VINIERON EN TREN
Joel Gonzalo Pacheco Berzunza
Para comprender las ventajas de un nuevo servicio, considero que hay que remitirse y hacer memoria de cómo era la vida antes de que éste fuera puesto en marcha. En el caso del transporte en el Camino Real, de Mérida a Campeche, se sabe que era tortuoso e inseguro. Para conocer un poco las condiciones en que se hacía esta travesía, antes de la llegada del ferrocarril, hacemos referencia a una crónica del notable escritor Justo Sierra O’Reilly (1842), sobre el servicio de diligencias que operó como principal medio de transporte entre las dos capitales de la Península de Yucatán durante el siglo XIX:
“Deseas dar un paseo por esta hermosa capital y me preguntas, que si un honrado hijo de vecino que cuida muy por menor de su individuo, aventurar su frágil humanidad en una de las diligencias que acaban de establecerse de Mérida a Campeche. Para darte una respuesta categórica era preciso saber hasta qué punto te empeñas en complacer a ese tu descarnado y enjuto cuerpo, pues no hay duda que los huesos sufren algo más que los músculos, en los choques fuertes [...] Pero el camino es verdaderamente infernal, no todo él, sino el trozo corto que media entre Campeche y Tenabo. A veces las piedras se hallan tan multiplicadas y erizadas, que el menor efecto que causan, es obligarlo a uno a hacer tales gestos y virajes tan raros, que provocarían la risa del más grave y circunspecto viajero.” (Pág.15).
Esta tortuosa forma de viajar acabó en 1898, con la inauguración del ferrocarril que unió por esta vía, a las dos capitales de la Península de Yucatán. A partir del ferrocarril, las estaciones instaladas a lo largo de su derrotero, vivieron un dinamismo provocado por el ajetreado movimiento de carga y pasajeros, en donde se abrieron nuevas oportunidades para los pobladores, ya fuera como cargadores, carretilleros o comerciando productos para los viajeros. En la villa de Hecelchakán, por ejemplo, la estación del ferrocarril se convirtió en un lugar donde las personas se reunían para esperar a sus familiares o simplemente para ir a ver quién llegaba o salía de viaje. Un emprendedor de la época, aprovechó la ventaja de que había una corrida por la mañana para viajar a Mérida y otra por la tarde, para regresar a Hecelchakán, para que las personas que tuvieran necesidad de algún producto, se lo encargaran a él, cobrando por el servicio su respectiva comisión. Fue apodado “hombre express”. Voy a relatar otra crónica de cómo era la llegada de un tren a una de las estaciones entre Mérida y Campeche, en memoria de un testigo de aquellos años, de la ciudad de Calkiní, el maestro Andrés González Kantún (2021):
“La gente arremolinada espera también y lista para viajar… Su maleta, una mochila de api-aba y el cuello amarrado con cuerda de henequén. En ese momento de ansiedad se advierte en la lejanía una fumarola, formando figuras caprichosas en el cielo arremolinadas por el viento. Gritos de alegría y recomendaciones de los viajeros a sus pares. Los carretilleros en la parte trasera de una bodega se preparan para el trabajo de los lomos, mañas y músculos. Se oye, ahora sí, el silbato de la locomotora, las vías tiemblan y rechinan de cansancio, se acerca el traqueteo, y el fuego en la parte baja de la máquina relumbrando en intermitentes fogonazos, llamando la atención de los fisgones de siempre.
La máquina se detiene. Bajan en marejada los viajeros, que se entrecruzan con los que van para Campeche. Los vendedores pregonan sus antojitos, y de las ventanillas se asoman muchas cabezas que en gritos impacientes los solicitan, otros suben a los carros para negociarlos con mayor solvencia y aventajar a sus competidores. El guardagujas en actividad para el cambio de vías y desenganchar los vagones de la mercancía destinada para Calkiní. La máquina se surte de agua y se alista para proseguir su camino. Esos momentos gloriosos nunca se olvidan. El tren se pierde en el horizonte”.
Desde la llegada del ferrocarril a los pueblos que conformaban el antiguo Camino Real, éste se convirtió en parte de su cotidianidad y por medio del ferrocarril se transportarían, a partir de entonces, mercancías, noticias, cartas, personas y personajes. La travesía que muchos hacían entre Mérida y Campeche, por el viejo camino o incluso por vía marítima, ahora resultaba mejor por ferrocarril. Así es como llegaron muchos de los personajes que fueron parteaguas para la historia de la Península de Yucatán:
Irónicamente, el ferrocarril, que vivió su mayor auge durante la época porfirista, fue medular para la caída de este régimen. En Campeche y Yucatán, aunque en menor medida que en los Estados del Norte, el ferrocarril sirvió a las tropas maderistas y constitucionalistas para afianzar su poder en la península, así como para transportar a los triunfadores revolucionarios a las capitales de estos dos Estados.
