Luis Carlos Coto Mederos
Rafael María de Mendive
Nació el 24 de octubre de 1821 en La Habana, Cuba.
Destacado intelectual comprometido de palabra y de hecho con la justa causa liberadora de la segunda mitad del siglo XIX.
Literato, poeta y eminente educador de vasta cultura.
En “Doscientos años de poesía cubana” nos dice su autor Virgilio López Lemus:
“La perfección formal y el sentido de la musicalidad, caracterizan la obra lírica de Mendive, a veces más recordado por haber sido maestro de José Martí, que por su legítimo valor como poeta”.
Murió el 24 de noviembre de 1886, en La Habana.
1068
La pensativa
¿Qué piensas melancólica hermosura
cuando fijas absorta tu mirada
en esa margarita deshojada,
imagen de un amor que fue locura?
¿Qué piensas cuando besas con ternura
sus hojas, y febril y apasionada
encierras en su cáliz congelada
de tu vida la lágrima más pura?
¡Qué esperas! ¿Pero a qué te lo demando,
si tu frente se dobla pensativa
al peso de recuerdos opresores;
si encadenada estás, si estás llorando,
y en brazos del dolor te ves cautiva
sin porvenir, sin patria y sin amores?
1069
Último canto
Ni temo el odio, ni el desdén me irrita,
ni late el corazón, ni el alma inquieta
con la imagen de un lauro de poeta
goza feliz; ni férvida palpita:
El fuego de la gloria no me agita,
ni está mi vida a la ambición sujeta;
mi más bella ilusión es cruel saeta,
mi esperanza mejor es flor marchita.
Versos… delirios… lágrimas… anhelos…
Nubes y nieblas son en mar sombrío;
ni espero bien, ni de mi amor me duelo;
sus alas plega el pensamiento mío,
y fijando los ojos en el cielo
tan sólo en Dios y en su bondad confió.
1070
Tu imagen
De palmas y de estrellas coronada,
de flores y de céfiros vestida,
entre el cielo y la tierra confundida
tu boca es miel y es gloria tu mirada:
De Dios imagen para mi formada
eres ángel de mi alma, y de mi vida,
blanca perla de un libro desprendida,
pluma suave de un cisne en la cascada.
Como rayo de Sol en agua pura,
o en cielo azul estrella que enamora
mi espíritu se goza en tu ternura;
me cubro con tu sombra bienhechora,
tus huellas sigo, admiro tu hermosura
y en dulce paz mi corazón te adora…
1071
Soneto
Es a veces amor profunda hoguera,
a veces hielo deslumbrante y frío,
a veces nube de ardoroso estío,
a veces flor de hermosa primavera:
Es de esperanza fuente placentera,
es de la duda, piélago sombrío
donde van a morir cual manso río
al mar, los sueños de la edad primera.
Todo lo cubre su esplendente velo,
todo lo enciende y de pasión lo inflama,
y al mismo infierno lo convierte en cielo;
pero el divino encanto de su llama
no quiere Dios que sirva de consuelo,
ni a viejo verde, ni a provecta dama.
1072
Ausencia y recuerdos
No es, no, de amor la pena que me abruma,
no es de celo la fiebre que me abrasa,
no es de acero el puñal que me traspasa,
ni es de fastidio mi dolor, en suma:
Es una imagen leve como espuma,
que vive en mi alma y de mi ser no pasa,
y que está siempre cual flotante gasa
suspensa entre mis ojos y mi pluma;
Un vago sentimiento, una memoria,
mezcla feliz de lágrimas y horrores,
de afán supremo y borrascoso duelo:
La ausencia en fin del centro de la gloria;
el recuerdo de Cuba y de sus flores,
y el adiós de sus palmas y su cielo…
Anselmo Suárez Romero
Escritor cubano que destacó por la publicación de novelas y artículos de carácter pedagógico, jurídico y de crítica literaria.
Nace en La Habana el 21 de abril de 1818. Estudió Derecho en el Seminario San Carlos. Por la ruina de su familia se dedicó al magisterio e impartió clases en distintos colegios. Publicó muchos artículos de costumbres, reunidos en 1859 en un volumen, Colección de Artículos, importantes por las observaciones de la naturaleza y el cuidado de su estilo. Escribió dos novelas: Carlota Valdés, publicada en El Album (1833), y Francisco, que apareció muchos años después en Nueva York (1880).
Murió en La Habana el 7 de enero de 1878.
1073
El preludio
Nunca versos canté: ni el sol brillante
de mi patria adorada cuando asoma
sobre la ceiba grande de la loma,
ni el resplandor de estrella rutilante,
ni el agua de los ríos murmurante,
ni aquel áureo matiz que acaso toma,
ni de la flor gallarda el suave aroma,
ni música de palmas extasiantes.
Ni mágicas palabras que algún día
pude escuchar de una mujer amada,
ni sueños santos de virtud y gloria,
ni horas amargas, ni horas de alegría,
lograron de mi cítara callada
el pobre son que exhala a tu memoria.