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Cultura

Pura salsa de un músico cortés

Pedro de la Hoz

“La música que yo quiero hacer es complicada; no me quiero repetir, pero tampoco puedo apretar mucho la tuerca, para que no me tilden de loco. Tú sabes el trabajo que pasamos para que entendieran esa música que hacemos y al final pudimos dar el palo”.

Esas palabras de José Luis Cortés fueron dichas en 2008, es decir, veinte años después de haber iniciado una de las grandes aventuras de la música cubana de nuestro tiempo: NG la Banda. El álbum que llega a mis oídos ahora, bajo el sello Egrem, Vamos caminando, mantiene intactos los mismos presupuestos que animaron desde un principio la creación de la banda: música de vanguardia, felizmente complicada pero, a fin de cuentas, entendible y disfrutable, tanto para el bailador como para quien la escucha.

José Luis Cortés (Santa Clara, 1951) es y no es una leyenda. A veces no se quiere por la lengua y genera controversias. Cuenta con legiones de admiradores y no faltan detractores. La más hipócrita y elitista de las aproximaciones a su personalidad artística es aquélla que prefiere que siga siendo un flautista de mérito y no un cultor de la música popular con el oído puesto en la gente de a pie. La realidad es otra: José Luis, el Tosco, el muchacho del barrio villaclareño del Condado, ha roto compartimentos estancos de tal modo que su concepción de la música articula e integra, en una indivisible unidad, la más pródiga imaginación con la tradición popular, el virtuosismo de la ejecución con la innovación conceptual, la continuidad y la ruptura.

La academia y la calle se dan la mano en su formación y crecimiento. De una asimiló los elementos técnicos, formales y culturales durante los años en que transitó por la enseñanza artística, incluida la Escuela Nacional de Arte; de la otra, el compromiso con una identidad. Gusta escuchar a Brahms, Chaikovski, el Mozart que escribió para la flauta, el samba y la bossa nova, y los maestros del jazz, con la misma innata pasión que pone al sumergirse en los toques sagrados y profanos de la cultura yoruba, la rumba y la conga callejera.

Completó su aprendizaje al dar los primeros pasos de vida profesional. Al recorrer su biografía, muchos ponderan, con razón, la presencia del Tosco en Los Van Van e Irakere, pero olvidan una breve pero fructífera estancia con la orquesta Aliamén, la mejor de las charangas villaclareñas.

La plenitud llegó con la fundación de NG la Banda, en 1988. Plena realización como compositor, orquestador, flautista, vocalista, promotor, formador y líder, todo a la vez. Si bien NG la Banda es, como toda orquesta, creación colectiva, el sello distintivo lo ha puesto él. NG es una criatura a su imagen y semejanza. El notable musicólogo Danilo Orozco lo intuyó premonitoriamente en el momento del salto al escribir: “La sui géneris orquesta NG La Banda puede considerarse como un auténtico nudo de cruces entre las tendencias predominantes hasta entonces y las que se perfilaban por otros derroteros”.

En la música cubana hay un antes y después de NG. Un antes que comenzó por una experiencia que no ha sido todavía estudiada como merece, aunque por fortuna la industria ha vuelto recientemente su mirada hacia ella. A la investigadora Rosa Marquetti (Desmemoriados) debemos, por ahora, el más documentado registro de lo que significó el antecedente inmediato de NG.

Se trata de cuatro discos de vinilo LP fechados en 1987 pero grabados 1986. El Tosco y el saxofonista y compositor Germán Velazco, ambos por entonces en la nómina de Irakere, fueron los convocantes, con la complicidad de una amiga musicóloga, lúcida, sensible e inteligente, Ana Lourdes Martínez Nodarse, que puso a disposición de los jóvenes los Estudios EGREM de la calle San Miguel. No es casual que Ana Lourdes sea la productora de este nuevo disco que comentamos.

Es bueno que esto se sepa para explicarnos mejor lo que ha sucedido en treinta años de NG. Y para tomar el pulso a la ofrenda musical reunida en este disco. Aquí se escuchan ocho piezas que resumen, en apreciable medida, la espiral ascendente de la trayectoria de la banda y la estética defendida y cultivada por su líder.

Siete de las composiciones reinterpretadas se deben a la autoría del propio José Luis y tienen, como punto de partida, una de las entregas que en los tempranos años 90 definió las nuevas claves que los bailadores querían hallar en la trama musical de la época: Echale limón. Por cierto, esta fue una temprana anticipación de los efluvios de la dicción rapera que por entonces llegaban a la isla.

Resulta indiscutible el anclaje de cada una de las obras, a la más pura tradición cubana, a partir de los géneros emblemáticos. Del cha cha cha (Cha Cortés) al mambo (Murakami mambo), del jazz afrocubano (la introducción de Santa Palabra) a la trova filinesca (la primera sección cantada de La fiera) a la conga (Los barrios de La Habana). Y en cada entrega, la transmutación de las esencias soneras, ésas que dieron base y fundamento a la música popular bailable cubana del siglo XX.

El orquestador y el compositor se complementan en concepto e interpretación: la manera de atacar los metales, de entrecruzar bases rítmicas (sin distraer al bailador), de armonizar y de vertebrar balanceadamente la estructura de cada pieza desembocan en una unidad de estilo ciento por ciento cortés.

Quien escuche (o baile) Vamos caminando asistirá a un hecho poco frecuente en la discografía: registrado en estudio, pareciera estar ante ejecuciones en vivo. A esto contribuye la cultura musical y técnica del ingeniero Maykel Bárzagas.

El crítico japonés Masakiko Yu escribió en el influyente diario Asahi Shimbun: “El ritmo cubano explota, quedo fascinado con la dinámica del concierto de NG la Banda: músicos auténticos y refinados. Es como tener el retrato de la Cuba más viva en una música de alcance superior”.

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