La semana pasada, en Unicornio, se dio cuenta de los antecedentes de la investigación en torno a las irremediables afectaciones al patrimonio cultural y natural subacuático en la Reserva de la Biosfera Banco Chinchorro, en Quintana Roo. Estos daños habrían sido ocasionados, según los autores de este texto, por la nueva dirección del proyecto de conservación del pecio “El Ángel”. A continuación, la segunda y última parte de esta investigación, disponible en la sección Unicornio & Cultura en www.poresto.net, en voz de Octavio del Río, investigador de la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia (SAS/INAH), y José Enrique Dzul Tuyub, Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Secretaría de Cultura.
Funestos procederes y las afectaciones al patrimonio
En mi primera inmersión al sitio en esa ocasión, me percaté de la gran cantidad de sacos de arena que habían sido transportados previamente, los cuales, en su gran mayoría, se encontraban sobre el fondo de arena en las inmediaciones del barco. Sin embargo, algunos de ellos habían impactado directamente sobre algunos de los componentes del barco y las especies marinas que ahí habitan, así como en algunos de los arrecifes aledaños al pecio.
Asimismo, la boya que marcaba la ubicación del sitio arqueológico en la superficie había sido amarrada directamente a parte de la estructura del barco histórico, con los riesgos que esto conlleva para la integridad del contexto arqueológico y a la vida marina que ahí se había adherido, entre ella, una gran colonia de coral de al menos un metro de altura. El lugar de amarre, y el amarre mismo, fue seleccionado y realizado por Nicolás Ciarlo (el corresponsable de las acciones realizadas para la preservación del pecio “El Ángel” desde 2018).
Al respecto, aparentemente nadie había mencionado nada, incluyendo la primera responsable del proyecto (Laura Carrillo). Ya se venía trabajando así desde el inicio de la temporada y había sido una decisión tomada por el nuevo corresponsable quien, dicho sea de paso, se dice especialista en metalurgia y se asumía que sabía lo que hacía.
Este tipo de procederes se deben evitar de cualquier forma, sobre todo habiendo tantos costales de donde se pudo haber amarrado la boya de señalización. Así lo dictan los cánones internacionales para las Buenas Prácticas y el rigor científico que merece el ejercicio de la arqueología, máxime si se trata de un elemento que ha permanecido sumergido en el mar por 200 años desde su naufragio, y cuya alma de hierro, erosionada y débil por el paso del tiempo, se encontraba protegida tan solo por una frágil capa de concreción, producto de los organismos que se fueron adhiriendo a ella a través del tiempo.
A esta situación se suman otros funestos procederes con lamentables consecuencias, como el arrojar el ancla sobre el pecio y el coral en variadas ocasiones. En una de esas ocasiones, ante la señal del C. Ciarlo, el ancla fue arrojada directo sobre el sitio. Desde la superficie, se podía ver que el ancla se encontraba justo sobre las piedras de lastre ubicadas en la popa del pecio, sobre las cuales habitaban una infinidad de colonias de coral, entre otras especies marinas. El primero en descender fue el nuevo coordinador, quien se mantuvo indiferente ante lo que sucedía.
En otra ocasión, el ancla se atoró en uno de los elementos estructurales ubicado en la banda de estribor del pecio, que sobresalía del fondo hasta 1.20 m de altura, el cual fungía a modo de cuaderna, como refuerzo metálico en el interior del casco de madera de la embarcación. Este elemento no resistió la fuerza de la lancha en la superficie y fue arrancado de su posición, siendo arrastrado por el ancla unos metros junto con los organismos que en ella habitaban. El ancla finalmente se detuvo en otra estructura coralina al lado de uno de los contenedores metálicos ubicados al centro del barco.
A estos procederes funestos se suman el arrojar la manguera y la boquilla metálica de la draga utilizadas en la excavación sin prever en dónde o sobre que caería en el fondo.
