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Cultura

Adiós a Oscar Chávez (1935-2020)

La primera vez que oí cantar a Oscar Chávez, fue en la cinta Los Caifanes (1967), la canción su voz y lo que sentí que era la escena romántica más bella y menos cursi del cine de esa época: Julissa y él, en la vecindad y la música de fondo con él cantando: “Tú y yo, nosotros dos, ahora, así, aquí viviremos fuera del mundo, fuera del mundo. Fuera del mundo…”.

Después de ver la cinta en el Peón Contreras, un domingo al mediodía, me di a la tarea de encontrar el disco de la película. Y lo encontré.

Y un día, alguien se quedó con él. Tiempo después mi hermana Mucuy lo encontró y lo llevó a la casa, un poco después, llegó con el disco donde venían La muerte del angelito, La niña de Guatemala y Hasta Siempre Comandante.

En 1972, escogimos Ya se murió el angelito, como parte de la música que interpretó Carlos Bojórquez con Los Hijos de la Naturaleza, para la obra de teatro: Mutación en solsticio de verano.

Al llegar a vivir a la Ciudad de México, acudí a verlo y oírlo cantar a La edad de oro en la colonia San Rafael, con su Cía. de Cabaret Político, en la cual se encontraban muchas actrices y actores de Héctor Azar y Virgilio Mariel.

Un día cerró este espacio. Tiempo después abrió sus puertas el Café Colón en la avenida Reforma, y regresamos a verlo y oírlo muchas veces.

Una noche que comenzó al caer la tarde, en un barecito de la Zona Rosa llamado El Camelot, donde se cantaban boleros; Blanca Sansores, Eduardo Vega y yo, continuamos la parranda en El Chato’s y para poner punto final caímos en el Café Colón.

Estando allí, nos enteramos que ese era la última noche del Café Colón. Así que abrevamos hasta la última gota de esa noche maravillosa de boleros, rumbas y sátiras políticas y de ahora viviremos fuera del mundo.

Varias veces lo oí en el Auditorio Nacional, con llenos completos, en más de una ocasión se abrían nuevas fechas.

Oscar Chávez se convirtió en el capitán de muchas aventuras de mi primera adolescencia, la que compartí con Ariel Avilés, mi hermana Mucuy, Carlos Lores, Charo Guillermo y Elvia Rodríguez, y otros más de cuyos nombres no me acuerdo, ya fuese en el Cementerio General de Mérida cantándole a los muertitos, o realizando “caifanadas” divertidas en una ciudad que dormía temprano y se aburría de luna en las madrugadas.

Oscar Chávez se fue pero se queda, se queda en el corazón del recuerdo, en sus canciones y sus sátiras políticas, en sus películas y en su sonrisa franca y abierta como su compromiso social y político.

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