Pedro de la Hoz
Los artistas pasan, el arte queda. El domingo 7 de junio por la noche murió Manuel Felguérez en Ciudad de México, a los 91 años de edad. Su creación artística le sobrevive. No puede ser de otro modo cuando se trata de una de las producciones que mejor definió la ruta del abstraccionismo en tierras mexicanas.
Lo hizo, como expresó alguna vez el novelista Juan Villoro, consciente de que “el sentido de orden convive con una acendrada rebeldía, la disciplina de las formas con el vértigo de las texturas y las grafías delirantes”, en tanto “las siluetas reconocibles, convencionales, son perturbadas por el pincel y la espátula hasta transformarse en estados interiores”.
Osciló entre la geometría y las texturas, entre la levedad de las alegorías y la pasión por la materia. Sin embargo, existe un denominador común en todo el desarrollo de su carrera: la intención lírica. El gesto pictórico, gráfico y escultórico de Felguérez nunca fue ajeno a la carga poética que se espera de un artista de raza.
Natural de Zacatecas se formó sucesivamente en La Esmeralda, la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1948 y la Grande Chaumier y la Academia Colarossi, de París, donde a inicios de los años cincuenta del pasado siglo creció bajo el ala del ruso-francés Ossip Zadkine, quien lo introdujo en el conocimiento del cubismo.
De vuelta a México se identificó con la llamada Generación de la Ruptura –ahí están Fernando García Ponce, Vicente Rojo y Lilia Carrillo, tempranamente desaparecida, con la que haría pareja– dispuesta a desembarazarse del peso de la tradición de los grandes muralistas.
En la década de los setenta, tras su tránsito del informalismo hacia tendencias herederas del constructivismo, Felguérez aumentó su interés por la utilización de la tecnología en la producción artística, y realiza dos proyectos relacionados entre sí, El espacio múltiple (1973) y La Máquina Estética (1975).
La primera resultó acogida por el Museo de Arte Moderno de México. De ella escribió Octavio Paz: “El espejo, que es el instrumento filosófico por excelencia: emisor de imágenes y crítico de las imágenes que emite, ocupa un lugar privilegiado en los objetos plásticos de Felguérez: es un re-productor de espacios”.
En La Máquina Estética, la previsión del artista fue pionera al integrarse a novedosos, para la época, acercamientos al pensamiento estético - informacional, entre la máquina y el sujeto, concretado mediante la selección por el artista de las piezas sugeridas por aquélla.
De tales experiencias salió fortalecido y renovado. La crítica de arte Teresa del Conde ha apuntado acerca de lo que vino después: “Lo realizado durante los noventa guarda una engañosa semejanza con lo de antes, pero, si cabe el adjetivo, en esta etapa es aún más felguereziano; cosa natural, Felguérez es cada día más Felguérez. A la vez, sus composiciones se antojan más libres, salidas de una entraña que tramita contenidos preconscientes, lejanos de aquel consciente lógico que, bien lo recuerdo, pregonaba en sus conferencias y escritos años atrás. Al mismo tiempo son pinturas muy acabadas; se les ve el rigor”.
Paralelamente a la creación, el artista llevó a cabo una carrera académica: profesor invitado en 1967 en la Universidad de Cornell e investigador huésped en 1975 por la Universidad de Harvard, ambas en Estados Unidos. Poco después entró a formar parte del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
En su trayectoria mereció el Segundo Premio de Pintura en la Primera Trienal de Nueva Delhi, India (1968); el Gran Premio de Honor en la XIII Bienal de Sao Paulo, Brasil (1975), por las obras producto de El espacio múltiple; la Beca Guggenheim de la Fundación Guggenheim (1975), el Premio Nacional de Artes (1988), y en 1993 fue designado Creador Emérito por el Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.
Cuando cumplió 75 años, Felguérez confesó a una colega: “Estoy orgulloso de lo que he hecho y vivido, pero también estoy consciente de que el tiempo se me acaba”.
No ha sido ni será así. La abstracción lúcida de la obra de Felguérez debe derrotar al tiempo.