Una cuestión: ¿es el suicidio un rechazo a la vida, o puede que sea también un rechazo a la identidad y a los roles de género que acabamos viviendo?
Según indica la Organización Mundial de la Salud, OMS, cada año, 800 mil personas, aproximadamente, acaban con su vida. A nivel mundial, la tasa de suicidio ha aumentado en un 60 por ciento en los últimos 45 años. En porcentajes, el 77 por ciento de las personas que lo hacen son hombres y un 23 por ciento, mujeres. Como tendencia, aunque las mujeres son quienes realizan un mayor número de intentos, en casi todos los países los hombres tienen tasas más elevadas que las mujeres.
En Yucatán, los datos son similares. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las cifras más recientes indican que este problema es creciente: en 2016, el número de fatalidades fue de 155. En 2017, se reportaron oficialmente 195 suicidios. Al año siguiente, el número aumentó a 246, y en 2019, el récord fue de 265, siendo el 82 por ciento de varones y el 18 por ciento de mujeres.
En algunas investigaciones (Gender differentiation in methods of suicide attempts, por K. Sirigotis, W. Gruszczynski y M.Tsirigorits) que han analizado las diferencias en las formas de suicidio de hombres y mujeres, los resultados muestran que el empleo de métodos más violentos por parte de hombres se explica desde el hecho de que se perciben a si´ mismos como más violentos, impulsivos y controladores de la situación que las mujeres, por lo que suelen mostrarse menos dispuestos a buscar ayuda. Así se lee en Comprender el suicidio desde una perspectiva de género: Una revisión crítica bibliográfica”, texto de Alejandro Arnaldo Barroso Martínez.
Planteamiento de la situación
Sin embargo, ni las diferencias porcentuales entre las tasas de suicidio de hombres y mujeres, así como tampoco las diferencias en cuanto a las formas de pensar y sentir de hombres y mujeres en relación al suicidio, han sido explicadas desde los discursos médicos y psiquiátricos hegemónicos en el campo de la salud mental, que siguen centrando gran parte de su discusión sobre la categori´a “ge´nero” en la diferenciación anatomo-fisiológica entre sexo y ge´nero, sin una perspectiva entre disciplinas que permita asociar lo biológico y lo cultural, y ayude a comprender mejor la posible relación entre nuestras distintas vivencias de las sexualidades y nuestras formas de pensar y sentir, así como de los efectos y el impacto que puede llegar a tener el género en nuestra salud mental, cuando se siguen entendiendo las identidades como “únicas posibilidades” no variables, válidas y ri´gidas de vivir nuestras vidas.
Materiales relacionados con lo anterior son La salud mental en el neoliberalismo, de Enrique Guinsberg, quien colaboró con Ángela B. Martínez en la Investigacio´n cualitativa al estudio del intento de suicidio en jo´venes de Tabasco. Otro más es la entrevista a Emiliano Galende, especialista en salud mental, disponible en Internet.
Desde una mirada de género y en relación a la identidad masculina, pilares arquetípicos de la masculinidad hegemónica, como el hecho de no pedir ayuda, negar nuestras emociones, no saber reconocer la depresión, la hipersexualidad, la heteronorma, o la presión social por proveer, pueden convertirse en una amenaza para la salud mental de todos aquellos que, aun no encajando dentro de esos pilares, los vean como las únicas posibilidades de ser y expresar su identidad masculina.
De igual manera, la sociedad patriarcal ha relegado históricamente a la mujer a la esfera privada y todo lo asociado a los cuidados, enfocando una especie de sentido de vida y de ser mujer en torno a la maternidad y el hecho de dar satisfacción al cuidado permanente de la familia y la complacencia del hombre.
Entonces, ¿qué pasa cuando, como seres humanos, vemos que no encajamos en esas expectativas de lo que se espera desde nuestras respectivas identidades?
