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Russell tras las piedras rodantes

Pedro de la Hoz “En 1968, Ethan Russell, un larguirucho californiano recién salido de la universidad, vivía en un piso de Londres, carteles psicodélicos en la pared, botas maltratadas de color púrpura de Los Beatles arrojadas en una esquina, una cámara Nikon sobre la mesa. Se había mudado a Londres con la aspiración de convertirse en escritor, mientras trabajaba en un hogar para niños autistas a tiempo parcial”.

La descripción extraída de un diario de Filadelfia acerca de los orígenes de arte fotográfico de Russell, más inclinada al periodismo literario que a la realidad, introduce dos datos inexactos. Ni californiano ni seguidor de Los Beatles. Russell era un típico neoyorquino, y en cuanto al cuarteto de Liverpool, este no figuraba entre sus favoritos. Sus ojos y oídos estaban dirigidos hacia The Rollings Stones. Luego trabajó profesionalmente con The Beatles e hizo una de las fotos icónicas de Lennon y Yoko, pero su pasión tenía un nombre: la banda de Mick Jagger.

De ahí que resultara providencial su encuentro con el carismático Jagger, la empatía entre ambos y la subsiguiente propuesta para que el joven estadounidense integrara el equipo como fotógrafo entre 1969 y 1972. Un reportaje aparecido en el Sunday Times puntualiza: “La foto de Brian Jones, de Russell, junto a una estatua de Christopher Robin y agitando provocativamente el puño, encapsulan la naturaleza problemática del guitarrista encontrado muerto después en el fondo de su piscina. Pero son las fotografías de Russell de la banda en su gira por los Estados Unidos de 1969 las que proporcionan la visión más convincente”.

Esas imágenes catapultaron la carrera de Russell y conforman el núcleo de partida del libro de 250 páginas, Ethan Russell Fotografías: una monografía, que comenzó a circular a finales del año pasado, en una distribución ralentizada, pero no suspendida, a causa de la pandemia del Covid 19.

El volumen recoge imágenes de Los Beatles, Los Rolling Stones y The Who, publicadas por primera vez en un formato espectacularmente diseñado, con un ensayo introductorio del curador fotográfico Shannon Perich, del Museo Nacional Smithsonian de Historia Americana, y prologado por el colega de Russell, Neal Preston.

A los Stones el fotógrafo sacó lasca, al registrar no sólo lo que sucedía de cara al público, sino las interioridades de los ensayos y los camerinos, con expresiones gestuales reveladoras.

Pero, sin lugar a dudas, una de sus fotos más publicitada, la de Brian Jones, no lo fue por la composición artística en sí misma –Russell produjo otras mucho mejores– sino por la connotación trágica de la historia del personaje. Muchos coinciden en que antes que Jagger y Richards, el sello de los Stones se distinguía por la genialidad de Jones, intérprete de varios instrumentos. Al término de la grabación del cuarto álbum de la banda, Let it bleed en 1969, estos le pidieron a Jones que se hiciera a un lado, cosa que tomó con una mezcla de alivio y resignación, pues ya no sentía pertenecer al grupo. El consumo de drogas agrió su relación con los restantes músicos. En medio de tal proceso Russell realizó una sesión con Jones en el jardín de su casa. El músico fue hallado sin vida en la piscina, con los pulmones anegados de agua, el 3 de julio de aquel año. Aún se especula si se trató de suicidio, accidente u homicidio.

En el propio 1969, cuando no sabía si los Stones defenderían la titularidad de su desempeño fotográfico, Russell se presentó en el estudio londinense Twickenham, sin ser invitado; no obstante le permitieron captar las sesiones de Los Beatles para Let it be y se las agenció para testimoniar la que sería la última presentación en vivo de los músicos de Liverpool.

Ahora se sabe lo que ocurrió con esa experiencia por boca del propio Russell, quien además de publicar el libro antes mencionado, ha lanzado el talk show (tertulias abiertas y bien cobradas, por supuesto, a los asistentes), que bajo el título El mejor asiento de la casa (The best seat in the house) ha estado recientemente de gira por varias ciudades estadounidenses.

Al comparecer en el centro de arte Montalvo, de Saratoga, dijo que las sesiones de Let it be le parecieron “monótonas y tristes”, e intuyó que aquella historia “estaba llegando a su final”. Para el fotógrafo, Los Beatles no poseían “la chispa de Los Rollings Stones”, sin embargo, “me dejaron hacer sin problemas”. Alguien del público inquirió sobre el papel de Yoko Ono en la ruptura de la agrupación, pero Russell reivindicó a la artista visual japonesa: “Ella inspiraba respeto; nada tuvo que ver con el quiebre de Los Beatles; lamentablemente Yoko es una de las figuras más vilipendiadas en la historia del rock”. Cuando se orientó hacia las imágenes en movimiento, Russell fue llamado por ella para dejar constancia de un paseo con John Lennon, mientras ambos caminaban por el neoyorquino Parque Central. Las toman datan de un mes antes del asesinato de Lennon.

El fotógrafo se empleó a fondo, a partir de 1978, en la realización de audiovisuales promocionales de estrellas del complejo pop-rock, como Hank Williams Jr., Joni Mitchell, Leon Redbone, Rickie Lee Jones y Paul Simon.

Pero en el fondo siguió sintiendo nostalgia por su labor junto a los Stones. Sólo un episodio lo perturba: las tribulaciones del concierto de la banda el 6 de diciembre de 1969 en el autódromo abandonado de Altamont, California, que terminó con un homicidio y varias muertes accidentales. “Los músicos pecaron de ingenuidad al aceptar que el control estuviera en manos de los llamados Angeles del Infierno. Me di cuenta de que se iba a producir una implosión, pero no podía advertirles y pasó lo que pasó”.

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