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Cultura

Pedro de la Hoz

No exagero si califico al venezolano Aquiles Nazoa como uno de los intelectuales más originales de la América Latina hacia la medianía del pasado siglo, por el amplísimo espectro de su obra en prosa y verso, y el registro temático que lo llevó de la exaltación lírica al más corrosivo humor.

Habrá que contar también con su permanente vocación antisistémica –“el capitalismo es muy bonito para el capitalista; el pobre que se fastidie o que vaya a jugar un partido con la ilusión de batear un jonrón aun sabiendo que el árbitro, con cara de banquero, siempre le cantará strikes para sacarlo del juego”– y reiteradas posiciones levantiscas ante todo lo que oliera a atadura dogmática o sumisión ideológica.

El centenario de su nacimiento el 17 de mayo de 1920 lo trajo de regreso, aunque no estoy seguro de que alguna vez se haya ido de la memoria de su pueblo y públicos que en diversas estancias del continente valoraron su producción.

En Cuba, por ejemplo, el costado humorístico de Aquiles fue apreciado gracias al notable y singular ejercicio de Luis Carbonell, inclasificable criatura de la escena que hizo de la declamación un arte diferente y de la narración oral una especialidad inimitable.

Luis puso en gesto y voz los versos de Nicolás Guillén y el puertorriqueño Luis Palés Matos, las estampas de su coterráneo Félix B. Caignet (el de El derecho de nacer), los cuentos del mexicano Juan José Arreola y respondía cada vez que las audiencias pedían En el clú, de Nazoa.

En esta deliciosa estampa satírica, Luis hacía los dos personajes que dialogan en el demoledor texto de Aquiles: dos señoras de la burguesía caraqueña que se encuentran en el Country Club y dan rienda suelta a la pedantería, la ignorancia, la ridiculez y la ausencia de sensibilidad que caracteriza a los nuevorricos. En un momento, una le pregunta a la otra si, para ponerse al día, fue al estreno de la ópera y esta responde: “No, a mí no me gusta dormir fuera de casa”.

Aquiles se empinó desde la nada. En la adolescencia aprendió francés e inglés, idiomas que le facilitaron una plaza de guía turístico en el Museo de Bellas Artes de Caracas en 1938. A la vez se inició en el periodismo. El diario El Universal lo envió a Puerto Cabello, donde una crítica a las autoridades locales, negligentes en el combate a la malaria, lo llevó a la cárcel. En los años 40, de nuevo en Caracas, animó un espacio en Radio Tropical e inauguró la columna Por la misma calle, en El Universal, la cual simultaneó con la sección A punta de lanza, firmada con el seudónimo Lancero, en el diario Últimas Noticias. Entretanto se incorporó al semanario satírico El Morrocoy Azul, donde los lectores siguieron con fruición las descargas de un tal Jacinto Ven a Veinte, otro heterónimo de Nazoa.

En 1945 apareció en Caracas su libro El transeúnte sonreído. Durante estos años, colaboró igualmente en las revistas Élite y Fantoches, la segunda de las cuales dirige por cierto tiempo. Dos años después publicó El Ruiseñor de Catuche y Marcos Manaure. Cuando en 1953, El Morrocoy Azul pasó al control del gobierno, marchó hacia una revista mucho más crítica, El Tocador de las Señoras. Se volvió un ser incómodo para la dictadura de Pérez Jiménez y su policía política, por lo que se exilió.

Cuando retorna a Caracas en 1958, colaboró en la revista Dominguito, fundada en febrero por Gabriel Bracho Montiel y en marzo de 1959, crea junto a su hermano Aníbal la publicación humorística Una Señora en Apuros, que tampoco le atrajo el favor de la clase política dominante.

La compilación Humor y amor de Aquiles Nazoa, de 1970, es todavía un referente de su caudalosa e ingeniosa obra. Además dio a la imprenta monografías y estudios como Cuba, de Martí a Fidel Castro (1961) y ensayos como Caracas, física y espiritual (1967), obra que ganó ese mismo año el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, Mirar un cuadro y Humorismo gráfico en Venezuela.

Textos suyos llegaron a la canción mediante el folclorista venezolano Simón Díaz (el de Caballo viejo) y el chileno Horacio Salinas, director del grupo Inti Illimani, y dejó una huella en el cine, al colaborar en 1950 con el realizador argentino Carlos Hugo Christensen en el guion de la película La balandra Isabel llegó esta tarde, protagonizada por Arturo de Córdova. Un accidente de tránsito en 1976 truncó su vida.

Todos recuerdan al gran humorista. Las nuevas generaciones ríen con aquellas ocurrencias suyas que rebasaron situaciones circunstanciales. Pero al que antes, ahora y posiblemente mañana traigan muchos a la memoria es al Aquiles de un poema estremecedor, Credo, por su intensidad humana.

Aquí reproduzco los últimos versos de esa composición:

Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia,

creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar;

creo en un barco esbelto y distantísimo

que salió hace un siglo al encuentro de la aurora;

su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles,

junto a sus sienes un resplandor de estrellas,

creo en el perro de Ulises,

en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas,

en el loro de Robinson Crusoe,

creo en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta,

en Beralfiro el caballo de Rolando,

y en las abejas que laboran en su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero,

creo en la amistad como el invento más bello del hombre,

creo en los poderes creadores del pueblo,

creo en la poesía y en fin,

creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.

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