Jorge Cortés Ancona
Cuando los estudiantes de artes visuales presentan sus trabajos de titulación, por lo regular, deben incluir sus bitácoras del proceso creativo, donde incluyen apuntes, bocetos, fotografías y otros materiales, aun cuando no se hayan empleado en el producto final.
Algo similar sería interesante en los montajes teatrales. Una bitácora que dé a conocer los pormenores de la puesta en escena, sus antecedentes, desarrollo, problemas, cambios, imprevistos y logros. Dejar una memoria que permita observar el proceso de la propia obra con miras a que sirva de guía o comparación a otros proyectos similares y que ayude a entender situaciones del contexto teatral específico y artístico en general.
Dado que las puestas en escena tienen mucho de efímero y que sólo nos es posible atisbar una pequeña dosis de los montajes de otro tiempo, las formas de memoria y registro contribuyen a formar una idea aproximada de los hechos que han acompañado a estas creaciones culturales.
Un modelo a seguir en el aspecto explicativo de su trabajo teatral es Vicente Leñero, tanto en sus obras dramáticas como en sus memorias de trabajo. A la manera de George Bernard Shaw y de Rodolfo Usigli, Leñero escribió textos introductorios o epílogos a sus obras teatrales, donde explicaba su ideario y las justificaciones de su creación.
También documentó con amplitud en las tres series de libros “Vivir del teatro” (compilados posteriormente en un solo volumen) los procesos de creación y de montaje de cada una de las obras que escribió. En esas crónicas que presentan a la vez un panorama muy amplio de los modos en que se funciona el campo teatral mexicano, se puede conocer el modo en que trabajó con varios de los más importantes directores teatrales de México como Ignacio Retes, José Solé, Adam Guevara, Abraham Oceransky y Luis de Tavira.
En la mencionada compilación Leñero habla con soltura tanto de sus éxitos como de sus fracasos en el teatro y ofrece un panorama de la actividad teatral a lo largo de cinco décadas. Uno de los hechos a remarcar es la censura existente en México, que se da de una manera tortuosa y simulada, ya que Leñero vivió esos problemas con las obras teatrales Los hijos de Sánchez, El martirio de Morelos y Nadie sabe nada, sobre todo por motivos políticos. Pero en todos los casos recibió el respaldo de la comunidad teatral e intelectual de México, lo cual puede seguirse viendo como una estimulante actitud solidaria aun cuando hayan pasado muchos años de esos indebidos sucesos represivos.
Leñero sufrió la censura por El martirio de Morelos, al poner en entredicho la débil actitud y el triste papel del héroe de la Independencia de México al final de su vida. Pero como José María Morelos era uno de los personajes históricos más admirados por Miguel de la Madrid, el presidente en turno, el montaje de la UNAM fue censurado, aunque se logró realizar la temporada luego de presiones de la sociedad civil. Posteriormente el dramaturgo publicó un libro donde incluía el reportaje del caso, además de la misma obra.
Ese tipo de hechos quedan en la memoria para evitar que se repitan y para tener nociones de cómo oponerse a cualquier situación que impida la libre expresión artística. Sobre todo, para acceder a los modos en que se hizo posible trabajar teatralmente en los tiempos favorables y en los adversos.