Luis Carlos Coto Mederos
Ricardo del Monte
Nació el 30 de julio de 1828 en el poblado de Cimarrones, provincia de Matanzas, en el cual vivió hasta los once años de edad, cuando fue enviado por sus padres a La Habana. Más tarde vivió cinco años en Estados Unidos, donde prosiguió su instrucción en un colegio jesuita. Desde pequeño estudió las lenguas griega y latina.
Escritor, periodista y traductor cubano. Colaboró en relevantes publicaciones como La Aurora de Matanzas, El Siglo y El Triunfo. Su nombre figura entre los críticos ineludibles de la historia de la literatura cubana. Estuvo vinculado a la política a través del autonomismo.
Falleció en La Habana el 9 de julio de 1909.
1102Vida del arte
El jardín de Verona, el balconaje
enramado de verde filigrana;
la niña, presa de pasión temprana,
suelto el cabello y desceñido el traje.
El granado inmortal que su follaje
con flor y estrellas rojas engalana;
tardío ruiseñor o alondra ufana
trinando en la penumbra del paisaje;
duran sin caducar, y confundiendo
con la ideal efigie de Julieta
su deleznable realidad, reviven.
¡Oh torpe que te engríes presumiendo
escarnecer los sueños del poeta,
tú morirás. Sus sueños sobreviven!
1103Comentando a Argensola
Ciego, ¿es la tierra el centro de las almas?
Soneto de Argensola
De siglo en siglo el lastimero grito
de la conciencia universal resuena:
¿por qué tantos delitos sin condena?
¿por qué tantos suplicios sin delito?
Vano clamor, se apaga en lo infinito
como el fragor del piélago en la arena;
nada responde a la razón serena
la ciencia nueva o el vetusto mito.
Y en tanto que el espíritu en la muda
inmensidad del ideal explora
y busca y busca el centro de las almas,
se mece, antorcha sepulcral, la duda
sobre el abismo que a la par devora
manos inicuas y triunfales palmas.
1104Edén perdido
Sobre la yerba del jardín lozana
dejan caer sus pétalos las rosas,
llueve el jazmín estrellas olorosas,
dobla el clavel su pabellón de grana.
Dora el ambiente el sol de la mañana,
pero en las enramadas silenciosas
para nadie se esparcen deliciosas
mieles y aromas de la Flora indiana.
¡Que lujo de fragancia y de colores
pródiga quiere malgastar natura,
difunto el dueño, en su jardín desierto!
¡Ay! para mí más lástima, Dolores,
sentir junto al Edén de tu hermosura
venda en los ojos y en mi pecho un muerto!
1105II
Clama Antonio: ¡No más! Cleopatra ansía
todo el vaso apurar, mas él la impide,
y apartando la espléndida clámide,
ase el cáliz de rica orfebrería.
Porque tu fe perdure sin falsía
más que ese olor que el ánfora despide,
que me dejes beber mi amor te pide
esta mitad que por derecho es mía.
Fundiste la mejor joya del orbe
en el licor que Anacreonte amaba
y que en sus versos destiló su aroma.
¡Regio regalo! Mas tu copa hoy sorbe
más, algo más: mi gloria que aquí acaba,
y la silla imperial que pierdo en Roma.
1106Cleopatra y Marco Antonio
La reina de los frívolos antojos
en el festín con báquica apostura
se levanta. Pasión, fiebre y locura
arden en los abismos de sus ojos.
Manda, y la Nubia esclava ya de hinojos,
en almirez de pórfido tritura
la regia perla. El polvo que fulgura
del vino escarcha los reflejos rojos.
Quiero, Antonio, brindar, dijo, en el suave
néctar de Clío revolviendo, altiva,
la más preciada prenda de su erario.
¡Que mis culpas de amor la muerte lave,
y Cleopatra en tu gloria así reviva
blanca y perenne como el mármol pario!
1107Safo II ¡Vanos mis ruegos y mi lloro han sido!
A ti me acojo, Léucades bravía,
Safo en tu sirte milagrosa fía
que le dará la muerte o el olvido.
¡Duélate mi pasión, diosa de Gnido!
y si en hora feliz la lira mía
vibró en tu prez, mitiga en mi agonía
el amargor de mi postrer gemido.
¡Hijas de Lesbos! Si mi cuerpo inerte
llevase a vuestros pies la onda traidora,
cubridlo de verbenas y amarantos,
¡y aplaque en él su cólera mi suerte,
pero el fuego que el mar apague ahora,
rojo esplendor irradiará en mis cantos!