El colofón de la situación lo marca un evento realmente lamentable. Estando fondeada la embarcación sobre el pecio y ya con un grupo de buzos en el agua, entre los que se encontraban los dos responsables del proyecto, el ancla de la embarcación en superficie se zafó del cabo que la sujetaba, provocando que ésta virara y quedara atrapada con la boya que marcaba el sitio. La reacción del capitán fue instantánea, quien logró apartar la boya. Sin embargo, bastaron unos segundos para que la fuerza del oleaje, el peso de la embarcación, y lo frágil de la estructura, desprendieran un tramo de aproximadamente 4.5 metros de la buzarda a la que había sido amarrada la boya, y junto con ella, las formaciones coralinas que ahí crecieron, Ambos, buzarda y coral, quedaron incrustados de cabeza en el fondo de arena.
El daño y la destrucción se hacen aún más evidentes dados los residuos desintegrados de metal y óxido, que quedaron en el fondo al ser arrancada la pieza de los soportes que la mantenían sujeta al resto de la estructura. También se desintegró la concreción que a lo largo de dos siglos se había formado, cubriendo y protegiendo el interior metálico de la estructura, ahora completamente debilitada y erosionada, y sobre la cual los corales y diferentes especies marinas se reproducían y crecían.
Es así como, después de tales procederes, por demás negligentes, deficientes, sorpresivos y difíciles de creer y prever que fueran a dar se así, con una alta dosis de irresponsabilidad y falta de respeto para con el sitio que se estudia y la vida que en él habita, se le hace un daño irreparable a un lugar considerado Patrimonio Cultural de los mexicanos y la humanidad.
Con ello, además, se afecta la reputación de un proyecto que se había mantenido íntegro hasta antes de la llegada del invitado extranjero. Se desprestigia la profesión y el rigor científico que amerita el quehacer arqueológico, así como la memoria y trayectoria de la fundadora de la SAS/INAH, y la imagen y compromiso del área del INAH responsable del adecuado estudio y salvaguarda de los contextos arqueológicos sumergidos de donde emana el daño que se le causa al patrimonio de los mexicanos, al cual debe su labor y obligación institucional.
(A la izquierda, pueden verse imágenes del área afectada en la proa del pecio. Arriba se ven los soportes donde se sujetaba la estructura que reforzaba el casco de madera y daba forma a la proa de la embarcación -buzarda-. Al centro, se aprecia la pieza de hierro curva -buzarda- con el coral adherido a ella; ahora, ambos se encuentran en posición inversa sobre la arena. Abajo se aprecian algunos de los restos de metal desintegrado y los residuos de óxido, así como el cabo con el que fue amarrada la boya a la estructura del barco que la arrancó de su posición).
El reporte de los daños y sus consecuencias
Derivado de tales afectaciones, y después de más de cuatro meses de que no hubiera intento de la responsable del proyecto por reportar lo sucedido a las autoridades de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), responsables del Área Natural Protegida, ni del propio INAH, siendo ello lo honesto, responsable y legalmente procedente, finalmente, el 13 de abril del 2019, se reportaron los daños ocasionados al pecio “El Ángel” y la biodiversidad que alberga, al actual titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática, Roberto Junco. Él, dado lo delicado de las circunstancias, recomendaba hacer partícipe de tal situación al Consejo de Arqueología.
La carta de respuesta a dicho reporte, elaborada el 16 de mayo del 2019 por la responsable del proyecto, la P.A. Laura Carrillo, y firmada por el personal de la SAS/INAH adscrito al proyecto, entre los que se encontraba Nicolás Ciarlo, quien firmaba ahora como codirector del mismo, llega a mí mediante oficio emitido por el Dr. Junco con fecha del 19 de junio del 2019, siete meses después de que ocurrieran las afectaciones al pecio “El Ángel”.
En ella, además de pretender desvirtuar lo sucedido, se me hacía saber que había sido desvinculado del proyecto por no ser “empático” con tales procederes y con el nuevo codirector, así como por dar “información no fidedigna, errónea y malintencionada”, y se sugería y amenazaba con la intervención de las autoridades, en un intento por denostar lo citado y comprobado con la evidencia gráfica que así lo demuestra.
Así, se vetaba del proyecto a quien no quiso coludirse, ni ser cómplice de acallar tal situación y las afectaciones ocasionadas al patrimonio cultural de la Nación, quien, además, reportó el hallazgo del sitio al INAH, y fue precursor del proyecto y de las exploraciones arqueológicos en Banco Chinchorro, participando de forma ininterrumpida por casi dos décadas sin haber cometido falta alguna dentro del proyecto o con el INAH en general. Y, por otro lado, se pretende proteger y promover como codirector del proyecto, al extranjero inepto y negligente, que, en su primera intervención, ocasiona un daño irreversible al patrimonio de la Nación que se le confió para su estudio e intervención.
