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Cultura

Víctor Hugo Rascón Banda, narrador

Joaquín Tamayo

El teatro de denuncia, el teatro de carácter social, de temas vigentes, acaso dolorosos por coyunturales y en el cual se decantan siempre los dilemas éticos y las encrucijadas determinantes de la vida, llevaron a Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008) a encabezar una generación de creadores poco dispuestos a la complacencia o, mejor aún, a la autocomplacencia comercial y artística.

De cualquier modo, sus obras abarrotaban locales. Se volvían éxitos de taquilla, porque Víctor Hugo disparaba sobre blancos atractivos. Divas y productores le encargaban piezas precisas. “Escríbeme algo sobre el sometimiento de los tarahumaras”. “Hazme una sobre mi secuestro”. “Quiero una obra en torno a la corrupción”, y cosas así.

“Escribir por encargo es escribir de veras”, decía Ricardo Garibay, y vaya que Rascón Banda aprendió el oficio. Fue uno de los más prolíficos gracias a su rapidez ante la máquina. Llegó a forjar textos completos en menos de cuarenta y ocho horas, aunque él nunca hablaba de esta característica suya por temor a que se viera como un gesto de arrogancia o presunción. El peculado, el homicidio, la injusticia, la pobreza y la desigualdad fueron los tópicos recurrentes de su literatura. De hecho, estaban constantemente en boca de sus personajes.

Sin embargo, su obra en prosa narrativa no tuvo –no ha tenido- el mismo impulso a pesar de su vigor, de su complejidad y del interés que su voz suele despertar. Su novela Contrabando destacó en cuanto a premios y distinciones se refiere, pero nunca se erigió por delante de su trabajo dramatúrgico. Jamás alcanzó la popularidad de Tina Modotti, Máscara contra cabellera, Armas blancas, Voces en el umbral, Los ilegales o Cautiva.

Volver a Santa Rosa, su libro de cuentos, y sus memorias De cuerpo entero y ¿Por qué a mí? Diario de un condenado, merecerían un tratamiento más detenido, un análisis más de fondo, y tantos lectores como espectadores presenciaron su teatro. En realidad, las tres piezas se inscriben en la literatura autorreferencial. Nadie, eso sí, puede escamotear la calidad de los textos.

En De cuerpo entero Rascón Banda no dejó ir al dramaturgo que le urgía en las venas. El breve, brevísimo libro, apareció en una colección especial donde también figuraron María Luisa Puga, Emmanuel Carballo, Gerardo de la Torre y Humberto Guzmán, entre muchos otros.

El autorretrato, en el caso de Rascón Banda, no se apartó de las estructuras dramáticas tan eficaces y funcionales en su pluma. Sus recordaciones están planteadas a modo de diálogo. Es casi una obra en un acto, una ágil puesta en escena, como sugiere al inicio del relato (Tiene incluso una semejanza con ¿Te acuerdas de Juan Rulfo, Juan José Arreola?, de Vicente Leñero, entrevista-obra de teatro publicada a raíz de la muerte del padre de Pedro Páramo). Mediante una entrevista que sostiene en una especie de purgatorio, el dramaturgo se confiesa y, al hacerlo, reconstruye los momentos determinantes de su existencia.

Por alguna razón inexplicable, Rascón Banda se encuentra de pronto ante un ente que lo interroga, un ser que cuestiona su paso por la existencia terrenal y levanta una suerte de censo, de ajuste de cuentas y de cuentos en torno a su vocación dramatúrgica.

El árbol genealógico, los orígenes de su pueblo natal y serrano, Uruáchic, Chihuahua; las ocupaciones de sus padres, el nacimiento de su gusto por la palabra y por el drama, explican las influencias que posteriormente definieron su estilo.

En un abrir y cerrar de recuerdos, Rascón Banda va dando santo y seña de sus primeras incursiones en las letras y del porqué se abocó sin dudarlo al teatro; asimismo, aborda su trabajo en la abogacía, profesión ejercida por él paralelamente.

A través de esas respuestas, el entrevistado rememora una época y una serie de sucesos y personajes cuya participación afectaron el clima de su dramaturgia y reorientaron ciertos criterios suyos a la hora de enfrentarse a la labor escritural. Vivencia y reflexión, sin caer en un tono doctrinario, campean por los parlamentos.

A través de ese diálogo, Rascón Banda hizo una edificante retrospectiva de su paso por el teatro; evocó, además, las bondades del género y de los escenarios. Sin ser condescendiente, desarrolló en esas páginas una sincera autocrítica. Ameno, lleno de humor, de auto ironía, el libro contiene párrafos de esta índole:

-¿Por qué escribir teatro y no otros géneros?

-Será porque viví desde niño, y lo sigo viviendo, entre acusados, presuntos culpables, detenidos y reos, escuchando conflictos jurídicos porque en el teatro, para que haya acción dramática, tiene que haber conflicto (…) La demanda y la contrademanda no son otra cosa que la acción del protagonista y la reacción del antagonista en una obra teatral, y el dramaturgo es el juez que decide la sentencia en la escena final, y es quien da a cada quien lo suyo, como es la definición romana del Derecho”.

Volver a Santa Rosa es una suerte de paseo informal por su pasado. Los relatos Las húngaras, La muerte de mi tío Antonio y Los mojados superan el ambiente anecdótico y, a su vez, constatan el poder evocativo y la capacidad de invención adecuados para alejarse del tono costumbrista. De prosa sencilla, en cuyo epicentro se alternan la noción poética con el lenguaje coloquial, el libro avanza tan rápido como los parlamentos de sus obras teatrales. No hay rebuscamientos ni trampas para el lector. Está claro que para Víctor Hugo Rascón Banda, cualquier estructura de creación es el escenario justo para exponer las bondades y los yerros del ser humano, “las deliciosas contradicciones del alma”.

Esa misma intensidad capitaliza también ¿Por qué a mí? Diario de un condenado. En esta crónica, la más dramática y confesional, reconstruyó los tétricos detalles sobre la leucemia que lo aquejó inesperadamente. A la rabia, el estupor y la perplejidad se suman la reconciliación, la ternura y el amor a su entorno. Ahora sí: Rascón Banda de cuerpo entero: tan serrano como citadino, tan dramaturgo como narrador, tan diurno como noctámbulo. Su vida terminó cuando se sentía recuperado, pero su obra no lo dejará morir nunca.

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