Cultura

Unicornio Por Esto!: Un discurso metapoético, un cosmos de la palabra

¿El poeta hace al poema o el poema hace al autor? Son algunas de las preguntas que Iris recorre en su poemario y que el artículo de Kenia Aubry desglosa a nivel discursivo
En esta obra se plasma una autoconsciencia de la escritura de poesía / Especial

En este artículo se explora el concepto de metapoesía a través del libro Cuaderno de sueños, de Manuel Iris. El texto explica cómo el autor construye una referencia a su propio libro de poesía y evidencia  el proceso de escritura. El desdoblamiento del autor abre un espacio para la reflexión sobre el qué hacer poético: se cuestiona, a través de la personificación de la poesía, qué implica el acto de escribir poemas. ¿El poeta hace al poema o el poema hace al autor? Son algunas de las preguntas que Iris recorre en su poemario y que el artículo de Kenia Aubry desglosa a nivel discursivo. Pero la labor de Iris, según Aubry, al generar esta obra metaliteraria, es también una novedad necesaria dentro de la poesía contemporánea, pues al plasmar esta autoconsciencia de la escritura de poesía, Manuel Iris se aleja de los temas más convencionales de la poesía, como el amor o la soledad. La metapoesía, de algún modo, expone y reivindica las posibilidades de la poesía misma.

“[…] regresar por la palabra, al paraíso primero y compartirlo”.

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El dominio de la escritura No sabemos en qué momento empezó a desvirtuarse el sentido de la poesía, tanto para los que, con ligereza, se llaman poetas como para los lectores. El que escribe –y el que lee sin pleno conocimiento del género poético, aunque éste tiene más justificaciones a su favor– parece preferir el tema amoroso y hace de la poesía un vertedero de sentimientos mal construidos que no llevan a ninguna parte. No por nada el poeta y narrador José Manuel Caballero Bonald comenta en una entrevista: “Ya sabemos que se ha institucionalizado, o casi, una novela y una poesía banales” (Cruz, 2007), porque “cada vez hay una tropa mayor de majaderos, fantoches y tentetiesos” (Cruz, 2007) que se dicen artistas, que se dicen poetas y, como mucho, alcanzan la categoría de versificadores.

Por fortuna, Cuaderno de los sueños (2009), de Manuel Iris (Campeche, 1983) pertenece a la literatura que da que pensar. Es una obra contemporánea que se aleja de la introspección íntima y melancólica. Este discurso, en cambio, está habitado por el juego de varias voces, por el desdoblamiento poético y por una subjetividad crítica que se pone en diálogo con la propia escritura poética. De hecho, escribimos las reflexiones de Cuaderno de los sueños con el cuadro Drawing hands (1948), de Maurits Cornelis Escher de frente, porque la escritura de Iris está en diálogo con esa obra. En la pintura del holandés se mira un boceto en el que dos manos ya dibujadas se trazan una a la otra parte del antebrazo, por ello, ambas sostienen sus respectivos carboncillos; lo inquietante, como es toda la obra del artista, las manos truecan en reales y se liberan del propio boceto. En el poemario de Iris, así como Escher suelta las manos del pintor en un “claro ejemplo de autoconsciencia y autorreflexividad artística” (Orejas, 2003: 165), la poesía cobra autonomía para postularse como su propia hacedora.

Cuaderno de los sueños está conformado por tres secciones y en “Nota del autor” se explica que los apartados “Parado en el umbral” y “Llegar a tu silencio”, forman parte de un libro aún inédito que llevará por título Llamarte por discordias. El apartado “Cuaderno de los sueños” es el más amplio y el que responde a nuestros intereses literarios. Este segmento poetiza en simultaneidad (con la prosa poética y con la poesía) dos situaciones: la que refiere a la reflexión sobre la escritura, en específico, sobre la escritura de la poesía; y aquella que pone su empeño en confundirnos con la mención de un “Cuaderno de los sueños”, que es ficción y que se titula como el libro que tenemos en las manos.

En este sentido, la naturaleza del poemario de Iris es autorreferencial, esto es, un poemario que remite a sí mismo “convirtiéndose en texto-espejo” (Orejas, 2003: 137) en el que describe su propio proceso escritural; con un término más específico podemos decir que es un complejo discurso metapoético apartado de los temas más aludidos en el género (el amor, la soledad, los paisajes pintorescos, entre otros); en contraste –tomamos la definición de Leopoldo Sánchez Torre–, en “Cuaderno de los sueños” “‘la reflexión sobre la poesía resulta ser el principio estructurador, esto es, aquellos poemas en los que se tematiza la reflexión sobre la poesía’” (ap. Orejas, 2003: 162) a través de un “lúcido proyecto cognoscitivo, como raíz y eje de todo un programa de escritura” (Sánchez Torre, 2005: 115).