El viernes 15 de septiembre de 1911, la estación de los “Ferrocarriles Unidos de Yucatán” de la ciudad y puerto de Campeche, se engalanó para recibir en tren especial a dos invitados de honor a la toma de posesión de Manuel Castilla Brito: los candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la República mexicana, Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, respectivamente. La muchedumbre y la comitiva oficial presidida por el gobernador interino, Urbano Espinosa, dieron la bienvenida a los huéspedes de honor, los cuales hicieron su arribo minutos antes de las 11:00 a.m. Después de las palabras de bienvenida a cargo del regidor Evaristo Díez, los carros especiales del tranvía “Dondé” se dirigieron al centro de la ciudad, ahí los candidatos hicieron una parada en la casa número 2, donde se les ofreció alojamiento. Al mediodía partieron hacia el pueblo de Lerma, donde les prepararon un banquete en su honor. El día 16 acudieron, por invitación del señor Fernando Carvajal Estrada, a la finca “Uayamón”, de su propiedad, para un almuerzo en honor de los candidatos. Esa misma noche, en el Congreso del Estado, Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, acudieron al acto de protesta verificado en sesión solemne de la XXIV Legislatura; después de dirigir un mensaje al pueblo campechano con su proyecto de Gobierno, el gobernador Manuel Castilla Brito, cedió la palabra al candidato Madero quien expresó al pueblo:
“Conciudadanos: Hace cerca de dos años, visité esta población sembrando la semilla de la democracia. Ahora he venido a cosechar el fruto, he venido a presenciar la toma de posesión del ciudadano a quien la mayoría de los campechanos ha designado para que rija los destinos de esta importante Entidad federativa”.
Manuel Castilla Brito actuó conforme la ideología maderista y llevó a cabo varias reformas en Campeche, acordes con la política mediadora del presidente Francisco I. Madero.
Después de la derrota huertista y los tratados de Teoloyucan de agosto de 1914, Venustiano Carranza envió para los Estados de Campeche y Yucatán, a los respectivos Gobernadores Provisionales para poner en práctica los postulados de la Revolución constitucionalista y afianzar su poder en aquellos Estados en los que habían triunfado. Los gobernadores Joaquín Mucel Acereto y Eleuterio Ávila, llegaron por barco al puerto de Progreso, Yucatán, y de ahí se transportaron por ferrocarril hasta la estación de “Mejorada”. Después de presenciar en Mérida la toma de protesta de Eleuterio Ávila como Gobernador Provisional y Comandante Militar de Yucatán, Mucel se trasladó a Campeche a bordo del “Ferrocarril Peninsular”. El día 10 de septiembre de 1914, a las 21:00 horas, llegó el coronel Joaquín Mucel y su comitiva a la estación del “Ferrocarril Peninsular” de Campeche; de ahí se trasladó al Palacio de Gobierno donde se negó a recibir el Poder Ejecutivo de manos de Hurtado Aubry por considerar ilegítimo al Gobernador huertista. Llevado a cabo el acto protocolario de toma de protesta hecha por el general Alberto Carrera Torres, Joaquín Mucel dirigió desde los balcones de Palacio un mensaje al pueblo campechano, dando inicio el período constitucionalista en Campeche. La llegada de Joaquín Mucel Acereto a Campeche, significó poner en práctica los postulados y reformas de la Revolución constitucionalista, que abarcaron varios ramos como fueron: hacienda, gobernación, justicia, educación, reparto agrario, fomento y obras públicas, entre otras leyes y decretos promulgados durante su Gobierno. Y para concretar la obra revolucionaria y su ideal, se promulgó la Constitución Política del Estado de Campeche, en julio de 1917.
Entre enero y abril de 1915, se suscitaría el mayor conflicto armado que hasta entonces hubiera ocurrido en la Península de Yucatán durante el período de la Revolución, a causa de la rebelión secundada por Abel Ortiz Argumedo en la capital de Yucatán. En este conflicto que se extendió al Oriente y Sur de aquel Estado, así como al Norte de Campeche, jugarían un papel importante los ferrocarriles, de la misma forma como lo hicieron en los Estados norteños. Las miles de tropas constitucionalistas al mando del general Salvador Alvarado, llegarían a Campeche en febrero de ese año por barco y desde aquel puerto partirían los contingentes de infantería, caballería, artillería y aviación, en los vagones de los “Ferrocarriles Unidos de Yucatán”, para establecer sus campamentos en los poblados que irían tomando a lo largo del trayecto entre Campeche y Mérida.
