“Una dictadura limita, geográfica e ideológicamente, incluso puede cortar una vida”, dice el artista Luis Moro a POR ESTO!, mientras señala unas hojas de cobre, hogar de animales tallados con una punta. “Estas planchas, si las presionas fuerte contra el papel, lo cortará. Es la metáfora de cómo, en una dictadura, si te manejas dentro de los límites, puedes sobrevivir. Si le metes presión, eres tú el que acaba con la vida destrozada, que es lo que pasa en muchas dictaduras”.
Al interior del laboratorio de gráfica y diseño Casa Lo’ol, ubicado en la Calle 18 #108A, entre las calles 8 y 21, de la colonia Itzimná, el artista describe el espíritu de su nueva carpeta de grabados. 'Yo creo que las nubes' se presentará este jueves a las 19:00 horas en ese lugar. El compendio incluye tres poemas de Ana Blandiana, la poeta legendaria de la Rumania contemporánea, tres grabados del español ganador, entre otros, del Premio Liceo Español de París, y tres gofrados en seco que acompañan los aguafuertes.
“Esta carpeta habla de eso, de lo que puede generar una dictadura, pero también de cómo el humano se puede defender a través de la poesía y del arte que lleva dentro”, añade.
Cada gofrado describe contornos que adquieren significado al tacto. Al interior de las siluetas trazadas por el grabado en seco, “espacios en blanco que tienen un significado”, se guarecen animales. “Uno, en su interior, incluso durante las dictaduras, tiene su espacio de libertad”, metaforiza Moro.
La Iglesia trasladada es uno de los tres textos, junto a Insectario y A través del no ser, en los que se ha basado la poética de Luis Moro. “En los pueblos hablaban de que quienes mandaban eran el cura, el alcalde y el policía. En cada dictadura, tienes unos aliados y un poder fáctico. En el caso de Blandiana, la iglesia fue una de las prohibiciones, restando a la espiritualidad”, comenta Moro.
El proceso para elaborar un grabado en aguafuerte es laborioso. El artista, que también se ha desempeñado ampliamente en las artes digitales, detalla: “se comienza rayando la plancha, con lo que se generarán las pruebas de estado. Se van encajando con otras planchas. Es importante que embonen entre sí de manera perfecta. Por ejemplo, con la primera plancha”, señala una de las muestras, “la imagen se da en negro”.
“Metemos algunos colores en la segunda plancha”, continúa. “En el proceso, que es bastante lento, comienza a darse una evolución. Empezamos con un proceso de aguafuertes y aguatintas, trabajando también con los ácidos. Las resinas se añaden para crear los medios tonos. Se va así de tonalidades sutiles a algo con más fuerza, porque, en el grabado, es más fácil poner que quitar. En el momento que has hecho una raya en la placa, es difícil bruñirlas después”.
Unas anotaciones sobre las pruebas decían “mover el sepia hacia la izquierda; el ocre, a la derecha”. “Estas planchas tienen un proceso que se llama À la poupée, en el que podemos meter dos o tres colores por cada una, cuando lo normal es sólo uno. Pero, para conseguir este resultado, harían falta cinco o seis planchas”, complementa.
El artista advierte: “para llegar a esto, se realiza un proceso como el que se hacía en el siglo XVI y hasta el XIX. En el siglo XX, ya había cambiado la manera de imprimir, con el offset. Pero una impresión digital de hoy en día no te da este resultado, ni perdura en el tiempo. Hay grabados de hace medio milenio que se mantienen tal cual”.
El equipo del taller, dirigido por Jimena Gutiérrez Cámara, ha elaborado las carpetas con un cuidado proceso tradicional; la impresión de los grabados en cobre y gofrados fueron estampados por Juan José Dziu en tórculo de presión manual. En tanto, las carpetas fueron hechas a mano y encuadernadas por Irving González Peralta.