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UNICORNIO: ¿Cuándo empezó la guerra? Esto es lo que dice la arqueología

El arqueólogo Alfredo González Ruibal pública en un ensayo extraordinario en el que nos lleva a entender la razón de las masacres entre humanos desde la prehistoria
El arqueólogo asegura que la brutalidad extrema existe en los grupos humanos independientemente de su forma de organización socia
El arqueólogo asegura que la brutalidad extrema existe en los grupos humanos independientemente de su forma de organización socia / Por Esto!

¿CUÁNDO EMPEZÓ LA GUERRA? ESTO ES LO QUE DICE LA ARQUEOLOGÍA

Alfredo González

A finales de la Edad del Bronce, hacia el año 1250 a.C., un numeroso grupo de individuos apareció en el valle del río Tollense, en el nordeste de Alemania, y se enzarzó en una batalla campal de dimensiones colosales, la primera en la historia de Europa, con una comunidad local. En total, se calcula que en la lucha participaron unos 4.000 guerreros. Iban pertrechados con hachas de bronce, garrotes de madera con forma de bate de béisbol, arcos y flechas, lanzas y quizá cuchillos o espadas. Y lo que resulta más sorprendente: los atacantes tenían una procedencia meridional, de zonas como Bohemia, en la actual República Checa, a unos 500 kilómetros de distancia del escenario del combate.

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El relato de esta batalla no aparece en ninguna inscripción o fuente antigua. Se conoce gracias a la arqueología. El Tollense llevaba décadas escupiendo objetos de la Edad del Bronce, pero no fue hasta 2008 cuando dos investigadores alemanes registraron sistemáticamente la zona y empezaron a descubrir armas, pertrechos varios, estructuras de madera y restos humanos: 12 mil huesos pertenecientes a unos 140 individuos con numerosos traumas perimortem, como flechas de sílex incrustadas, heridas perforantes causadas por puntas de bronce o cráneos partidos.

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Fue un hallazgo revolucionario: demostró que en el I milenio a.C., además de razias y duelos singulares, hubo otra modalidad de violencia colectiva, las batallas campales. “Tendemos a imaginarnos el mundo de la prehistoria como una multitud de pequeñas comunidades aisladas y poco conectadas entre sí, excepto por el comercio. Pero Tollense nos habla de un conflicto que hoy llamaríamos internacional, en el que participaron grandes coaliciones y en el que se vio inmerso un territorio no menor al de las guerras del siglo XVI o XVII”, escribe Alfredo González Ruibal, arqueólogo en el Instituto de Ciencias del CSIC, en Tierra arrasada (Crítica).

Conflictos, masacres, asedios, fosas comunes, destrucción de ciudades, sacrificios, genocidios, cabezas cortadas y todo tipo de horrores desde el Paleolítico hasta la actual guerra de Ucrania pueblan las páginas de este libro empíricamente terrorífico, cuyo objetivo reside en entender por qué los seres humanos se han masacrado unos a otros durante miles de años. Y lo que ofrece la arqueología es una visión íntima y cotidiana de la violencia, la experiencia humana de los guerreros, como los soldados que murieron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y de los civiles, como los rebeldes de Tell Brak, una de las ciudades más antiguas de Oriente Próximo, cuya revuelta contra la élite fue sofocada con sangre hace unos 4 mil años.

“La intimidad que revela la arqueología es también la de la violencia más sórdida: la descripción de una fosa común sirve de antídoto contra cualquier romantización de la guerra, contra los relatos épicos con olor a naftalina que vuelven a estar hoy de moda”, sentencia González Ruibal, que se aleja de las teorías extremistas sobre la historia de la violencia —ni salvajismo inmutable ni progresivamente domado por el proceso civilizador, como defiende Steven Pinker—.

Violencia y política

El arqueólogo asegura que la brutalidad extrema existe en los grupos humanos independientemente de su forma de organización social y el periodo histórico, pero resulta excepcional, no es la norma. Hay diversos factores que la azuzan, desde los climáticos a los ideológicos. “Si la violencia extrema o la guerra ilimitada fueran el orden normal de las cosas en todas las sociedades o en las sociedades preestatales, el número de fosas comunes y sitios devastados por la guerra sería constante. Y no es así”, defiende.

El ejemplo más antiguo de violencia interpersonal, letal y deliberada conocido hasta el momento se ha hallado en la Sima de los Huesos de Atapuerca: un cráneo de hace 430.000 años con dos lesiones contusas perimortem en la parte frontal. La guerra como tal, recuerda González Ruibal, no empezó hasta el IV milenio a.C., cuando surgió una forma de violencia colectiva que se distinguía por sus ritos, instituciones, tácticas, estrategias y cultura material, como las armas diseñadas específicamente para el combate. Ingredientes que embellecieron y sublimaron el acto de matar.

