Cultura

Entre velas encendidas y estoraque, el altar de finados en Yucatán

Olores y sabores se levantan de las ofrendas, mientras el incienso perfuma el ambiente y rodea todo de un misticismo privilegiado en los Días de Finados en Yucatán, nos comparte el cronista José Iván Borges Carrillo.
Infinidad de significados y creencias giran en torno a la celebración del Hanal Pixán / Especial

Entre flores, velas encendidas y ofrendas que tienen lugar en un altar en las casas yucatecas, se realiza la conmemoración por las ánimas del purgatorio, en los llamados Días de Finados en Yucatán. Olores y sabores se levantan de las ofrendas, mientras el incienso perfuma el ambiente y rodea todo de un misticismo privilegiado, donde hasta el aire llega cargado de serenidad y de una cierta virtud, que inspira a nuestros mayores a decir: “¡Ya se sienten, ya están aquí los finados!”.

La lingüística maya registra la palabra pixán como aquello que sigue siendo una identidad de persona, ya no física, pero continúa viva, porque si bien el cuerpo desaparece, continúa existiendo como el pixán, que los cristianos tradujeron como el alma. Éste se ausenta a un lugar de descanso cuando fallece, para los católicos un lugar de purga, en donde va a pagar sus pecados y regresa anualmente a convivir con sus familiares y a visitar su pueblo. Se trata de una celebración a la continuación de la vida, representa el ciclo de esta, como la semilla de maíz que es enterrada y entre la oscuridad de la tierra resurge. Antes se nombraba U hanal pixano´ob que significa comida de las ánimas. Pero con la castellanización del idioma, más general de ciertas décadas al presente, se dice: Día de Santos Finados.

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La Iglesia católica del siglo XVI, que llegó junto a la conquista española, trajo la celebración anual de los primeros días de noviembre en torno a Todos los Santos y los Fieles Difuntos, que vino a unirse a las creencias mayas con relación al regreso de las ánimas.

Dice el Chilam Balam de Chumayel: “Gemirán las almas de los muertos, desde los socavones de la ciudad de piedra de los Itzaes”.  Por esta sola cita, encontramos la arraigada creencia maya de la existencia del alma y el lugar en donde se encuentra, que es en los socavones, en el mundo subterráneo, el lugar del Xibalbá. Mientras que para los cristianos es un lugar llamado purgatorio.

Las creencias y los dichos son parte importante para entender y enseñar a valorar toda esta celebración de las ánimas. Las creencias y significados de los componentes del altar son piezas fundamentales que justifican su existencia. El aire de finados sopla desde mediados de octubre, cuando las pequeñas lluvias caen, las cuales señalan que las ánimas limpian su camino y lavan sus trajes de gracia.

Y cuando finaliza octubre y el viento sopla suave es señal de que algunas ánimas han salido, por lo tanto, las mujeres no deben urdir sus hamacas y costurar, pues pueden atar a las ánimas. Los niños deben llevar una cinta negra para que las ánimas de los pixanitos, o sea las ánimas pequeñas, no se los lleven.

La ofrenda se divide en dos partes: el Hanal Mejen Pixán y Hanal Nojoch Pixán, el primero se celebra el 31 de octubre y el segundo el primero de noviembre.

Nueve días antes inicia el novenario de bienvenida, pues ellos deben empezar a llegar a la media noche del 31 de octubre, cuando el purgatorio se abre, saliendo primero las almas de los niños, los Mejen Pixán, y en la noche del primero las almas de los adultos, los Nojoch Pixán. Se reza el rosario en la madrugada y mientras se canta “Salgan, salgan, salgan, ánimas en pena que el rosario santo rompa sus cadenas…” las ánimas van saliendo del purgatorio, unas salen con prisas y saltan de contento, en tanto que las ánimas santas y nobles en solemne procesión van entrando al pueblo. Todo es aire denso y tranquilidad, respeto profundo y no falta quien por incrédulo haya visto con asombro la solemne procesión, en escarmiento atroz por su indiferencia.

A la par del novenario, se efectúa la limpieza de las casas, patios, se da pintura blanca a las albarradas, se preparan manteles y objetos que servirán en el altar. La noche en que se cree que llegarán las puertas de las casas son adornadas con flores como el Xpujuc, amor seco y árnica. Y las albarradas se iluminan con la luz de infinidad de velas para que las ánimas vean el camino de llegada.

Como se dijo, el 31 de octubre el altar está dedicado a las ánimas pequeñas. El mantel es de colores con bordados de animales, juguetes o canastitas. Las comidas no deben ser condimentadas por el temor de que les haga daño. Puede ser puchero de gallina, pollo asado con caldo, frijol colado con calabacita, entre otras comidas. Alrededor del altar se colocan juguetes como cochinitos, trompillos y gallitos de barro para que los niños se entretengan. Las velas del altar deben ser de colores variados y su número depende de los niños muertos en la familia. Los dulces de papaya, nance, ciricote, calabaza, mazapanes y demás forman parte de la ofrenda. Los panes que tienen lugar son en forma de muñecos. También deben estar presentes las frutas, los tamales con k’ool de achiote y una jícara de agua, este elemento es indispensable para calmar la sed de las visitas purgantes.