“Cuaderno de los sueños” es un libro metapoético por lo externado antes, pero también es metaliterario, las reflexiones no se quedan sólo en el ámbito de la poesía, sino, como también lo dijimos con anterioridad, reflexiona en torno a los procedimientos escriturales de la literatura, esto significa que, además, estamos, ante un texto que trata de literatura sobre literatura (Ródenas de Moya, 2005: 47), o bien consideraciones en torno a la literatura en la que ésta “‘se adopta como tema a sí misma’” (Orejas, 2003: 69)163. Con todo el peso del valor que la escritura literaria tiene, “Cuaderno de los sueños” no cancela el valor dialéctico ni el compromiso de la literatura con la sociocultura que se nos da como predeterminada: otorgar sentidos que modifiquen la visión de las cosas para y por el hombre. Cierto, la obra del autor peninsular se aparta de los temas sociales, aunque repensar la preeminencia de la escritura literaria no es menos importante que los asuntos de nuestra colectividad en sociedad. Al respecto, Leopoldo Sánchez Torre señala:

la metapoesía habla de la poesía, pero, al hacerlo, habla también ?y sobre todo? del mundo. En otras palabras: si la metapoesía pone en evidencia el carácter ficcional del poema, no deja de advertir igualmente acerca de las ‘celadas’ de la realidad ‘objetiva’. En realidad, decir que el metapoema plantea que el lenguaje sólo puede hablar de sí mismo es una ilusión ?una nueva paradoja? provocada, eso sí, por el propio metapoema (2005:118)

Se pensaba que la metaficción era más común en la narrativa que en la poesía, suponemos porque es relativamente más fácil explayarse en la arquitectura que permite la novela para contar una historia que decide mirar sus propias costuras164. Sin embargo, la poesía contemporánea también ha incursionado en el campo de la metaficción desde diferentes parámetros ideológicos y culturales y desde diferentes concepciones de la poesía (Sánchez Torre, 2005: 115)165; Linda Hutcheon emplea el término metaficción para definir a “aquellas obras de ficción que autoconsciente y sistemáticamente llaman la atención sobre su condición de artificio, planteando así cuestiones en torno a las relaciones entre ficción y realidad” (ap. Orejas, 2003: 32). Y cabe añadir a la idea de Hutcheon que “[e]l carácter metafictivo de una obra no [está] determinado por la proximidad o identidad entre autor, narrador y personaje [estas dos últimas entidades más concernientes a la narrativa] sino por la voluntad de servirse de los recursos de la ficción para, precisamente, desvelar la ficcionalidad del texto” (ap. Orejas, 2003: 112). En la meditación de la poesía autoconsciente, Manuel Iris plantea en uno de sus poemas la preocupación existencial del artista en el acto de la escritura respecto de la certeza terrible de la hoja en blanco y de la fuerza enigmática de la palabra, aunque los versos que citamos de inmediato no son los que inauguran el libro, consideramos que sienta las bases para la reflexión en torno al ejercicio de la escritura poética:

Mi aliento se detiene. Estoy alerta: los vocablos intentan destruirme. Han realizado una conflagración. Continúo: los muslos intocados y la lengua que los lame… pero esa línea ha sido escrita en contra de mi voluntad. Quiero decir: hacía más ancho y más profundo el ámbito… paro de nuevo. Es mío el aliento del que salen sus palabras (2009: 26; las cursivas son del original).

El poema anterior refiere, en lo aparente, a un acto involuntario del artista con la escritura. Carlos Javier García explica, para el caso de la narrativa, que en las novelas autorreflexivas “el sujeto narrativo asume que puede tener control total y definitivo sobre la propia escritura” (2005: 69). En “Cuaderno de los sueños”, contrario a lo que dice García para la narrativa, el sujeto poético parece sometido por la escritura, incluso la palabra literaria, camuflada en los nombres de Mía e Inés, se corporiza: “Su cuerpo sigue allí: en la palabra cuerpo, en la palabra Inés, en la palabra allí. Su cuerpo está en el cuarto. […] Atrás, Inés me sueña algo que ignoro. Adelante, Mía escribe esta página” (Iris, 2009: 54). Además, la personificación de la escritura en los nombres femeninos abre el poemario a la polifonía –como el mismo enunciador poético lo revela: “Escribo un libro de diversas voces” (2009: 44)–, las voces se materializan y se dejan escuchar, en ocasiones y cara a cara, para ningunear al ser poético:

No seas ridículo, hablante. ¿A quién le gustaría/ que la llamen Mía? Me pertenezco/ de maneras menos obvias/ y mi nombre es Inés. Me llamo Inés/ y tengo voz en este asunto. // Este libro no es tuyo […] Este verso no es tuyo, Manuel Iris, no seas infantil./ No sabes escribir y no tienes derecho/ de nombrarme (Iris, 2009: 25).