Antes, en el Neolítico, hubo agresiones, razias y masacres entre distintas comunidades de cazadores-recolectores y agricultores, como la documentada en Jebel Sahaba, en Sudán: más de una veintena de hombres y mujeres de todas las edades enterrados en la necrópolis murieron de forma violenta hace unos 13.400 años. Y sociedades que acabaron colapsando en medio de un baño de sangre, como le sucedió hacia 5000 a.C. a la cultura de la Cerámica de Banda o LBK por sus siglas en inglés, desarrollada en el centro y norte de Europa.

Un fenómeno interesante que se aborda en el ensayo es el momento de la aparición de la violencia extrema. Puede darse a rebufo del colapso de un sistema político, cuando desaparecen los límites sociales impuestos a la guerra o se desatan tensiones que llevaban tiempo reprimidas; o con el nacimiento de nuevos regímenes, sobre todo cuando otorgan al soberano un mayor poder y lo convierten en figura divina. Esto ocurrió, por ejemplo, en el Egipto de la primera dinastía faraónica o en el primer estado chino fundado por Wu Ding, donde se practicó de forma masiva el sacrificio funerario.

La obra de Alfredo González Ruibal, experto en la arqueología de conflicto, sobre todo de la Guerra Civil española —aunque su primera excavación fue en Alesia, el lugar donde Julio César cosechó una de sus victorias más asombrosas y puso fin a la guerra de las Galias—, está plagada de historias estremecedoras de todas las épocas. Podríamos enumerar en este artículo multitud de ellas, pero es mejor leer el libro completo, acompañar al autor por esos episodios repetidos de violencia en los que siempre aparecen otras víctimas: mujeres y niños. “Para mí la arqueología es ante todo un ejercicio de compasión (...) una forma de sentir con el otro, aquel a quien nunca hemos conocido, de quien nos separan décadas, siglos o milenios”, confiesa.

Y cierra: “La arqueología de la violencia nos acerca al pasado mucho más que cualquier otra porque no es necesaria traducción alguna”. Los arqueólogos hacen hablar a los esqueletos. Tierra arrasada muestra ese trabajo detectivesco y la historia de la humanidad a través de uno de sus principales componentes, la violencia.

Arqueología del conflicto, un estudio pionero sobre la guerra en la Conquista

Pasaron únicamente 20 años desde la toma de Tenochtitlan cuando, a cientos de kilómetros, el fuego de la rebelión ardió en Nueva Galicia. A pesar de surgir en una remota locación del occidente mesoamericano, la Guerra del Mixtón, como se le ha llamado, alcanzó tal dimensión que amenazó con propagarse por toda la Nueva España. La revuelta prendió con tanta fuerza que el virrey Mendoza organizó con urgencia una fuerza de más de 50 000 hombres, el contingente más grande jamás reunido en el virreinato, para sofocar personalmente la insurrección. Los combates se extendieron varios meses, finalmente los alzados fueron vencidos, por este motivo contar la historia de este conflicto armado es contar también la historia de la derrota que sufrió el pueblo caxcan a pesar de su tenaz resistencia.

Para españoles e indígenas la Guerra del Mixtón se convirtió en un punto de inflexión, pues a partir de ese momento Nueva Galicia se integraría de lleno al resto del territorio y con los años el norte y occidente mesoamericanos se consolidarían como una de las regiones más importantes de la Colonia: el Bajío. Muchos indígenas rebeldes, que escaparon de la muerte, formarían un enclave en la mesa del Nayar, otros arribarían a la Gran Chichimeca y vivirían un conflicto largo y cruel.

A pesar de su importancia el conocimiento que tenemos de la Guerra del Mixtón es todavía muy escaso. Los trabajos precedentes siempre se han aproximado a la rebelión desde las fuentes históricas. En el ámbito de lo general se han basado en los testimonios de los vencedores para describir lo sucedido en una lucha armada, pero para el estudio de la guerra la evidencia física ha sido muy descuidada. En Arqueología del conflicto. La Guerra del Mixtón (1541-1542) vista a través del Peñol de Nochistlán, Angélica María Medrano presenta el descubrimiento de uno de los campos de batalla donde combatieron caxcanes contra españoles, en otras palabras, el libro nos permite por primera vez conocer detalladamente el escenario de un enfrentamiento de la Conquista, en este caso, el paraje localizado en la actual población de Nochistlán, Zacatecas, lo cual trasciende el uso de fuentes de los conquistadores.

Dar con el sitio, con el lugar exacto del choque, fue como encontrar una aguja en un pajar. Estamos, en múltiples aspectos, ante un estudio pionero, una de las más innovadoras propuestas de investigación, pues enfrentarse al reto de localizarlo con precisión requirió no sólo de la conjunción de fuentes históricas con exploración en campo, sino de la inauguración en nuestro país de la especialidad que da nombre al libro: la arqueología del conflicto. Es por eso que la elección de dicho título nos parece adecuada, pues aunque se trata de un estudio de caso, en sus seis capítulos y 197 páginas se nos conduce de manera clara y bien estructurada por las propuestas, antecedentes y retos de esta subdisciplina.

