Luis Carlos Coto Mederos
Juan Cristóbal Nápoles
y Fajardo (El Cucalambé)
Sobre El Cucalambé, expresa Enrique José varona:
“Lo que en Fornaris parecía artificio, era en Nápoles Fajardo el fondo mismo de su arte. Fue Los rumores del Hormigo el primer libro que se me hizo familiar, regalado canto de un nuevo Teócrito, verdaderamente campesino, que canta como siente la naturaleza que le posee y la copia en cuadros de pasmosa y estética verdad, y la transmite palpitante al corazón y a los ojos”.
1132
A Teótima
Con ese genio desigual, satánico,
y ese maldito sonreír herético,
me tienes triste, moribundo y ético,
y harto de tolerar tu afán titánico.
Con tu altivez y tu mirar volcánico,
me haces al mundo parecer estético
encuentro lo más bello antipoético,
y me lleno por Dios de terror pánico.
¡Oh! Tú, que armada de volar intrépido,
tienes por siempre mi bolsillo escuálido,
tú, que sonríes con semblante lépido,
mientras yo gimo con el rostro pálido,
oye mis gritos por la vez centésima,
¡y ten piedad de mi desgracia pésima!
1133
Soneto
Lastimosa desdicha es esta mía;
insólito pesar a mí me agobia;
no tengo ni un centavo ni una novia,
no próxima a morir rica una tía.
Para alegre pasar la noche fría
nadie me da un colchón ni una moscovia,
y si algún tuno mi conducta oprobia,
no falta quien secunde su osadía.
El cólera acabó con mis deudores,
ningún placer mi corazón arroba,
me persiguen ingratos acreedores.
Nadie me quiere dar la sopa boba;
y entre penas, congojas y disgustos,
no gano en este mundo para sustos.
1134
Siete verdades
A todo literato que es plagiario
opino que lo zurren como un quinto,
y el ministro que juega al par y pinto
suele luego jugar lo del Erario.
La cabeza de todo Secretario
viene a ser un confuso laberinto,
y abogado que toma vino tinto
vende luego su cliente a su contrario.
Una mujer coqueta es una arpía,
y es un ruin badulaque, es un bolonio
el que encomia su vil coquetería.
Y llevar una suegra al matrimonio
que nos muela de noche y todo el día
es llevar por los cuernos al demonio.
1135
El coburgo de Celedonio
Sin oro poseer, plata, ni cobre,
se casó Celedonio con Tomasa,
porque es rica la novia y en su casa
pretende que el boato se le sobre.
Y él, que antes era celibato y pobre,
hoy se contempla con esposa y casa;
come y bebe a sus anchas, y sin tasa
me predica, ¡infeliz!, que como él obre.
Pero, ¡ay! que la fortuna de repente,
que le llevó Tomasa al matrimonio,
pronto le hizo coquillas en la frente.
¡Y que siente en las sienes Celedonio?
¿Será tal vez –respóndame el prudente–
lo que en ellas le pintan al demonio?
1136
La casa del poeta
En casa de don Gil estuve un rato,
y en tanto que le hablaba cara a cara
de su grande familia la algazara
por un poco me pone mentecato.
Estaba la mujer fregando un plato,
un chiquillo arrastraba una cuchara,
y un negrito infernal con una vara
zurraba sin piedad a un pobre gato.
La familia de hambre se moría,
y la pobre mujer una peseta
para pan al marido le pedía.
Pero don Gil escucha y no se inquieta,
pues vendió su taller de sastrería
y hace catorce meses que es poeta.
1137
A Ermita
Si tú del bando Azul eres adepto,
y a tu reina defiendes cortesano,
yo a la lucha me lanzo, pluma en mano,
aunque soy en lidiar un poco inepto.
Yo defiendo el Punzó, que este precepto
por mi reina gentil cumpliré ufano,
ni mi esfuerzo en vencerte será vano,
ni mi valor tendrás en mal concepto.
Armate, pues, al punto, y pluma en ristre
a tu reina suplica humildemente
que constancia y valor te suministre.
Encomiéndate al Genio, alza la gente,
y que cante mi bando sin demora
el triunfo de mi reina encantadora.