El Epígrafe en Borges: Un Laberinto en el Umbral del Texto
Víctor José López Martínez
Un nuevo aniversario del natalicio de Jorge Luis Borges, nos convoca a reflexionar sobre su legado, y por eso, es pertinente abordar uno de los aspectos más intrigantes de su obra: el uso del epígrafe. Borges, el titán literario argentino, es considerado como uno de los escritores más importantes del siglo XX y, probablemente, el más grandioso en el idioma español. Su obra es una exploración profunda y erudita de temas universales como el infinito, los laberintos, los espejos y la identidad. Uno de sus cuentos más célebres, El Aleph, nos recibe con el epígrafe: “Oh Dios, podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme rey de un espacio infinito, si no fuera porque tengo malos sueños”. Este enunciado, tomado de Hamlet, de William Shakespeare, es mucho más que un adorno literario; es una declaración de intenciones, un mapa conceptual y una pieza de un rompecabezas literario que Borges arma meticulosamente.
El Infinito en un Grano de Arena
El epígrafe de El Aleph encapsula la paradoja del infinito dentro de lo finito. Al igual que Borges, el personaje de Hamlet está atrapado en un dilema existencial. “Oh Dios, podría estar encerrado en una cáscara de nuez”, dice Hamlet, abordando la dualidad de la existencia humana: somos finitos y, sin embargo, somos conscientes del infinito. Esta conciencia del infinito se manifiesta en El Aleph, donde el protagonista descubre un punto en el espacio que contiene todos los puntos del universo. El epígrafe sirve como una introducción conceptual al tema central del cuento.
Más allá de la mera proposición de la existencia de un punto que contiene la infinitud del espacio, el epígrafe en El Aleph también nos reta a considerar cómo nosotros, como seres finitos, podemos conceptualizar, articular o incluso experimentar dicho infinito. Es una invitación a reflexionar sobre la naturaleza humana en relación con lo inabarcable. ¿Podemos realmente ser “reyes de un espacio infinito” como propone el epígrafe, o estamos condenados por nuestras limitaciones perceptuales y cognitivas a ser siempre prisioneros de un universo que apenas podemos empezar a comprender? Así, el epígrafe se convierte en un eco de las preguntas filosóficas y existenciales que Borges explora en su cuento y, en general, en toda su obra.
Intertextualidad y Metaficción
El uso de un epígrafe de Shakespeare no es una elección al azar. Borges era un ávido lector de Shakespeare y entendía que cada obra literaria es un diálogo con las obras que la precedieron y la seguirán. En este sentido, el acto de incluir un epígrafe de otra obra es una forma de metaficción: una narrativa que se dobla sobre sí misma, consciente de su propia artificialidad. Borges no solo está contando una historia, sino que también está hablando sobre el acto mismo de contar historias, de crear ficciones que dialogan con otras ficciones. Al hacer esto, nos invita a considerar El Aleph no como un texto aislado, sino como parte de una red intertextual que incluye todo, desde la literatura clásica hasta la filosofía y la mitología. Este enfoque amplía la relevancia del cuento más allá de su propia estructura, insertándolo en una conversación literaria y filosófica más amplia.
Conclusión
Cada epígrafe en la obra de Borges es una llave que abre puertas a otros mundos literarios, seleccionadas por quizás el lector más importante de la historia. Estas citas no son meros adornos, sino invitaciones a explorar un universo literario que se expande en múltiples direcciones. Al aceptar esta invitación, no solo enriquecemos nuestra comprensión del texto de Borges, sino que también descubrimos nuevos autores y perspectivas. En ese acto de abrir, nos convertimos en compañeros de Borges en su eterno peregrinaje por el universo del saber humano. En este sentido, el epígrafe en la obra de Borges se convierte en una suerte de mentoría póstuma. A través de él, Borges nos orienta en nuestra propia búsqueda literaria y filosófica, como si extendiera su influencia más allá del texto y del tiempo. Así, en el marco de este aniversario, celebramos no solo al Borges escritor, sino también al Borges lector, al Borges que nos invita a ser más curiosos, más inquisitivos, y, en última instancia, más humanos.
Jorge Luis Borges, lector y autor de Tlön
Liliana Weinberg
(Fragmento)
Mucho se ha escrito ya sobre Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, cuento publicado en 1941 dentro de la colección El jardín de senderos que se bifurcan y posteriormente integrado a Ficciones (1944), en cuyo “Prólogo” Borges se refiere a dicho relato como una pieza literaria que corresponde a “la escritura de notas sobre libros imaginarios”. Me interesa en mi caso enfatizar hasta qué punto este relato se apoya en el tránsito de umbral entre el texto y las prácticas de sociabilidad literarias, y hasta qué punto evidencia la observación de Pastormerlo en cuanto a que “Borges hizo de su relación con la literatura un tema literario”.