Ello, con el aparente consentimiento del actual titular de la SAS, desvirtuando así la importancia del valor de los recursos a los que tiene encomendada su labor, y favoreciendo la impunidad de algo que evidentemente debe ser sancionado y corregido, máxime cuando queda evidenciado la cuestionable labor, tanto académica, operativa, ética y profesional de los responsables del proyecto. El desleal y corrupto, quien sabiendo el daño que se le hace al patrimonio, no lo reconoce ni hace nada para corregirlo, no es quien busca protegerlo y evitar que este tipo de situaciones se vuelvan a dar.
Esto ha sucedido ante las justificaciones, omisiones, distorsión de los hechos, desacreditaciones y amenazas dadas en la carta de respuesta por la responsable del proyecto, y debido a los fracasados intentos de gestión y dialogo del titular de la Subdirección de Arqueología Subacuática, Roberto Junco, dada su indiferencia y conflicto de intereses demostrado ante la falta de responsabilidad y obligación que le debe a la correcta investigación y protección del Patrimonio Cultural Subacuático, al cual debe su labor como funcionario público.
Finalmente, el 3 de julio del 2019, después de siete meses de intentar mantener acallada la situación por parte de la responsable del proyecto y la misma SAS, de donde emana el daño al patrimonio que tiene la obligación de proteger, reporté, siendo ello lo obligado y conducente, las afectaciones causadas ante la Conanp a través del Lic. Fernando Orozco, director de la Reserva de la Biosfera, quien, ante la gravedad del daño causado al patrimonio natural y cultural dentro del Área Natural Protegida, denuncia ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente y la FGR las afectaciones causadas al sitio arqueológico y la biodiversidad que ahí habita.
Cabe mencionar que, además de querer ocultar las afectaciones, existe un intento por minimizarlo o justificarlo, así como la intención de querer repartir culpas a todo y a todos, incluso al clima, al oleaje y al operador de los servicios turísticos que fue contratado para llevar a cabo los trabajos. Este parece ser un esfuerzo por querer deslindarse de la responsabilidad, dada la gravedad de las afectaciones causadas. Aquí cabe mencionar que, en el pecio “El Ángel”, ya se había trabajado, previamente a la llegada del Sr. Ciarlo, con la misma embarcación y capitán, con los mismos participantes, en el mismo mar y condiciones climáticas, incluso coincidiendo, en ocasiones, con las mismas fechas. A pesar de ello, nunca se había ocasionado daño alguno al sitio. Subrayamos: es con la intervención del C. Ciarlo cuando, por primera vez, se daña irremediablemente esta icónica y representativa embarcación de la historia de la navegación en el área.
INAH reconoce el daño causado a la buzarda
Por su parte, el INAH emitió entonces un boletín donde reconoce el daño causado a la buzarda, el cual lo atribuye, por referencias de la responsable del proyecto, a un solo evento, único, aislado y accidental, cuando, en realidad, se trata de una serie de procedimientos por demás irresponsables y negligentes, que fueron mermando sistemáticamente el contexto arqueológico y biodiversidad del que se conforma el pecio “El Ángel”. Se resumen de esta manera, como han sido mencionados:
1) El desprendimiento de la buzarda junto con los soportes que la mantenían en su posición, además de la vida marina que ahí habitaba.
2) El desprendimiento de una cuaderna (refuerzo de hierro) que emergía sobre el lecho marino, junto con las colonias de coral que ahí se habían desarrollado.
3) El impacto de costales de arena arrojados sobre los vestigios culturales y los corales.
4) El impacto en repetidas ocasiones del ancla de la embarcación de apoyo, que fuera arrojada sobre el sitio, ocasionando daños irreversibles a los corales y al contexto arqueológico.
5) El daño causado por la draga y la manguera utilizada en los trabajos de excavación al ser arrojada sobre los corales en el fondo.
6) El desprendimiento de corales en el área de excavación para la toma de medidas, entre otros daños.