Sabemos, sin embargo, que el vilipendio de la escritura sobre la voz que enuncia es parte del juego metapoético. El artista está consciente del acto mismo de escribir y está consciente de que la escritura lo domina porque habita en ella la grandeza de la palabra poética. Es por esto que la recurrente figura del Ángel se trastoca en metáfora de lo improbable, en el sentido de que el lenguaje literario de las obras trascendentales nunca se repite, de ahí la significación de la imagen de lo incierto como la piel del Ángel “siempre de paso/ de una voz a otra” (2009: 29). En el mismo emblema angelical se incorpora otra conjetura literaria: la de entrar al lenguaje poético sin que éste pierda su sentido literario: “Tocar al Ángel/ y que siga siendo Ángel/ será el poema” (2009: 47). El enunciador no se amilana ante el dominio de la escritura, sino que sostiene una lucha con la fuerza de la palabra que intenta vulnerar su voluntad artística: “Como esta voz, mi lengua busca/ el laberinto de tu oreja/ y yo te escribo y sé muy bien/ que hay algo ?hay un lugar? más bello/ que tu vientre […] Afuera del poema algo te dice un canto […] sonido bajo letra […] Hoy puedo hacer un verso en que no mueras nunca” (2009: 33). Hacia el final del segmento de “Cuaderno de los sueños” el ser poético se impone: “y ya es momento/ que me dejes escribirte (2009: 55)”. No pasa desapercibido el erotismo de los versos que aluden al cuerpo femenino y a lo sensorial. Mas se trata de una relación erótica con la palabra al modo de Roland Barthes: el erotismo como representación del goce de la escritura: “Prefiero entonces ubicarme/ frente a mi escritorio/ para palpar esta escritura que se abre/ como un par de muslos […] ese lugar/ en que me hundo de placer/ a deletrear/ la perla de tu forma” (2009: 36). Las observaciones metaliterarias de “Cuaderno de los sueños” hacen de la poesía otra posibilidad de acceder y de entender el mundo de la creación poética.

La práctica intertextual, en algunos casos, forma parte del recurso metafictivo. El libro de Iris establece diálogos con poetas como Rubén Bonifaz Nuño, José María Rilke, Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia. De manera específica, la polifonía del poemario está muy vinculada con la obra de Salvador Elizondo; el título Cuaderno de los sueños nos recuerda al libro de ensayos Cuaderno de escritura (1969) del narrador capitalino. Y en los umbrales del poemario se inscribe el epígrafe extractado de la novela El hipogeo secreto (1968): “¡Eh!, ?exclamó de pronto?. No sé si te haya ocurrido lo mismo que a mí; pero a mí se me ocurre que esto que ahora hemos sentido, tal vez haya sido escrito. Después de todo, ¿por qué no habría de ser así?” (2009: 15; las cursivas son del original). El acto perlocutivo de este paratexto ?y la totalidad de la obra para quien la conoce? nos anuncia que la materia poética estará relacionada con la metaficción. El diálogo con El hipogeo secreto se estrecha a través de Mía, que en el texto de Elizondo es la personaje a la que el narrador refiere su proceso de escritura; en “Cuaderno de los sueños” Mía (e Inés) son la encarnación de la materia poética:

Sigue dormida. A la mitad del camino entre la cama y mi estudio recuerdo unos versos de Alí: si acaso el ángel frente a mí dijera / la última palabra / la decisión mortal de mi destino / y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara… […] Mía,/ ven de nuevo. // Ocupa el ámbito del verso/ y calla, // permanece. // No salgas de la piel/ que te procuro, y no me dejes/ al silencio de este parque/ al caos de mi estudio/ de este libro incompleto. // En la recámara en que estás/ hay algo de nuevo. Hay otra/ voluntad // y ya es momento/ que me dejes escribirte (2009: 54-55; las cursivas son del original).

