Luis Carlos Coto Mederos
Juan Cristóbal Nápoles y
Fajardo (El Cucalambé)
Nació el 1 de julio de 1829, en la Tunas, Cuba.
Poeta repentista cubano. Reconocido como la figura nacional más prominente de la espinela en el siglo XIX, cumbre del siboneísmo y el criollismo literario.
Durante su trayectoria como poeta y repentista, también desempeñó algunos oficios como periodista, editor, dramaturgo y pagador de obras públicas.
Viviendo en Santiago de Cuba desapareció sin dejar huellas a la edad de 32 años, cuando corría el año 1861.
1114
A Julia
Si la brillante luz que el sol fulgura
en lóbrego color se convirtiera
y el claro azul de la celeste esfera
se trocara también en sombra oscura;
Si deshecho en pedazos, de la altura,
el final de la noche descendiera,
y vagar por el orbe no se oyera
el soplo tenue de la brisa pura;
Si en breñal se tornara el mar profundo
y la tierra quedara de repente
convertida también en lago inmundo:
Entonces mi pasión pura y ardiente
para ti, de una vez se extinguiría:
¡Entonces no te amara, Julia mía!
1115
El Cauto
Cuando en tus aguas límpidas y bellas,
que a los mares del Sur bajan ruidosas,
contemplo duplicadas las hermosas,
fulgurantes y vívidas estrellas;
Cuando mis pobres ojos fijo en ellas,
admirando tus ondas majestuosas,
y las nocturnas aves pavorosas
entonan sus monótonas querellas;
¡Cuán hermoso te encuentro! Allí, en mi mente,
bajo tus verdes palmas y yamaguas,
mil recuerdos se agrupan dulcemente.
Te bendigo y te canto y de tus aguas
me parece mirar en la corriente
de los salvajes indios las piraguas.
1116
A la luna
Melancólica y triste te suspendes
hacia el cenit del tachonado cielo,
y por todos los ámbitos del suelo
tu blanca luz y tu fulgor extiendes.
El mar azuleo de tu brillo hiendes;
en él reflejas tu amarillo velo;
y luego, ¡oh Luna!, con sereno anhelo,
del sol las huellas a seguir desciendes.
Si mudo te contemplo, de repente
se disipan del todo mis enojos,
y con mi plectro débil yo te canto;
Porque, cuando tú brillas mansamente,
puedo yo contemplar los dulces ojos
de la bella mujer que adoro tanto.
1117
Petición de una niña
¿Un soneto me pides? ¡Qué diablura!
A la tal petición no me someto;
me pone tu apellido en tal aprieto,
que no fuera contártelo cordura.
Mas, ¿cómo desairar a una criatura
que pedírmelo supo con respeto?...
Toma pronto, mujer, toma el soneto,
que estoy al acabar esta obra dura.
Pero exijo una cosa antes que todas,
que espero me concedas, por ser justo;
pidiéndome sonetos me incomodas.
Y dártelos no puedo de buen gusto;
cuando quieras pedirme una poesía
pídeme el corazón, hermosa mía.
1118
A Anita
No me mires, por Dios, airada y fría:
Ten, Anita, piedad de mis enojos,
que tus miradas torvas son abrojos
que ponen a mi pecho en agonía.
Concédeme tu amor; no seas impía
con quien te sabe amar puesto de hinojos,
benigna vuelve tus hermosos ojos,
y calma mi cruel melancolía.
Yo te adoro, mujer, por ti he sabido
lo triste que es amar sin ser amado,
lo amargo que es querer sin ser querido;
Ten de mi compasión, dueño adorado
y apaga este volcán que has encendido
en este corazón enamorado.
1119
Al cielo
¡Puro y divino cielo! ¡Cuán hermoso
es al hombre infeliz y desgraciado
contemplarte de estrellas tachonado,
o por tu Sol, radiante y luminoso!
Inmenso, colosal y portentoso,
sin límites ni cotos, dilatado;
corona de los astros te ha formado
quien te reina y es Todopoderoso.
¿No podremos los hombres algún día
de cerca contemplar tu bella lumbre
al marchitarnos la guadaña impía?
¿No podremos pararnos en tu cumbre?
En eso cifro la esperanza mía,
y no tengo siniestra incertidumbre.