Se trata de un relato que se desencadena a partir de un dato inicial, que es la visita de Borges a la biblioteca de su amigo Bioy Casares.15 Al respecto considero ha sido providencial la publicación hace ya 10 años del Borges de Bioy, obra que, a despecho de las muchas curiosidades, inquietudes morbosas y críticas gozosas que despertó, aporta nuevas pruebas al respecto: en esa obra queda puesto en evidencia el diálogo entre ambos amigos-cómplices, y en las escenas que pinta es posible descubrir la omnipresencia de libros, personajes, citas y enciclopedias o referencias al género fantástico y policial, que acompañan a esa constante reiteración de una misma cita a cenar y de un gran diálogo de buenos entendedores entre dos amigos unidos para siempre en la confidencia.
El escenario usual de esos encuentros es la casa de Bioy, en un continuo que va del comedor a la biblioteca. Morosas observaciones sobre detalles de edición o traducción, comentarios críticos sobre algún dato o pasaje, reflexiones a partir del cotejo de ediciones, apuntes propios de prólogos o epílogos, resultan así la simbolización de rutinarias desesperaciones aparentes y súbitos consuelos secretos en la literatura. Pero además, bien leído, el Borges de Bioy encierra una complicidad mayor: dos personajes, despojados casi de todo nombre y seña, discuten sus lecturas (se saborea una palabra, un verso o un pasaje en traducción; se discuten las bondades de un autor; se consulta una enciclopedia para confrontar una cita que vive en la memoria) y a la vez pergeñan un nuevo episodio de la literatura.
Diálogo de amigos, escritura y ficción se cruzan desde las primeras páginas: “Por dispares que fuéramos como escritores, la amistad cabía, porque sentíamos una compartida pasión por los libros. Tardes y noches conversamos de Johnson, de De Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales”.
Bioy se pregunta: ¿Cómo evocar lo que sentí en nuestros diálogos de entonces? Comentados por Borges, los versos, las observaciones críticas, los episodios novelescos de todos los libros que yo había leído aparecían con una verdad nueva y todo lo que no había leído, como un mundo de aventuras, como el sueño deslumbrante que por momentos la vida misma llega a ser. Me pregunto si parte del Buenos Aires de ahora que ha de recoger la posteridad no consistirá en episodios y personajes de una novela inventada por Borges. Probablemente así ocurra, pues he comprobado que muchas veces la palabra de Borges confiere a la gente más realidad que la vida misma.
El Borges de Bioy permite iluminar una zona del sistema creativo de Borges en una de sus etapas más productivas. Nos permite además, en particular, confrontar las escenas y atmósferas concretas con las que presenta éste que es uno de sus más grandes relatos y que comienza a tejerse a partir de la evocación de datos históricos: nombres, lugares y hábitos afortunadamente cotejables con el testimonio de Bioy: cenas y paseos compartidos, recorrido por las bibliotecas, discusiones literarias que solían acabar en la consulta de alguna edición rara o los volúmenes de una enciclopedia: Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902.
El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal.
El diálogo entre dos amigos, la duplicación inquietante del mundo que produce el espejo y ese no menos inquietante efecto de duplicación que produce la reimpresión casi literal de una enciclopedia, abren a dimensiones desconocidas y nos permiten adivinar nuevas realidades. Así, el detonante del relato no necesariamente obedece a aventuras o tramas complejas: la búsqueda de Uqbar y el hallazgo de Tlön se desencadenan y transcurren entre libros y lectores. Una vez trabados en una discusión sobre versiones posibles de la Encyclopaedia Britannica, y al detenerse en particular en la entrada dedicada a Uqbar, donde se dice que “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, los amigos se ven tentados a revisar y cotejar ediciones, para, al descubrir que una de ellas no contiene ese artículo, dar el salto a otro universo. Así, el indicio de este relato no es otro que una rareza bibliográfica: un indicio que evoca prácticas concretas y a la vez funciona como “pista” dentro de la trama. Otro tanto sucede con el personaje de Herbert Ashe, personaje que en vida “padeció de irrealidad”, cuyo interés radica en otro episodio más cercano al orden de la lectura que de la acción, y que implica añadir al complejo rompecabezas del mundo aún otro sitio secreto, Tlön.
Era un libro en octavo mayor. Ashe lo dejó en el bar, donde -meses después- lo encontré. Me puse a hojearlo y sentí un vértigo asombrado y ligero que no describiré, porque ésta no es la historia de mis emociones sino de Uqbar y Tlön y Orbis Tertius. En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cántaros; si esas puertas se abrieran no sentiría lo que esa tarde sentí (p. 434).