El altar normalmente es de una sola mesa, con mantel. En el extremo superior van las imágenes sagradas de devoción familiar, una cruz verde e imágenes de la Virgen María. En varios casos para este altar de finados se recicla el altar cotidiano que tiene lugar en las casas yucatecas, en tanto que sólo se reviste de nuevos elementos. Después de las imágenes religiosas se colocan las ofrendas de comida y bebidas, y en el suelo, en una varilla de madera, se colocan las velas o en candeleros desde el altar. La luz de las velas encendidas simboliza a las ánimas purgantes y el humo del incienso la oración que se eleva al supremo omnipotente.

El altar de las ánimas de adultos poco varía respecto al altar de las ánimas de niños, ambos deben contener la fotografía de los difuntos, el mantel de los adultos debe ser blanco con bordados en colores más modestos, las comidas que se acostumbra ofrecerles son: relleno negro, escabeche oriental, mechado de pavo, tamales de x’pelón, los mucbipollos o pibes, panes dulces variados como mazapanes, manjar blanco y dulce de calabaza. Las velas para este altar son blancas, una por cada miembro fallecido de la familia. Entre las bebidas destacan el x’tabentún, el balché, pozole, atole y chocolate.

Todas las comidas deben ser colocadas recién cocinadas para que las ánimas puedan recoger la “gracia”, la esencia y sabor de las mismas. Se pueden colocar bebidas o elementos relacionados con el gusto de los difuntos de la familia, como son una botella de ron, cigarros, etc. Las flores representan, con sus colores vivos, la vida y ayudan a extender la luz de las velas para que iluminen el altar.

La cruz verde es la alusión al Dios de los cristianos, aunque su color verde recuerda al árbol sagrado de la ceiba o yaaxché. Los pibes o mucbipollos deben ser tres, en caso que la ofrenda sea para una mujer, y cuatro para un hombre difunto, porque el tres representa a la mujer: tres las piedras del fogón y tres los pies de la banqueta; cuatro representa al hombre, cuatro los puntos de la milpa, cuatro los extremos de la cruz y cuatro los puntos cardinales.

Sobre los pibes se dice que los hombres que tienen las manos frías, llamados en maya sis-k´ab, no deben estar presentes cuando se entierran, porque éstos no tendrán el calor suficiente para su cocción. Cada pib debe tener una manera especial de ser depositado en el entierro, con una piedra cada uno, abajo y arriba. La carne que contiene debe ser solamente de gallina, porque si fuera de gallo, las ánimas al llegar al altar pueden ser asustadas por el canto del gallo y temerosas saldrían de la casa.

El rito de enterrarlo, de hacerlo pib como se dice en lengua maya, es un símbolo del ciclo de la vida, que muere y vuelve a germinar en lo oscuro de la tierra, vuelve a la vida y todo se renueva; la carne muerta de animales envueltos por la masa del maíz hace que regresen siempre a nosotros en otra forma, vitalizados y renovados. 

En el año de 1860, el periódico La Burla, publicado en Mérida, compartió un poema al “Jana Pixán”, Jana no Hanal, de la autoría de José Peón Contreras, un cantar a las glorias del sabroso mucbipollo, que concluye con la frase: “¡Que viva el sabroso bollo, paz y gloria al Mucbipollo!”.

Pero si analizamos esa oda al mucbipollo, encontramos que nos habla de un mucbipollo elaborado también de carne de conejo, de gallinas, de pollos, y llama mucbi-x’pelón al pib solamente con granos de espelón. Eso de innovar en los contenidos del pib no es nada nuevo, ya lo hacían nuestros abuelos en siglos atrás.

Una referencia más la encontramos en Manuel Barbachano y Tarrazo en su artículo Día de todos los Santos, publicado antes de 1864, el cual aborda las meriendas o cenas de este día que: “Consiste en Mucbipollos, tortas de maíz tierno con frijoles y atole nuevo; los indios y la gente vulgar hacen provisión no sólo para los vivos sino también para los muertos, pues destinan una cantidad y de bebida para éstos…”.

La gran mayoría actual dice “los pibes” o pibilpollo, cuando se refiere a estos tamales, aunque están cocidos en hornos de piedra, lo que más importa es que sean elaborados tal y como marca la receta “tradicional” de k’ool que es un caldo pastoso, con recado de achiote, tomates, cebollas, piezas de pollo o de gallina preferencialmente, envuelto en hojas de plátano. La costumbre de que sean en forma redonda se ha modificado para hacerla en latas cuadras para no ponerles gruesa capa de masa y se puedan cocer en el horno adecuadamente. 

El diccionario de Juan Pio Pérez dice: “Cubrirse o cerrarse: Muk”.  Mukbi hace referencia a la forma de cocer ese alimento, bajo y cubierto de tierra. El diccionario de Cordemex nos dice sobre el pib: “lo asado, asado bajo la tierra.” Y poco más adelante habla del pibil: “a lo asado bajo la tierra, en tales hornillos”. Cuando se hace el pib, o sea cuando se entierran los grandes tamales también se hace el pibtah que es asar bajo la tierra productos de la milpa como calabazas, piernas de venados y otras comidas tradicionales. 