El propio general Salvador Alvarado utilizaba un vagón como cuartel, por cuestiones de seguridad y movilidad; lo mismo los miembros de la Flotilla Aérea Constitucionalista al mando del mayor Alberto Salinas Carranza, quienes armaban los aviones que traían sobre las mismas plataformas. Con los empleados del ferrocarril de Yucatán, llegó a conformarse un batallón de 250 hombres al que se le puso por nombre “Venustiano Carranza”, para ser partícipes de estos acontecimientos armados. La llegada y triunfo de las tropas constitucionalistas al mando del general Salvador Alvarado, significaron un cambio profundo para Yucatán. El investido Gobernador Provisional y Comandante Militar de Yucatán, llevó a cabo una serie de decretos y reformas a las leyes, tan relevantes que sirvieron de ejemplo para la Constitución de 1917.
Con el general Salvador Alvarado Rubio llegó a Mérida, el 19 de marzo de 1915, la Flotilla Aérea Constitucionalista, de la recién creada Arma de Aviación Militar, bajo el mando del mayor piloto aviador Alberto Salinas Carranza, con los pilotos Jorge Pufflea Gragium y Charles F. Niles, los aspirantes Salvador I. Cano, Benjamín J. Venegas, además del mecánico Francesco Santarini, quien se hacía cargo de las reparaciones que necesitaran los tres aviones Morane Saunier G, de los cuales uno estaba averiado por un accidente ocurrido en Puebla. La Flotilla Aérea llegó, junto con las demás armas, en los convoyes de los “Ferrocarriles Unidos de Yucatán”; se instalaron en los amplios talleres y área de maniobras de éstos, conocidos como “La Plancha”, al Oriente de la ciudad. Mientras esperaban órdenes del Primer Jefe, el mecánico Santarini reparó el avión siniestrado y con éste creó el prototipo del biplano que sería conocido como Serie A. También durante esta espera se llevó a cabo un acontecimiento histórico para la ciudad de Mérida: el primer sobrevuelo de un aeroplano sobre ésta, cuyo protagonista fue el piloto George Pufflea, quien tomó el mando provisional de la escuadrilla, por ausencia del mayor Salinas. Este vuelo inédito fue atestiguado por una multitud, que se dio cita en un campo de beisbol contiguo a los ferrocarriles, conocido como El Fénix, el 3 de abril de 1915. Después de este vuelo histórico, este zacatal se adaptaría como campo de aviación provisional y finalmente sería inaugurado de manera oficial en 1930. Posteriormente, este campo de aviación se denominaría “Alonso Garibaldi”, en memoria de ese piloto temerario y acróbata que fue llamado popularmente El loco del aire.
El 24 de marzo de 1930, llegó a la estación de Hecelchakán, de los “Ferrocarriles Unidos de Yucatán”, procedente de la capital de la República, el profesor hecelchakanense Juan Pacheco Torres. Venía acompañado de sus 8 hijos y su esposa Elena Hidalgo, con la consigna de fundar una escuela para la formación de maestros rurales. La llegada de este personaje, traería profundos cambios, no sólo en lo educativo, sino también en lo social, cultural, deportivo y económico. No es posible medir el impacto que generó la creación de esta escuela, pues con el incondicional apoyo de quien fue su director durante 15 años, salieron de sus aulas cientos de nuevos maestros, para esparcir conocimientos por todo el país y sobre todo en la Península de Yucatán, donde la población rural estaba tan necesitada de maestros.
El profesor Juan Pacheco, logró formar con su enseñanza e ideología, a jóvenes que con el tiempo se convirtieron en notables personajes que llegaron a destacar en todos los ámbitos. La Escuela Normal Rural inició funciones, de manera provisional, en la Escuela Primaria Juan Francisco Molina, el 13 de abril de 1930, y luego se trasladó al antiguo exconvento franciscano donde oficialmente se le llamó Justo Sierra Méndez; sin embargo, la gran cantidad de jóvenes que aspiraban a formarse en esta institución educativa, hacía imperiosa la necesidad de contar con un edificio propio, gestión que el maestro Juan Pacheco vio culminada durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas, quien autorizó el presupuesto para llevar a cabo esta magnífica obra.
La Península de Yucatán tuvo el honor de recibir al presidente Cárdenas en julio de 1937, viaje que hizo para supervisar la construcción del “Ferrocarril del Sureste”, y para recorrer las poblaciones de Campeche y Yucatán. Llegó a Campeche a bordo del cañonero Durango, y permaneció en esa ciudad dos días; de ahí, inició su recorrido en tren por el Camino Real. Hizo su arribo a Hecelchakán a las 14:20 horas del día 31 de julio, donde primero recorrió las instalaciones de la Escuela Regional Campesina en construcción, acompañado del profesor Juan Pacheco Torres.
