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Cultura

'De aquí soy”

José Díaz Cervera

III y última

Todo poema tiene aspectos auto-referenciales, que no dicen otra cosa que lo que expresan sus palabras; detrás de una imagen como “la negrura secreta de la leche” no hay nada más que la negrura secreta de la leche. El error está en creer que el poema dice “amarillo” para decir “soledad”, o “me duelen las uñas” para decir “tengo sueño”; la confusión deviene de la propia virtud del poema que excita la imaginación del lector y ésta pone en ebullición sus emociones.

El artilugio de un texto consiste en hacer que el receptor vaya mucho más allá de lo que el autor le propone. Por eso la poesía se debe leer con la imaginación mucho más que con el entendimiento que, por lo demás, entra a escena a destiempo y una vez que ha acontecido la experiencia estética.

Como quiera, la buena poesía no se centra en la simple expresión de las emociones del autor, sino en el problema humano que las produce y las reproduce mediante una serie de artificios verbales. Un poema es la expresión de un sujeto conmovido por algo que le sucede al mundo o quizá, más exactamente, por algo que no le sucede al mundo.

En “Cincinnati…” –ya se dijo– lo que hay en la superficie es un recuento de instantes y situaciones, pero éste no parece estar tan animado por la memoria como por la imaginación, más allá de que mucho de lo que se nos dice tiene todo el aspecto de la experiencia personal vital y directa. Un buen ejemplo de ello lo constituyen los poemas de tema erótico-amoroso en los que se puede advertir una corriente interna en la que todo parece estar determinado por la soledad de quien está viviendo en la duermevela de su propia condición radicalmente fronteriza.

Hay algo en el encuentro de dos extraños que además están permeados por su propio extrañamiento y son como dos aves sombrías que solo se presienten a partir de las pocas certezas que ofrecen la oscuridad y la blancura: “(ella) Tenía la voz de una mujer descalza.”. En la precariedad, acontece un descubrimiento sobrecogedor: la memoria atesora de mejor manera nuestras emociones más internas y no nuestras sensaciones más inmediatas, por eso Iris afirma: “… y ahora ves en la ventana su reflejo, sin saber que eso será lo que recordarás después”.

Ante la imposibilidad de reducir la existencia a un “ahora” y un “aquí” que solo parecen existir como conceptos de una realidad sin persistencia, el poeta solo puede responder con la convicción de su fe en el poema, circunstancia que le permite atemperar su condición de hombre que observa el mundo desde la posición ambivalente del que mira a través de una ventana.

En un “hoy” que es ayer y que interpela a la eternidad y en un “aquí” que siempre aspira a conquistar la condición de “no lugar”, “Cincinnati…” se cuartea para dejarnos ver las preocupaciones más profundas de su autor. El recuento se desdice, el recuerdo se deslava y poco a poco todo en el poemario se “desrealiza” y se convierte en negación: “… voy a negar la casa. // No admitiré que estoy compuesto de oquedades.” (…) “No es este el sitio / de decir lo que uno extraña. // No es aquí.”

A final de cuentas, y con la sola certeza de su propia incertidumbre, el poeta lleva hasta sus últimas consecuencias su jugueteo con la deixis. No hay un “aquí” para extrañar, pero sí un “aquí” para ser, más allá de cualquier referencia objetiva.

Iris adivina que hay un “aquí sin ahora”, un “aquí poético” en el que se descubre y cifra su pertenencia. Su despedida es también una bienvenida: “Soy de aquí”.

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