Existen familias que no deben hacer pib, pues si en el lapso del año murió algún miembro de su familia, al hacerlo quemarían el cuerpo de su difunto recién enterrado, y tendrán que hacer los pibes el año siguiente.

Según marca la piedad popular, el rezo de las ánimas chicas, o sea, de los niños difuntos, los llamados pixanitos en lengua maya, es el Trisagio, que es la alabanza a la Santísima Trinidad, pues se cree que las ánimas de los niños que recibieron el bautismo, pero que murieron en breve tiempo, al no tener pecado se vuelven angelitos que eternamente alaban a Dios y forman parte del séquito celestial de la Virgen María.

En cambio, los niños que nacieron muertos o que no recibieron el bautismo en vida, se van al limbo, donde forman parte de los preferidos de la Virgen Santísima, pero no tienen alas. La Iglesia  católica ha definido, en época contemporánea, que el limbo no existe y que todos los niños muertos se van al cielo por no tener pecado, y en todo caso con mayor prudencia se deja a la misericordia divina.

Por eso el 31 de octubre, según marca la piedad popular, muy de mañana se rezará el Trisagio y se cantarán los Gozos de Alabanza a la Augusta Trinidad, que dice al coro: “Dios uno, y Trino a quien tanto, ángeles y serafines dicen Santo, Santo, Santo”.

En tanto que, a las ánimas grandes se les reza el rosario y se cantan los lamentos y alabanzas a Dios. Antiguamente, los rezos del mediodía se hacían con rezadoras y cantores acompañados de la serafina, un pequeño instrumento musical de viento, también conocido como armonio, cuya presencia forma parte indiscutible de la añeja tradición yucatanense.

Antigua también es la creencia que refiere un profundo respeto a las ánimas por el pueblo maya yucateco que no admite calaveras pintadas, ni símbolos de calabazas o grotescos de muertos, cadáveres podridos o sangre regada en las calles, aquello es una ofensa a las benditas ánimas. “¡Nada de paseos y mestizas pintadas!”, decían las viejitas piadosas y aún los más recatados yucatecos fieles conservadores de nuestra tradición en los llamados días de finados. Y los abuelos en esos días relataban a sus nietos las leyendas como advertencias de continuar la tradición. Sin embargo, la cultura yucatanense no es un pueblo estático, muerto o del pasado, es un pueblo que camina día con día, en tanto va cambiando, transformándose y adaptándose según la necesidad del presente, buscando su supervivencia. Como ha señalado el reconocido pintor del área maya Marcelo Jiménez, los pueblos mayas: “No son un museo etnográfico, somos un pueblo en marcha”. 

En las albarradas o en un lugar aparte dentro de la casa se coloca un pequeño altar con comida y agua para las ánimas solas u olvidadas por sus parientes. A los bebés se les pone un hilo negro o rojo en la muñeca, pues existe la creencia de que al no estar marcados los difuntos podrían llevárselos. A los niños en tierna edad se les ponen cintas de color en los tobillos para que no se confundan con las almas que a veces vienen en forma de niños. Las ánimas de los que murieron cerca de la fecha de esta celebración no salen del purgatorio, y para el último día del mes de noviembre, cuando las ánimas regresan, ellos son los cargadores de velas y pibes que llevan para que se alimenten todo el año.

En cuanto al altar que es instalado en algunas casas, en la gran mayoría se trata de reciclar el altar devocional de la familia y aderezado con ofrendas y manteles limpios. 

Las creencias en torno a estos días de finados varían, por ejemplo, en algunos pueblos, especialmente en torno a Mérida y los circundantes a Izamal y a la costa yucateca, el llamado pib o mucbipollo es el platillo y ofrenda principal el primero de noviembre, en la conmemoración de la llegada de las ánimas grandes. En tanto que otros pueblos, como en el Sur y el Oriente, el primero de noviembre es día de ofrendas de comida y viandas especiales como mechados, sak k’ool que en castellano es comida blanca, relleno negro de pavo, escabeche oriental, entre otras más, aunque el pib es la ofrenda predilecta para el ochovario, o sea ocho días después de la llegada de las ánimas. 

Lo mismo ocurre con el llamado Bix mes, para las comunidades cercanas a Mérida hasta la región de Izamal y los de la costa, las ánimas se retiran hasta el 30 de noviembre, por esta razón en la noche se hacen los rezos de despedida y se ofrecen viandas solidas como tamales y mucbipollo. En tanto que, para el Sur del Estado, algunas ánimas comienzan a retirarse en la noche del ochovario, pero aun permanecen algunas en sus pueblos, regresando totalmente a su lugar de descanso o de trabajo la noche del día 30 del mes de noviembre. 

Infinidad de significados y creencias giran en torno a esta celebración y son del dominio del pueblo yucateco. Cada familia tiene su propia y peculiar tradición de colocar el altar y los elementos de éste con significados diferentes, todo bajo la concordia de celebrar el U hanal pixano´ob, la comida de las ánimas o de los finados.

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