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Cultura

Emiliano Canto Mayén

Veinte siglos antes de nuestro tiempo, se rompieron los cauces del mar y se abrieron las puertas del cielo. Con una sed insaciable, las aguas tragaron gran parte de lo vivo sobre la tierra; en el valle central del país que hoy llamamos China, los ríos salieron de sus cauces, los campos de cultivo se inundaron e incontables ciudades fueron enterradas bajo avalanchas de lodo.

Una tribu cuyo nombre se ha perdido, desesperada por salvar su vida, recurrió al más hábil de sus hombres, un joven llamado Yu. Los ancianos lo escogieron por su prudencia, los guerreros por su fuerza y los eruditos por su saber. Todos juntos, en asamblea, pidieron a su nuevo líder que controlara las aguas, devolviera los ríos a su cauce y guiara a su pueblo a una tierra fértil y próspera.

Yu marchó acompañado con las mujeres y hombres más decididos, valientes y osados. Durante trece años luchó, estudió y venció los más inconmensurables obstáculos; aunque, sus triunfos y derrotas lo envejecieron prematuramente: de tanto caminar se desgastaron sus rodillas, de tanto llorar su vista se volvió imprecisa y, de tanto preocuparse, encanecieron sus cabellos.

A pesar de su cojera, canas y presbicia, Yu ganó la amistad, luego de innumerables acertijos, de dos de los más fantásticos seres de la creación: Una tortuga cuyo caparazón sostenía cinco cordilleras y un hermoso dragón de piel de jade y ojos de fuego. Con estos aliados, Yu ideó el plan más ambicioso de todos los tiempos. Llamó al poderoso dragón y le ordenó que, con su cola, marcara un surco ondulante entre las montañas y los valles que desembocan en el vasto océano. A la tortuga, grande como diez mil palacios, Yu le pidió que apisonara las riberas de la zanja encauzada por el reptil emplumado para evitar deslaves y tragedias.

Los animales que causaban temblores al tocar la tierra, obedecieron, y, al salir al océano, se transformaron en los señores del cielo y de las aguas: el dragón voló al trono de las estrellas y la tortuga nadó hasta el fondo de los mares. Por su parte, Yu recibió el nombre de El Grande y fundó Xia, la dinastía más antigua y legendaria de todas.

Cuarenta siglos después, los arqueólogos buscan, sin cesar, los rastros del pueblo de Yu y, a pesar de que aún no se encuentra ni el palacio ni la tumba de El Grande, los chinos todavía erigen, en los islotes de los ríos caudalosos, estatuas de este emperador mítico, del poderoso dragón de los cielos y de la gran tortuga de los mares.

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