Encontramos, además, que “Cuaderno de los sueños” tiene sintonía polifónica con “El grafógrafo” (1972), de Elizondo. La metáfora de este breve relato devela que “[l]a escritura crea al escritor, [y que éste] sólo existe en el acto de escribir” (Bruce Novoa y Romero, 2009: 4): “Escribo. Escribo que escribo. […] Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. […] También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito […] que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo” (Elizondo, 2009: 6). El discurso metapoético de Iris entra en diálogo con el bello y demencial juego de palabras de “El grafógrafo” ?sobra decir que con estilos diferentes “[l]a ensoñación poética es siempre nueva ante el objeto con el cual se relaciona” (Bachelard, 1982: 236)?, ambos discursos demuestran su satisfacción por la escritura artística y su necesidad de comprender los misterios de la literariedad. El efecto especular “Cuaderno de los sueños” no sólo auto-refleja el lenguaje poético al “‘ceder la iniciativa a las palabras’, encaminándolas a ‘iluminarse mutuamente con sus reflejos’ [para deliberar en relación a la supremacía del lenguaje literario]” (Dällenbach, 1991: 208), sino se trata de un auto-encajamiento o imagen puesta en abismo, procedimiento que dentro del primer discurso duplica un segundo discurso en abyme (1991: 15)166. Pero el encastramiento es insuficiente para decir que en una obra hay representación en abismo si dicha duplicación interior (o las duplicaciones que resulten) no está determinada por la función reflexiva (1991: 72).

Los poemas de Manuel Iris, además de metaliterarios, son metapoéticos. Como las muñecas rusas, como los cuadros de Escher, como las novelas de confección autorreferencial, estamos ante un poemario, cuya función reflexiva describe su propia materia poética y nos crea la hermosa ilusión del libro dentro del libro. El primer enclave de esta imagen en abismo está representado por el Cuaderno de los sueños real, el que los lectores sostenemos en el acto de la lectura; el segundo enclave, y el que otorga el verdadero estatus abismado al libro, proviene del “Cuaderno de los sueños” ficcional o representado dentro de los versos: Escribo un libro de diversas voces y se lo muestro a Inés, una tarde con viento. El manuscrito se titula Cuaderno de los sueños y resulta ser, por un azar o voluntad que no comprendo, el mismo Cuaderno de los sueños firmado por Manuel Iris que ahora el lector inútilmente descifra, lo cual confirma mis sospechas. Inés está muy seria, silenciosa. Se ha dado cuenta de que estamos en un libro que es un sueño que otro ser soñado lee haciendo todo aparentemente más real, por las hojas impresas. Me mira y dice cosas cuatro páginas atrás. La dejo hablar y observo su cabello, sus pies que amo y la imagino desnuda, recostada. […] En el estudio, sobre el escritorio descansa como un gato el Cuaderno de los sueños, que ahora corrijo y que también ahora tiene enfrente el lector. Sigo escribiendo y afuera sueña el aire, las hojas arrastradas (Iris, 2009: 44; las cursivas son del original).

La vivificación de este acto escritural aumenta con la sobrecarga semántica del tiempo gramatical en presente, según se deja ver en los verbos (escribo, muestro, descifra, estamos, entre otros) y en el deíctico ahora. Esta temporalidad, que se mantiene a lo largo del discurso, se reafirma con la idea constante de que estamos ante un manuscrito inacabado, por eso en el momento de la lectura presenciamos las correcciones del poeta a su futuro libro. El mismo fragmento citado nos remite a la metáfora del cuentista y filósofo chino Pao Cheng, en la que representa el enigma del arte con un inquietante cuestionamiento: ¿Somos mariposas que soñamos ser humanos o humanos que sueñan ser mariposas? La función reflexiva del “Cuaderno de los sueños” ?lo hemos dicho líneas atrás? también alude al misterio y a la perfección de la obra de arte literario en la metonímica figura del Ángel. La materia poetizada del “Cuaderno de los sueños” gira sobre sí misma y reitera su condición de artificio al evidenciar su preocupación por la composición de un libro aún incompleto, este desasosiego de la ficción poética se convierte en tema del arte167: “Hoy discutimos la dedicatoria. Dice que es obvia dada la composición que (parece) va a tener el libro, aunque hay que ver cómo acaba. […] Una dedicatoria se escribe con menos escrúpulos que un poema, con menos estructura o sin estructura por completo” (2009: 34). De igual modo son asunto del arte la revisión constante de la obra: “De regreso a mi estudio, he releído algunas partes que me preocupan” (2009: 34); la impotencia ante la fuerza del lenguaje que se apropia del poeta para darle satisfacciones, pero también para atribularlo: “Voy a tomar tu aliento,/ a construirme. // Te voy a hacer/ feliz y atormentado/ en este libro que no acabas de escribir/ porque al final, Manuel, eres mi sueño/ y vas a hablar de mí, de la floresta/ del verano en mis pezones/ porque me vas a declarar tu amor. // Voy a soñar mi libro” (2009: 35).

(Continuará...)