 

El renacimiento de los pueblos de la Sierra durante el último cuarto del siglo XIX, conllevó retomar el hilo cortado de las fiestas tradicionales, y para 1878 los vecinos preparan con entusiasmo las celebraciones en honor de Nuestra Señora, dando inicio el siete de octubre con las funciones religiosas, bailes de mestizas y de etiqueta; se lidiaron magníficos y bravísimos toros, concluyendo la celebración el doce de octubre, día de la Virgen.

El reclamo publicitario de la fiesta de 1889, es de antología: “con entusiasmo frenético, juegos y fiestas olímpicos se harán con inmenso estrépito: Vaqueras con ternos nítidos lucirán su encanto célico, y en bailes aristocráticos grupos de niñas, angélicos, religiosos actos públicos, como es de costumbre en México, habrá, y en el circo taurino el gran espectáculo épico: Orquestas de insignes músicos concluirán cualquier histérico; y desde el sagrado púlpito el sermón se oirá benéfico”.

No se han encontrado anuncios posteriores en la prensa para festejar a Nuestra Señora del Pilar en Oxkutzcab, lo que podría ser indicativo de una declinación del culto a finales del siglo XIX, ante el aparente ascenso de la Santa Cruz del barrio de San Esteban y la introducción de otras festividades no religiosas.25

 

Comentarios finales

La consulta de documentos contemporáneos a la construcción de la ermita de Nuestra Señora del Pilar, nos señala que es obra de inicios del siglo XVIII, lo que confirmamos al leer en la placa de la fachada el año 1702.

Es importante señalar que, aunque la placa siempre ha estado ahí, solo una pequeña parte había sido descifrada, asentándose erróneamente 1697 como año de la fábrica y sin incluir el nombre del constructor.26

Aunque entre 1697 y 1702 solo hay cinco años, quedan aclaradas algunas interrogantes, entre ellas que la ermita se hubiera construido al mismo tiempo que la iglesia, que se terminó en 1699, y cuando gran parte de los indígenas de Oxkutzcab estaban en la incursión militar en el Petén Ytzá.

La instauración del culto a Nuestra Señora del Pilar en Oxkutzcab fue una eficaz arma del obispado y los encomenderos contra los franciscanos, al minar los ingresos que la devoción a Nuestra Señora del Milagro les reportaba, y debilitando el hasta entonces sólido y monolítico control religioso que conservaban en la Sierra alta, su último gran bastión en el Mayab. Todos los elementos en torno al culto a la Virgen como la cofradía, la capellanía, el “pie de altar,” la fiesta y la imagen misma iban a ser controlados por los encomenderos, a despecho de los hermanos franciscanos del convento.

La cuña para que apriete ha de ser del mismo palo, nunca mejor aplicado. Aun así, no podemos limitar el papel de Nuestra Señora del Pilar de Oxkutzcab a un hecho meramente político, pues muchos de los fervores religiosos que inspiró tanto entre sus promotores como en sus cientos de seguidores eran sinceros, y seguramente muchos de ellos eran completamente ajenos a las rivalidades de su entorno.

Todas estas observaciones y comentarios son meramente accesorios y de índole informativo, pues lo fundamental se encuentra en otra parte, oculto a los ojos la mayor parte del tiempo, pero que cada mes de octubre inevitablemente surge con la “bajada” de la Virgen y las fervientes muestras de devoción del pueblo de Oxkutzcab. Durante cuatro semanas Nuestra Señora del Pilar rige la vida de cientos y cientos de feligreses que celebran misas y caminan procesiones en su honor, para después retirarse a descansar a su tricentenaria ermita y desde las alturas del Puuc, proteger al pueblo que ha sido su morada desde aquel septiembre de 1702, cuando en hombros de sus creyentes ascendió por primera vez las hermosas colinas de las serranías del Mayab.

[1] Secretaría de Hacienda y Crédito Público. (1945). Catálogo de Construcciones Religiosas del Estado de Yucatán-T II. México: Talleres Gráficos de la Nación, pág. 487. Se abreviará CCREY.

2 El clero secular o diocesano es el compuesto por el obispo y su presbiterio, es decir sacerdotes y diáconos que no están vinculados a una orden religiosa católica y no están regidos por ninguna de sus reglas monásticas. El clero regular vive según una regla, inicialmente dentro de un monasterio y apartados del mundo.

3 Ayeta, Francisco (s.f.) Último recurso..., págs. 2v, 4, 8.

4 Chino es la mezcla entre mulato e indígena maya.

5 AGI-Sevilla, México 1035, f. 64.

6 Jones, G. D. (1998). The Conquest of the Last Maya Kingdom. Stanford: Stanford University Press, pág. 259.

7 Expediente sobre doctrinas del distrito de Yucatán. AGI-Sevilla, México 1035.

8 AGI-Sevilla, México 1035, ff. 211 y 715.

9 AGI-Sevilla, México 1035, f. 64.

10 AGI-Sevilla, México 1035, ff. 225.

11 AGI-Sevilla, México 1035, f. 64.

12 García Bernal, M. (2005). Economía, política y sociedad en el Yucatán colonial. Mérida: Universidad Autónoma de Yucatán, págs. 264-67.

13 AGN-México. Reales Cédulas Duplicados, Vol. 30, Exp. 996, f. 278v.

14 Villagutierre Sotomayor, J. (1701). Historia de la conquista de la provincia de el Itza. Madrid, T8, pg. 471.

15 Ídem -- 1697. Carta y anexo de fray Antonio de Arriaga. AGI-Sevilla, Patronato,237,R.14.

16 Solís Robleda, G. (2003). Bajo el signo de la compulsión: el trabajo forzoso indígena en el sistema colonial yucateco, 1540-1730. México: Conaculta/INAH, Instituto de Cultura de Yucatán, CIESAS, M. A. Porrúa, pg. 62.

17 AGI-Sevilla, México 1035. --- Solano y Pérez Lila, F. (1975). Estudio socioantropológico..., Revista de la Universidad de Yucatán, págs. 73-149.

18 AGI-Sevilla, Indiferente,142,N.7.

19 AGI-Sevilla, México 1035, ff. 169 en adelante.

20 1724-1761. Expediente..., AGI-Sevilla, México, 1021. -- AGI-Sevilla, México 1035, ff. 169 en adelante. -- Pie de altar es el ingreso reservado para el capellán (o servidor del altar) y que es distinto al ingreso del párroco.

21 Melis, C., Rivero Franyutti, A., & Arias Álvarez, B. (2008).  Documentos lingüísticos de la Nueva España, Golfo de México. México: Centro de Lingüística Hispánica, págs. 318, 319.

22 Las capellanías eran obras pías instauradas en la Iglesia católica, mediante las cuales el fundador dejaba en su testamento una cantidad de dinero que se ponía en renta, para que con las ganancias se pagara la realización de un número determinado de misas por la salvación de su alma.

23 1782. Visita General del Pueblo de Oxkutzcab. AHAY, caja 620, exp. 4.

24 1863. Inventario del curato de Oxkutzcab. AHAY, caja 226, exp. 15.

25 Mendoza Alonzo, C. A. (2015). Las fiestas patronales de Yucatán durante el porfiriato. Mérida, págs. 137-145. Tesis inédita.

26 CCREY-T II, pág. 487.

Por. Efrén Torres Rodríguez

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