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Cultura

No se equivocó Guastavino

Pedro de la Hoz

Al escuchar las canciones de Carlos Guastavino en la voz de Letizia Calandra, sostenida por el piano de Marcos Madrigal, concluí una vez más que el compositor argentino no hizo más que reflejar el mundo que le era propio con las dos armas mejores a su disposición: talento y sentido de pertenencia.

Guastavino es y será él, y no hay por qué colgarle un epíteto que, queriéndolo ensalzar, lo disminuye: el Schubert de la Pampa. Quién lo diga, consciente o inconscientemente, incurre en el pecado eurocentrista. (A nadie, por cierto, se le antoja decir que Schubert es el Guastavino de Europa).

Calandra y Madrigal se unieron en la realización del disco Guastavino Song Cycles, publicado en plataformas digitales el último mayo y con distribución física el próximo agosto a cargo del sello neerlandés Brillant Classic, para promover una obra consistente que conectó un muy definido perfil identitario con la modernidad de su época. Al hacerlo con madurez y hondura, la obra de Guastavino, cuando es interpretada como se debe, y lo hacen Calandra y Madrigal, trasciende a todas las épocas.

Hubo sugestivas motivaciones. La cantante italiana declaró a los oyentes potenciales: “Nunca estuve en Argentina, pero cantar estas obras ha significado viajar al corazón de ese país y su cultura. En esta Argentina llena de nostalgias encontrarán vuestros recuerdos, vuestros lugares secretos, vuestros amores y descubrirán la conmovedora belleza de una flor, o de un jardín abandonado, y de todo lo que hoy, más que nunca, necesitamos”.

En el caso de Marcos Madrigal, la apuesta se debe a lo siguiente: “Aunque algunas de estas obras son bastante conocidas, la mayor parte de las piezas vocales de Guastavino todavía hoy no forman parte habitual de los programas de concierto y proyectos discográficos. Esto, unido a la belleza, poesía y refinamiento de estas obras, me han llevado a proponerme dedicar varias producciones discográficas al vasto catálogo de este gran compositor latinoamericano”.

Guastavino (1912-2000) en Argentina dejó una huella comparable a la de Silvestre Revueltas y Carlos Chávez en México. A lo largo de su vida escribió cerca de 350 obras para los más diversos formatos. En una ocasión le preguntaron por qué tal cantidad: “Es que mi cerebro está hecho de música”. Al repertorio orquestal aportó Suite argentina. Cuando Madrigal habló de la devoción por Guastavino, tenía en mente el vastísimo repertorio para el piano, que incluye una ejemplar sonata.

Pero, como afirma su compatriota, el profesor Roberto Sebastián Cava, hay que distinguir particularmente sus canciones de cámara: “En ella está el sello de su alma. No es un músico folklórico. Alguna vez pude comentar que se recostó suavemente en el folklore argentino. Le dio a su música algo muy difícil de explicar. No es tristeza sino nostalgia. Ella está en cada una de sus canciones y la añoranza no cabe en las palabras sino en la misma escritura. Una canción de cámara es algo así como un conversar pausado, afectuoso. Las canciones de Carlos Guastavino pertenecen a la música culta argentina y sus creaciones tienen encanto y sencillez”.

Como voraz lector que fue, el compositor halló en la poesía fuente de inspiración para su obra vocal. Quizá la canción más popularizada de Guastavino sea Se equivocó la paloma, con versos del español Rafael Alberti, a quien conoció durante el exilio de este en Argentina, adonde fue a parar luego de la instauración del régimen franquista. De esa canción existen numerosas versiones, entre las más entrañables para mí las del cubano Bola de Nieve y el español Joan Manuel Serrat.

No es la única apropiación musical de Alberti. En el disco que comentamos se halla, además de la reconocida pieza, un ciclo de siete composiciones, con poemas tan sustanciales como Jardín de amores, A volar y Geografía física.

El fonograma comienza con un ciclo paradigmático de la producción del compositor, Flores argentinas, a partir de los versos de León Benarós, poeta, crítico de arte, historiador y abogado, amigo de Guastavino, conocido en la región, sin embargo, por la letra de La tempranera, la samba lanzada al mundo por Mercedes Sosa. Cada una de las flores se abre a la sensibilidad del oyente, gracias a la manera en que Calandra y Madrigal afrontaron la entrega. Ella posee una voz cálida, probada en sus incursiones en la escena lírica italiana. Más eso no es determinante, sino la interiorización de la atmósfera y el subsuelo de cada canción: la acentuación precisa, el color adecuado, la inflexión puntual.

Me satisface que Letizia Calandra sea la intérprete de las canciones de Guastavino, puesto que, salvo excepciones, como la de la mezzosoprano estadounidense Ana Guigui, al argentino lo interpretan mayoritariamente tenores y barítonos, cuando no existió de su parte una expresa indicación para que así fuera.

Del cubano Madrigal habría mucho que decir. Es un pianista todoterreno, con una ascendente y convincente carrera internacional, con focos en Roma y La Habana. Dista aquí de cumplir la función acompañante al integrarse plenamente al espíritu de composición, pulir cada detalle y tener, al mismo tiempo, el tino de colocar en primer plano la voz de la cantante. Pronto comentaremos otra ofrenda suya que está al salir, con el Hemisphaeria Trio.

Si en el poema la paloma de Alberti se equivocó, Guastavino no, y de ello dan fe Letizia Calandra y Marcos Madrigal. Sus canciones permanecen.

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