Será entonces a partir del cotejo de versiones y la persecución de un enigma de lectura como se irá desplegando un complejo recorrido que conduce a otros territorios: el de Tlön y, más tarde, el hotel de Adrogué, donde se descubre el undécimo tomo de una enciclopedia desconocida, en cuya primera página aparece la inscripción “Orbis Tertius”. Nos encontramos ante el desciframiento, a través de la escritura, de un mundo secreto atisbado entre libros y lecturas.
Borges: tiempo y porvenir
Cesia A. Rodríguez Medina
El presente continuo nos trastoca implacable, de la realidad logramos quizás retener pequeñas cosas que nos asombran, nos transforman y mutamos como cualquier otro ser vivo, existimos en este universo u otros, conmovidos constantemente por la sensibilidad de nuestra naturaleza innata, en un mundo lleno de estímulos y vívido, la percepción queda al borde de lo misterioso e inefable, cuestionamos ¿qué es el tiempo, pasado, presente o futuro? ¿El destino?, aun sabiendo que la respuesta está en el universo, anhelamos una revelación, sin embargo cuando se posa ante nosotros aparece entonces ininteligible. Creemos ser protagonistas, en esta posibilidad reflexionamos y vislumbramos la quimera anhelada, siendo así concebimos un futuro no del todo impreciso, nuestra imaginación se fundamenta en la búsqueda de la conciencia metafísica, de ese pensamiento surgen concepciones que fluyen como posibilidades, múltiples posibilidades.
De este argumento propio retomo por motivo del natalicio del escritor Jorge Luis Borges (24 de agosto de 1899), el relato El jardín de senderos que se bifurcan (1941) y de otros textos para compartir someramente la cosmovisión expresada en sus escritos sobre el porvenir llamado dudosamente destino; narraciones que reflejan la ardua labor filosófica del autor argentino. De su obra literaria si podemos tener una certeza es la idea de que en el universo borgiano todo emana de la concatenación de causas y efectos, múltiples, incluso la trascendencia al universo superior, el destino mutable, juego de elecciones que convergen en un instante para desatar una serie de destinos. En el jardín de senderos que se bifurcan, Borges acentúa la noción de estas variaciones “porvenires” que son tema constante en su obra, en el relato el protagonista narra la huida, tal vez cobarde de un espía que se encuentra al servicio de Alemania durante la primera guerra mundial, éste envuelto en la persecución y consciente de su próxima ejecución desarrolla una serie de elecciones que son matices para recrear una nueva posibilidad, cambiar el rumbo, así lo expresa “todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones”, paralelamente al hecho el autor utiliza la metáfora del jardín para connotar como concibe el universo, para eso nos manifiesta su sentencia mística “creía en infinitas series de tiempo, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades”.
De forma similar se aborda en el cuento “tres versiones de Judas”, donde a través de la ficción crea otros perfiles para Judas Iscariote, Borges reescribe la historia a través de las hipótesis de Nils Nuremberg, teólogo que postula otras probabilidades, dándonos otra versión del discípulo; Judas como redentor, Judas el traidor, y la última versión al personaje como símbolo secreto, el Dios reencarnado pero no en Jesús, en esta creación borgiana lleva implícita la analogía de la infinitas posibilidades, en este caso literarias, sin embargo se deja entrever que no es el azar cualidad del universo sino la constante creación de cada movimiento, de lazos paralelos, convirtiéndonos en artífices del destino o tal vez prefijados, la duda será perenne. Del mismo modo Borges vuelve a retomar el tema en un artículo publicado para la revista Janus (1966) titulado Un porvenir posible, texto donde puntualiza que “suele hablarse del porvenir, como si éste fuera uno, lo cual es evidentemente un error”, en esta misma publicación añade la intención franca de profetizar otro destino para la humanidad, donde lo que se hiciere hoy implica inevitablemente un cambio en el futuro, ¿seremos sensibles para comprender la gravedad de nuestros actos?
No cabe duda del interés recurrente de Borges por explicarse a sí mismo y desinteresadamente a sus lectores sobre la infinita duda del tiempo, el destino y el porvenir, así lo expresó en el prólogo de I. Ching. Las mutaciones (1975).
El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida. El rigor ha tejido la madeja.
No te arredres. La ergástula es oscura, la firme trama es de incesante hierro, pero en algún recodo de tu encierro puede haber un descuido, una hendidura. El camino es fatal como la flecha pero en las grietas está Dios, que acecha
La agudeza del pensamiento de Jorge Luis Borges es infinita, no queriendo serlo se ha hecho inmortal en cada una de sus creaciones literarias, el autor nos deja en cada texto una profunda convicción para meditar sobre los universos posibles que somos capaces de construir, nos movemos en el tiempo para crear nuestra historia, donde todo sucede por primera vez, somos los primigenios, Adán y Eva. El juego dio comienzo, eres el jugador y las piezas.
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LV