Emiliano Canto Mayén
En el palacio del emperador Gao Xin, en el salón del trono, rodeada de columnas y leones de piedra, la única hija del monarca acariciaba a Pan Hu, el más fiel de los perros de su padre. La princesa era hermosa y el mastín lamía sus manos.
Pan Hu era el más noble de la jauría: su inteligencia vencía todos los obstáculos, su olfato era infalible y la fuerza de sus fauces le había permitido vencer a tigres y llevar rinocerontes a su amo. Entonces, las orejas de este perro maravilloso presintieron la entrada de Gao Xin y se hincó, con respeto, para saludar al emperador y su corte.
Llegó Gao Xin, rodeado de soldados, consejeros y escribas y lamentó la guerra que, injustamente, le hacía, desde las montañas, el fiero Fang, jefe de los Quanrong; esta tribu asolaba los campos de cultivo, esclavizaba a sus vasallos y devoraba el fruto de su labor.
Estas calamidades orillaron al Emperador a publicar el decreto número 1983 en un ejemplar extraordinario del Diario Oficial del Imperio sin Nubes. De acuerdo con el artículo 3º, inciso sexto, quien le entregara a Gao Xin, la cabeza del bandido Fang, recibiría como recompensa la isla de Guo Guo, la montaña Guangze y la divina mano de su hija, en matrimonio.
Pan Hu esperó hasta que Gao Xin, su hija y funcionarios abandonaran la columnata de altos dinteles y partió a la montaña de los Quanrong, atravesando barrancas, bosques y ríos y llegó a la fortaleza inexpugnable del señor Fang, para sentarse después ante sus puertas. Fang vio a Pan Hu y rió soberbio: “Hasta el mejor de los perros de Gao Xin lo abandona para servirme en la guerra. Abran las puertas y que esa bestia traicionera coma las sobras de mis banquetes”.
Se obedeció la orden de Fang y se organizó un festín con triunfales licores de mijo y arroz para los soldados, vino de uva para las damas y de palma para los guardias que, embriagados, olvidaron a sus enemigos y a sus flechas envenenadas. Pan Hu se negó a probar un solo bocado y, a carcajadas, el caudillo Fang lo retó: “¡Cuando tengas hambre, te arrastrarás a mis pies, perro de Gao Xin!”.
En la madrugada, cuando la fortaleza dormía ebria, Pan Hu se lanzó al lecho de Fang y lo decapitó, en silencio, como una pantera.
Pocos días después, regresó Pan Hu al palacio del emperador y, cuando depositó junto a los pies de Gao Xin la cabeza de Fang, el mastín adquirió el don de habla y su cuerpo se transformó en el del más hermoso guerrero de todos los reinos. Tan sólo su cabeza se mantuvo como la del canino más fiero y, ante los ojos sorprendidos del monarca, su hija y el pueblo, Pan Hu fue venerado como un Dios triunfal.
Tal y como estipulaba el decreto 1983 del Diario Oficial, se entregaron, por intercesión de notario público, a Pan Hu las escrituras de la montaña Guangze, la isla Guo Guo y, pasado el tiempo, junto con su esposa, procreó doce semidioses que fundaron las tribus Man, Miao, She y Yao, que aún habitan las tierras del Sur.