Angélica Medrano realizó estudios de maestría en Antropología Física y de doctorado en Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Su tesis doctoral recibió mención honorífica en el Premio Alfonso Caso y conforma parte importante de esta su ópera prima. No obstante, es un trabajo académico y no de divulgación al estilo narrativo, está tan bien logrado que no obstaculiza la lectura. Es, pues, un texto para un público amplio a la vez que una muestra novedosa de cómo las diferentes ramas de las ciencias sociales pueden fortalecerse para abordar una problemática tan compleja como la guerra en la antigüedad.

Detectar los campos de batalla, encontrar a las víctimas de la guerra, contrastar las fuentes con la exploración arqueológica y caracterizar a los rebeldes son los objetivos desarrollados. Eslabonado en dos grandes ejes: el primero, La Guerra del Mixtón, transcurre en la construcción de un contexto teórico, metodológico e histórico a partir del cual se desenvuelve la labor del equipo de trabajo y después en la descripción del sitio de la batalla. Inicialmente el estudio responde a las preguntas: ¿qué es la guerra? y ¿cómo puede estudiarse desde la arqueología? Los indicadores del suceso, reseña Medrano, van desde los elementos defensivos como las murallas y el abandono de armas, hasta la localización de restos humanos con evidencia de muerte violenta y tumbas masivas. Los ejemplos son ilustrativos y enriquecedores pero, también hay que decirlo, prácticamente todos están publicados en revistas muy especializadas de lengua inglesa.

En esta primera parte la autora transita de lo general a lo particular al ofrecernos, luego del marco teórico, un acercamiento a la región caxcana desde el periodo Clásico, pasando por la Conquista y arribando a la insurrección. El segundo eje, Arqueología del conflicto, conjuga las herramientas más importantes de las investigaciones históricas y arqueológicas, pues la delimitación territorial de las áreas más propensas a ser el campo de batalla se logró gracias a las referencias documentales auxiliadas de fotografía aérea y recorridos de superficie.

Se presenta a partir del capítulo cinco el desenlace de la investigación y el testimonio físico del enfrentamiento. Consideramos por tal motivo que, aunque breve, esta sección es el corazón del libro. Si bien la tradición oral de los pobladores contemporáneos señalaba cierta zona como el lugar donde se dio el choque entre españoles y caxcanes, la investigación dio un resultado sorprendente que sólo pudo lograrse luego de conjugar los datos extraídos de crónicas, códices e investigación de campo.

Además de localizar el sitio exacto de la batalla, una de las aportaciones más importantes de este estudio es corroborar las tácticas de combate usadas por ambos bandos, referidas en los documentos. El conjunto bibliográfico en el cual se apoya Arqueología del conflicto lo convierte también en una base teórica y referencial para investigaciones posteriores sobre la cultura caxcana, la rebelión en sí misma y como base para las futuras aproximaciones al conflicto en el mundo antiguo. La Guerra del Mixtón es importante, pues actualmente es el único estudio en su tipo en América Latina, debido a que la mayoría de los trabajos sobre campos de batalla se han realizado en Europa y Estados Unidos.

Pese a que la doctora Angélica Medrano logra dar respuesta a varios de los objetivos que se propone, quedaron aún algunas interrogantes sin resolver. Una de las más importantes es explicar, ante las descripciones de la masacre, ¿dónde están los miles de muertos indígenas que refieren las crónicas? Durante los trabajos de excavación y recorrido de superficie no pudo ser localizada ni una sola víctima de las más de 15 000 que supuestamente perecieron en combate. Si por un lado el estudio del Peñol de Nochistlán logró caracterizar positivamente el escenario de la batalla, por otro, la localización de los restos de los fallecidos es una tarea pendiente que arroja un caudal de dudas sobre el desenlace de las guerras de conquista. Falta también determinar si las armas de obsidiana localizadas corresponden a los contingentes indígenas aliados del virrey o a los defensores caxcanes.

Consideramos que los aspectos pendientes de la investigación no limitan la obra, por el contrario, son una invitación, una muestra del fértil terreno que se ha abierto con Arqueología del conflicto, además una advertencia clara a los arqueólogos e historiadores para tomar con más cuidado los textos novohispanos que, en este caso, se antojan triunfalistas y exagerados.

El precedente marcado por Medrano tiene el potencial de transformar la forma como se realiza la investigación sobre el periodo colonial en nuestro país. Estamos seguros que en el futuro el estudio de los campos de batallas será una disciplina consolidada y que los descubrimientos por venir nos ampliarán enormemente el conocimiento de nuestra propia historia. Tal vez en unos años podamos leer acerca del hallazgo del sitio de la batalla de Centla o de Otumba y, por qué no, la descripción arqueológica de los combates entre tropas zapatistas y carrancistas. Sin lugar a dudas estas investigaciones tendrán como referente al libro Arqueología del conflicto. La Guerra del Mixtón (1541-1542) vista a través del Peñol de Nochistlán.

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