Uno de los acompañantes del presidente en este viaje, fue el periodista Aldo Baroni (1937), quien en su libro Yucatán, hace una excelente crónica del viaje a la Península; y creo que dada la importancia y riqueza de este relato, vale la pena transcribir lo que vio en Hecelchakán:
“A la hora en que, normalmente, todo el que tiene manera de calentar un fogón hace su comida, llegamos a este pueblo de eufonía Asiática. Hay aquí una banda de música más nutrida y afinada, una muchedumbre mayor y mayor entusiasmo en las vociferaciones de bienvenida, pero la recepción tiene que seguir esperándonos en la estación porque el tren retrocede a donde se está levantando la Escuela Regional Campesina […] El edificio ha sido, evidentemente, planeado por una mente genial. Lo forman varios claustros de 170 metros de largo, abiertos a la brisa y grandes aulas para clases, comedor y dormitorios. Un enorme aljibe recoge de los techos inclinados el agua de lluvia, la única agua relativamente limpia de esta tierra sedienta. Las galerías de columnas ágiles y sobrias, que permitirán a los alumnos peripatéticas y gratas horas de estudio y recreo, a la vista del campo y al reparo de la lluvia y del Sol, en la caricia continua de la brisa, constituyen una de las innovaciones más acertadas de esta escuela, que está a punto de inaugurarse. El sistema sanitario es perfecto, modernísimo y sencillo, a un tiempo, sin el menor exceso de lujo en los níqueles y las porcelanas. Poco es lo que falta por terminar, de secundaria importancia, y dentro de breves semanas se instalará en su lugar el remate de la obra, un escudo de la República Mexicana tallado en madera dura, regalo del general Múgica en su última visita: un águila ágil, que parece preparar sus alas para arrancar hacia el infinito, después de haber destrozado a la serpiente que quería clavarla en la tierra” (Pág. 48).
La construcción de esta escuela finalizó en 1939, siendo inaugurada el 13 de abril de ese mismo año, contando incluso con su propio paradero de ferrocarril, por el que arribaron miles de nuevos jóvenes dispuestos a formar parte en las filas del magisterio nacional, bajo la mirada vigilante, educadora y paternal del maestro Juan Pacheco.
La visita del Presidente de la República fue un acontecimiento histórico, pues por primera vez los habitantes podían conocer a un presidente de carne y hueso para exponerle sus problemas y necesidades; además, hay que recordar que el presidente Lázaro Cárdenas fue quien nacionalizó los “Ferrocarriles Nacionales” y precisamente venía a la Península de Yucatán para supervisar la construcción del “Ferrocarril del Sureste”, que finalmente uniría esta tierra con el resto de México, después de atravesar la inexpugnable selva que nos dividía del resto de la República. El relato de Aldo Baroni (1937), nos puede dar una idea de lo que significó esta titánica labor para el Gobierno cardenista a finales de la década de 1930:
“El convoy presidencial, que es el mismo que lleva y trae diariamente a los batallones del trabajo, deja a su espalda las murallas de Felipe V y, después de pocas milpas, potreros y bohíos de paredes de estacas y fango, ensombrerados de guano, la locomotora se lanza selva adentro, por las trincheras abiertas en la tierra roja, toda veteada por raíces que el Sol va pulverizando. Apenas la verde cortina de la selva nos quita la vista de la ciudad y del mar, nos damos cuenta de que la nueva ruta del Sureste, más que la de enlazar ciudades y pueblos abandonados durante un siglo a la única posibilidad de expansión que podían brindarle las pezuñas de las recuas lentas y pacientes, tiene la misión de crearlos. La construcción del ferrocarril es de dos tipos, la que va colocando rieles al lado de caminos que fueron durante siglos arterias cargadas de vida, y la que se abre paso por terrenos absolutamente nuevos y despoblados, o casi. De esta clase es el Ferrocarril del Sureste, que va a fecundar con su sangrante empuje de acero la virginidad de tierras tropicales que son la reserva formidable de la civilización futura, reservas que la locomotora sacará de su sueño milenario, dormido bajo los mismos densos del pantano, para transformarlos de paisajes dormidos en la maldición de la fiebre, en campos vibrantes de trabajo fecundo. Y cuando, dentro de tres años, correrán los pullmans por sobre la vía, los turistas seguramente admirarán en el nuevo camino el poema del trópico, renovado en distintas bellezas a cada curva de la vía, a cada perspectiva nueva, olvidando en su admiración que, para hacer del trópico una posibilidad comercial, industrial y turística, miles de hombres han escrito con la angustia de sus cuerpos abrasados por el ardiente ol, un terrible poema de dolor”. (Pág. 16).
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