Hoy se cumplen 25 años del fallecimiento de la pintora mexicana Cordelia Urueta, aquella que se negó a ser nominada al Premio Nacional de Ciencias y Artes, pues decía que “el artista siempre iba a trascender por su propia obra, no por los premios o galardones obtenidos”.
Nació en 1908 en Coyoacán en el seno de una familia de intelectuales, artistas, diplomáticos y cineastas; su padre fue Jesús Urueta Siqueiros, diplomático y crítico de arte de la Revista Moderna.
Su relación con el mundo gráfico se inició precisamente con esta publicación, con la que creció durante la Revolución Mexicana.
El Dr. Atl, a quien solía llamar tío Murillo, fue quien reconoció su talento después de analizar algunos de sus retratos, llegando a expresarse de ella como una “mujer de mundo, esencialmente femenina, de clara inteligencia. Una espiritualista, pero posee las cualidades indispensables para producir obras de arte: pasión, sensualidad, capacidad de trabajo, un alto sentido de la belleza”.
En 1919 tras la repentina muerte de su padre en Argentina, quien se desempeñaba como diplomático, Cordelia regresa a México para sobreponerse al duelo y la situación económica familiar. A pesar de afectar su salud, luego de un año se repuso y comenzó a tomar clases de dibujo.
En Nueva York conoció a la periodista Alma Reed, dueña de la galería Delphic Studios; en su rol de promotora del arte mexicano, la invitó a participar en una exposición colectiva con José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. Por temas de salud, se retiró temporalmente de la pintura.
Ya en la década de los treinta, imparte clases como profesora de arte para la Secretaría de Educación Pública. En 1938, es nombrada canciller en la embajada mexicana en París; partió con su marido, el también pintor Gustavo Montoya. Al estallar la Segunda Guerra Mundial, fue transferida a Nueva York.
Al retornar a México, retoma la pintura ahora de forma profesional. Usa el color de una nueva manera con el fin de expresar sus emociones. Decía que lo que más le interesaba en el arte era la sorpresa.
A pesar de que sus obras pueden ser vistas como “fantásticas”, aluden al tormento que sufre el ser ante conflictos sociales, llámese guerras. La ecología también fue uno de los tópicos abordados, pero siempre la mujer fue el eje central de sus piezas: fueron protagonistas de secretos, amores y visiones místicas.
Su época de mayor proyección fue entre 1950 y 1960, la cual coincide con su integración al amplio círculo intelectual que promovía el cambio del arte mexicano. No por nada es visible una transición de la figuración a la abstracción, a tal punto que algunos pueden inferir que su paleta de colores, bien podría ser similar a la de Rufino Tamayo, uno de los precursores de tal corriente en el país.
Será recordada por su participación en el Salón de la Plástica Mexicana en 1950, la primera de sus exposiciones, a la que le siguieron otras tantas en Francia, Perú, Japón, Nueva York y Jerusalén. Su punto cumbre fue el ganar la VI Bienal de Sao Paulo, Brasil 1961, y ser una de las pintoras incluidas en el libro Cien años de la pintura Mexicana, de 1967.
Hace un cuarto de siglo que partió Cordelia Urueta a la edad de 87 años, tras una larga convalecencia. Hoy recordamos a la fue considerada la “Gran dama del arte abstracto”.
Por Gibrán Román Canto