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Cultura

Amos Tutuola y la novela que asaltó al mundo

Pedro de la Hoz

Si la literatura nigeriana ha logrado penetrar de alguna manera a los lectores de otras partes del mundo, si conquistó el codiciado Premio Nobel mediante la obra de Wole Soyinka, si autores como Cyprian Ekwensi y Chinua Abebe alcanzaron notoriedad, si hoy las editoriales disputan el fichaje de Ben Okri y Chimamanda Ngoze Adichie, se debe a que hubo una llamarada inicial, prendida por un hombre que a los 33 años de edad dio a conocer su primera novela, El bebedor de vino de palma.

Ese hombre se llamó Amos Tutuola y este 20 de junio no solo sus compatriotas sino escritores, académicos, críticos y lectores de aquí y allá lo recuerdan en el centenario de su nacimiento en Abeokuta, ciudad a orillas del río Ogún, en pleno territorio yoruba.

Sus padres trabajaban en una pequeña plantación de cacao. Convertidos al cristianismo pudieron enviar a Amos a la escuela, pero por poco tiempo, apenas seis grados; la muerte de su progenitor lo lanzó prematuramente al mercado laboral: aprendiz de herrero, mensajero, repartidor de pan, modesto empleado público. Eso sí, leía cuanto le caía en las manos, escuchaba a los mayores y estimulaba su imaginación.

En 1947 plasmó en el papel un párrafo que más tarde cambiaría su vida y el curso de las letras de su país: “He sido un bebedor de vino de palma desde que tenía diez años. No he hecho otra cosa en mi vida que beber vino de palma. En aquellos tiempos el único dinero que conocíamos eran los caracoles, así que todo era muy barato y mi padre era el hombre más rico del pueblo. Mi padre tenía ocho hijos y yo era el mayor. Todos los otros trabajaban muy duro, pero yo era un maestro bebiendo vino de palma. Bebía vino desde por la mañana hasta por la noche y desde por la noche hasta por la mañana. Ya en aquellos tiempos no podía beber agua corriente, sino vino”.

Escribió en el inglés literario que estaba a su alcance –después de todo no era su idioma materno– y lo permeó de giros lexicales con que los suyos se habían apropiado del lenguaje del colonizador, pero sobre todo con la fuerza de los mitos transmitidos a viva voz o inventados por cuenteros como él mismo.

Solo así se explica que el protagonista de la novela se lanza a una aventura infinita, misteriosa y festiva, insólita y real a la vez, cuando se entera que el sangrador de vino –el que extrae la materia prima para la bebida– ha muerto –el protagonista se niega a creer en el fatal suceso– y lo busca por los lugares nunca antes frecuentados.

El escritor envió su novela a la editorial londinense Faber & Faber, que le pagó una miseria. Circuló inicialmente en Nigeria e Inglaterra. Recepción procelosa. Desde ataques de sus connacionales, todavía sometidos al yugo colonial, que se dolían por pensar que demeritaba la dignidad de los nativos, hasta juicios condescendientes por parte de críticos británicos con aire de perdonavidas.

Todavía en 1967, cuando la novela era un suceso editorial sostenido y sin precedentes en más de cuarenta países a lo largo de década y media, el crítico Martin Tucker expresó: “Los nigerianos lo consideran como un primitivo que no muestra ningún deseo de salir de su hábitat primitivo. Sin embargo, es probable que con el tiempo se vea como un verdadero talento, no solo como un fenómeno que introdujo las barbaridades exóticas de la selva africana en los salones del mundo”. A regañadientes, a deshoras y desde una visión falseada, por lo menos reconocía que Tutuola era mucho más que un fenómeno.

A quienes no comprendieron el lenguaje del autor nigeriano, el poeta ugandés Taban Li Liyong respondió con audacia: “¿Escribe Tutuola fuera de la gramática? Sí. Pero James Joyce está más fuera de la gramática que Tutuola. ¿No destrozó el inglés mucho más James Joyce? La obra de Mark Twain, Huckleberry Finn, está escrita en nueve dialectos. Está considerada un clásico. Aceptamos su incorrecta gramática y la olvidamos para superarla e indagar sobre lo que Mark Twain nos quiso contar”. Mucho antes, el célebre poeta inglés Dylan Thomas, quien conoció la novela antes de morir, dejó su dictamen: “Esto es literatura, de la mejor que pueda leerse en estos tiempos”.

Entretanto, El bebedor de vino de palma continuó su marcha. Alguien comentó hace poco, con términos usuales en nuestros días, que fue la primera novela viral nigeriana por su irradiación universal. No al nivel de esta, pero con buena acogida, Tutuola conquistó lectores con obras sucesivas como Mi vida en el bosque de los espíritus (1954), Simbi y el Sátiro de la jungla oscura (1955), La valiente cazadora africana (1958), La bruja herborista de la ciudad remota (1962) y Ajaiyi y su miseria heredada (1967).

En México gustó El bebedor… desde que se tradujo al español a finales de los años 60. Fue como si al otro lado del Atlántico refulgiera otra cara posible del realismo mágico de Juan Rulfo.

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