Respecto al supuesto “accidente” de la buzarda, si bien es cierto que el que se haya desprendido el ancla de la embarcación se debe a un evento fortuito y accidental, lo es también la posibilidad de que el ancla garree, se desarticule o doble, que se desamarre o rompa el cabo que la tiene sujeta, que se suelte de la vita que la une a la embarcación, o que esta vire por el viento o la corriente, entre otras variables más.
El desprendimiento de la buzarda se dio no porque se zafara el ancla de la embarcación -eso suele suceder-, sino porque el nuevo corresponsable e importado extranjero, Nicolás Ciarlo, le amarró, deliberada e irresponsablemente, una boya para señalizar la ubicación del naufragio histórico desde la superficie, exponiendo este importante elemento diagnóstico a la tensión de la corriente marina, al oleaje y al viento en la superficie, al descenso y ascenso de los buzos, a las maniobras de la embarcación en la superficie y, por supuesto, al riesgo de que se zafara el ancla de la embarcación, entre otras muchas posibilidades desconocidas y fortuitas que pueden suceder y que se deben anticipar y prever.
(Fotografías a la izquierda: Antes -imagen superior-: se observa el amarre de la boya directamente en la buzarda de la embarcación aún en su posición original. Este elemento diagnóstico importante perfilaba la curvatura y forma de la embarcación en la proa, la cual se encontraba cubierta de concreción y corales. Después -imagen inferior-: puede verse el daño provocado al ser desprendida la buzarda y los corales que ahí habitaban los cuales quedaron de cabeza metros adelante de su ubicación original).
Consideraciones finales
El Sr. Ciarlo fue invitado a participar en el proyecto arqueológico en Banco Chinchorro dadas sus credenciales y trayectoria. Suponiendo que sabía lo que hacía, fue entonces negligente e indiferente al saber el daño que estaba causando al contexto arqueológico.
Por otro lado, si no sabía lo que hacía y lo que podía ocurrir con sus, por demás funestos, procederes, carece entonces de las capacidades y experiencia académica y práctica que decía tener. Por ende, fue inepto e irresponsable al aceptar una labor para la cual carece de las aptitudes necesarias.
Ante la indiferencia de los responsables del proyecto por las afectaciones que estaban causando, decidí entonces documentar lo que estaba sucediendo e intentar minimizar el daño conforme se iba presentando reubicando costales, el ancla, la manguera y demás situaciones que afectaban el contexto. Intentar detener las operaciones en ese momento solo hubiera ocasionado que se me hubiera suspendido de las actividades sin posibilidad de mayor participación, se me hubiera vetado desde entonces del proyecto, tal como y como lo estoy ahora por haber reportado esta situación a la Subdirección de Arqueológica Subacuática y demás autoridades involucradas.
Por último, es importante mencionar que la comunidad local, empresarios y guías de turistas, cooperativas de pescadores, organizaciones del medio ambiente, el Senado de la República, arqueólogos y biólogos, así como el Sindicato de Investigadores y Docentes del INAH, han manifestado su preocupación respecto a lo aquí reportado.
Entre todos ellos, trasciende el compromiso y legítimo interés del Lic. José Enrique Dzul Tuyub, líder y Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores del INAH y de la Secretaria de Cultural, por la exigencia de aclarar y estipular las acciones y sanciones pertinentes al caso, así como el deslindar responsabilidades y, en la medida de los posible, resarcir el daño. Así como también debe establecerse la implementación de los mecanismos que vigilen las buenas prácticas en la investigación arqueológica del país, que procuren que estas situaciones no se vuelvan a dar y que permitan el fortalecer la protección y conservación del patrimonio cultural, así como su adecuada investigación, intervención y estudio.
Por una ciencia con conciencia
Los trabajadores del Sindicato Nacional de Cultura, por medio de su Secretario General, en consecuencia solicita que se amplíe una investigación, que se determine los daños que sufrió el ecio conocido como “El Ángel” y que, en consecuencia se repare el daño ocasionado.
Se pide también que las amonestaciones sean públicas, ya que los daños son visibles e irremediables. No podemos tolerar que estos elementos, ahora conocidos, permanezcan sin sanción, ya que el INAH es un elemento rector en la conservación e investigación, y no un destructor del Patrimonio Subacuático.