En la actualidad, y desde las aproximaciones teóricas de los estudios de género, se suele coincidir en que no existe una identidad única, fija y universal de lo masculino y de lo femenino, sino tantas formas de ser hombres y de ser mujeres como hombres y mujeres hay. Por lo tanto, y desde esta perspectiva, hay múltiples formas histórico-culturales de actuar, pensarnos y sentirnos seres humanos.
Entender las identidades hombre / mujer desde categorías inamovibles e invariables nos lleva también a la necesidad de preguntarnos qué tanto se relacionan la forma rígida de entender estas construcciones especificas con el suicidio. Lo contrario, entender las construcciones de ge´nero como algo variable y mutable que socialmente puede ser disidente y alternativas a lo hegemónico, puede ser también una oportunidad para cuidar y entender mejor nuestra salud mental como seres humanos.
Darnos cuenta, por ejemplo, de que no hay una masculinidad única, implica entender también que existen tantas masculinidades como hombres habemos e implica que, como varones, aceptemos la gran diversidad de maneras de ser hombre que ya existen o que pueden existir en nuestras sociedades.
Para ello es imprescindible “Hackear al Macho” que todos llevamos adentro, entendiendo que no hacerlo es limitarnos a seguir viviendo en la llamada “Man Box” o caja tóxica de la masculinidad. Esta “caja” limita nuestra experiencia como varones y que sigue perpetuando roles rígidos que nos afectan a nosotros mismos y a quienes nos rodean, en la búsqueda de cumplir con una serie de expectativas que, supuestamente, son las únicas válidas y que debemos tener para ser considerados “hombres de verdad”: demostrar nuestra vali´a a trave´s de la fuerza, el control y el sometimiento, no pedir ayuda, no atender nuestras emociones, estar desconectados de las esferas de los cuidados (personal, relacional, social), demostrar nuestra masculinidad desde la hipersexualización del cuerpo femenino, ser proveedores, tener éxito, ser heterosexuales, no mostrarnos vulnerables, etc.
Observemos algunas estadísticas que reflejan cómo puede afectar nuestras vidas como varones, así como también las de las personas que nos rodean, el hecho de ver y vivir nuestra vida bajo esta mirada única y hegemónica de identidad masculina.
? El 81% de los suicidios en México los cometemos hombres, de acuerdo con datos del INEGI y distintas fuentes nacionales.
? Los hombres vivimos un 13 por ciento menos, según investigaciones de la BBC.
? En 2018, el índice de sobremortalidad masculina ubica que mueren 129 hombres por cada 100 mujeres (INEGI). Al año siguiente, la esperanza de vida de las mujeres se calculó seis años arriba sobre los hombres. (Monitor económico).
? Las tasas de accidentes laborales mortales son ocho veces mayores en los hombres, de acuerdo al Repositorio Institucional para Intercambio de Información (IRIS, por su sigla en inglés), de la Organización Panamericana de la Salud (PAHO, en inglés).
? Según datos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de publicar en su Resumen de estadísticas mundiales de salud 2019, de las 40 principales causas de muerte en el mundo, 33 afectan más a los hombres.
? Según los últimos datos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, de 2019, más del 90 por ciento de quienes cometen homicidio en todo el mundo son hombres, y más del 80 por ciento de las víctimas de homicidio también son masculinas.
? Según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, entre enero y agosto de 2019 fueron asesinadas 10.3 mujeres cada día.
? México se encuentra en octavo lugar en feminicidios en Latinoamérica, señalan distintos recuentos periodísticos.
? En México, al menos seis de cada 10 mujeres mexicanas ha enfrentado un incidente de violencia; 41.3 por ciento de las mujeres ha sido víctima de violencia sexual, de acuerdo a ONU Mujeres en esta región.
? La cifra negra en México estima que 93.2 por ciento de los delitos cometidos contra mujeres no son denunciados.
? Las mujeres realizan, al menos, 2.5 veces más trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que los hombres. Esto se puede leer en el documento Redistribuir el trabajo no remunerado, de la ONU.
? En el ámbito económico, el Foro Económico Mundial estima que pasarán 257 años antes de que se pueda lograr la paridad de género (en distintos ámbitos sociales).
Salir de esa caja asfixiante de masculinidad dominante pasa por entender que es necesario trabajar nuestras respectivas masculinidades y hacerlo también en conjunto con otros varones, desde una visión plural y diversa que, desde el IDMAH (Instituto para el desarrollo de Masculinidades Anti Hegemónicas), hemos denominado Masculinidades Positivas.
Masculinidades positivas
Hablamos de masculinidades positivas para referirnos a todas aquellas formas de entender el ser hombres desde una posición anti hegemónica, antisexista, antihomofóbica, antirracista y anticlasista; promotoras de una vivencia de la masculinidad amplia y diversificada, plural y abierta por parte de los varones.
Nos referimos a ellas como masculinidades positivas y no como nuevas masculinidades porque no necesariamente lo nuevo es mejor; y, además, el entendimiento más amplio y plural antes descrito sí tiene aspectos sociopolíticos positivos para todas las sociedades y para el planeta.
Las masculinidades positivas se caracterizan por reunir distintas expresiones masculinas que sirven para identificar comportamientos masculinos positivos, que desafían constantemente a la aparente única forma de entender la masculinidad tradicional y hegemónica; cuestionando así la masculinidad patriarcal como paradigma universal de la experiencia humana y contribuyendo desde nuestro lado a la construcción de una sociedad más justa y solidaria entre mujeres y hombres.
Algunas formas de accionar masculinidades positivas desde cada uno de nosotros pueden ser:
? Ser conscientes de nuestras ventajas de género, cuestionarnos y preguntar cómo podemos aportar a la transformación social que estamos viviendo.
? Romper el silencio cómplice: no quedarnos callados ante conductas, comentarios y/o actitudes machistas de nuestros congéneres.
? Escuchar y estar informado. No es posible aprender si no partimos de una actitud abierta a nuevos significados y nuevas formas de relación con los demás; involucrarnos en la búsqueda de información por nuestra cuenta: arti´culos, libros, reportajes, estadísticas, etcétera.
? Tener una actitud responsable. Si vamos a apoyar las causas enfocadas a la igualdad, debemos saber de antemano que implica un ejercicio de autocrítica muy amplio, por lo que es importante estar conscientes y atentos.
? Ponernos manos a la obra. Puede unirse a una persona o una causa para producir u obtener un fin determinado.
? Ser coherenctes y consistentes. Entender que se trata de un proceso que inicia, pero que no termina, pues implica una constante reflexión y autocrítica.
Así pues, ¿es nuestra identidad de género la única forma que tenemos de vivir nuestra vida? Definitivamente no, y dependerá de si estamos viviendo esa identidad de una forma elegida y consciente.
Identificarnos, en este caso, como hombres desde una única y rígida visión de la masculinidad sin cuestionarnos conscientemente si ésa es la forma en la que realmente queremos vivir, es poner en riesgo nuestra propia salud mental, nuestra vida y la de las persona que nos rodean, porque cuando nuestra identidad de género se confunde con la identidad hegemónica dominante, nuestra vida se puede convertir en una cárcel donde acabamos confinados esa identidad, confundiéndola con la única forma que tenemos de vivir.
Desde este punto de vista, es posible que identificarnos de más con estereotipos y roles que no soportamos –y de los que muchas veces no sabemos cómo liberarnos– nos pueda quitar también las ganas de vivir y, por el contrario, cuestionarnos nuestras identidades y roles de género es también una manera de mejorar en lo concreto nuestra salud mental, y una vía directa para reconectarnos con la vida que cada uno de nosotros decida conscientemente vivir.
Sobre el autor
Nicko Nogués es activista creativo defensor de los Derechos Humanos y Medioambientales. Director creativo y consultor estratégico fundador de isaMIRACLE.org y el Instituto #demachosaHOMBRES.
Por Nicko Nogués