Cultura

De puño y letra: Fidel Castro, una entrevista íntima con Don Mario Renato Menéndez (PRIMERA PARTE)

Por primera vez desde el triunfo de la Revolución, el primer ministro de Cuba concede una sensacional entrevista exclusiva a un periodista hispanoamericano, Don Mario Renato Menéndez
Menéndez Rodríguez puso en la mesa, con su estilo crítico, el papel de la objetividad en el periodismo, de los clichés, del hombre historia con el que conversó / Por Esto!

Como preludio a la entrega editorial que convertiría, en 1966, a Don Mario Renato Menéndez Rodríguez en un periodista que hizo historia por su entrevista al Comandante Fidel Castro Ruz, el mexicano escribió un texto a modo de aclaración sobre el significado del trabajo profesional que estaba a punto de desvelar. Esa introducción termina conectando al lector, no sólo con el entrevistado sino también con el entrevistador.

Menéndez Rodríguez puso en la mesa, con su estilo crítico, el papel de la objetividad en el periodismo, de los clichés, del hombre historia con el que conversó y la situación que él halló en los días en los que convivió con Fidel y el pueblo cubano. Esta es la primera parte de la entrevista publicada en Sucesos para Todos en agosto de 1966.

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SIERRA DEL ESCAMBRAY, Cuba, agosto de 1966. ESTA es la historia -no podría calificarla de otra manera- de una entrevista trascendental y exclusiva concedida a la revista Sucesos; muy íntima, porque es también la historia de una historia a través de la cual se desnuda el alma de un hombre extraordinario y sencillo, rebelde, siempre inconforme ante la imperfección, dotado de un excepcional espíritu de trabajo, comprensión y entrega, característica del que vive y siente profundamente lo que predica. Hay en ella en letras de molde, trozos de la historia de quien ha escrito y escribe con los hechos diarios de su conducta nuevas páginas de la política cubana e Internacional.

Es una entrevista histórica que para el periodista independiente -libre de prejuicios y esperanzado en el honrado criterio del lector- que por primera vez visita Cuba refleja lo que comenzó ayer, continúa hoy y seguirá, de manera indefectible, contra viento y marea, contra los ciegos frente a la razón y a la verdad.

Mis apreciaciones son fruto del deseo de ver sin prejuicios y transmitir sin deformaciones lo que vi en Cuba y lo que Fidel Castro Ruiz, Primer MInistro y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias me dijo exclusiva para los lectores de Sucesos.

Esta entrevista, en fin, refleja el amor indescriptible de todo un pueblo hacia su dirigente.

Realmente, la entrevista es el resultado de un viaje de varios días, de pláticas posteriores que se iniciaron durante una agotador. Ascenso por la fangosa Sierra del Escambray —azotada en aquellos momentos por fuertes, lluvias que produjeron derrumbes y cortaron vías de comunicación—, otro lugar predilecto de los forajidos contrarrevolucionarios y hoy convertida en una nueva Sierra Maestra por el espíritu combativo y trabajador de los habitantes de la región, que acabaron por comprender las aspiraciones enunciadas hace 13 años por el Movimiento 26 de julio.

Sin embargo, dentro de un panorama matizado por la sensibilidad humana, de un dirigente tan íntimamente ligado a todo un pueblo,  ¿acaso no sería injusto mantenerse dentro de la supuesta objetividad, que en última instancia no hace más que recurrir a clisés que reflejan los pobres valores del periodismo comercial contemporáneo, culpable en gran parte de la actual zozobra internacional? ¿No hay cuerdas sensibles, una vida interior capaz de dar al lector la imagen completa del personaje?

Si debido a la implacable propaganda desarrollada por todos los medios publicitarios para distorsionar la verdad sobre la Revolución Cubana el periodista sincero no pudo comprender desde un principio el cambio político, económico y social, iniciado en 1959, ¿sería ahora honrado de su parte privar al lector —que también puede haber sido víctima de las noticias o de los libros escritos con el deliberado propósito de tergiversar los hechos— de una verdad objetiva que no requiere afeites ni cosméticos?

Ese es mi caso, sin palabras demás, ni de menos.

Voltaire decía con razón: Yo puedo desaprobar lo que usted diga, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo. Esto es cierto cuando se trata de gente honrada; pero nadie tiene derecho a recurrir a la mentira, a la difamación, a la vejación espiritual y moral de un pueblo, como ha ocurrido con la propaganda que en el extranjero se endereza en contra de Cuba. Nadie tiene ese derecho, como nadie debe defender ese derecho, de manera especial cuando se trata de un pueblo heroico que vive y cree en el trabajo y que se levanta indomeñable sobre todos los obstáculos. Y que quede bien claro: uno puede o no estar de acuerdo con lo que se hace en Cuba —en última instancia, ¿a quien debe interesar más que al mismo pueblo cubano?—, pero lo que uno no puede hacer por ningún concepto es apelar a la mentira.

Porque las considero necesarias, singularmente porque constituyen un deber de conciencia y de reconciliación moral, escrito estas líneas antes de iniciar el relato de la entrevista con Fidel Castro.

***

Es una pequeña granja próxima al poblado de la Sierrita, casi en la falda de la Sierra del Escambray, se crían miles de faisanes, que en un futuro próximo enriquecerán el deporte de la caza en Cuba. Ahí, un domingo caluroso, rodeado por los miembros de algunas familias de campesinos, encargados de la administración y el mantenimiento de aquel centro, un hombre alto, de complexión atlética, que vestía el uniforme verde olivo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias acariciaba a un niño de escasos tres años y cuya constitución física puede ser motivo de envidia para no pocos padres de familia. Me llamó la atención la afinidad, la conjugación de espíritus, la facilidad de entendimiento y comunicación entre aquel personaje de no menos de 100 kg de peso y 1.85 m de estatura, con una barba que recuerda al Nazareno, y aquel pequeñín al que decía con voz suave y pausada:

—Tú vas a ser campeón en futuras Olimpiadas; ojalá lo seas en natación, donde nos hacen falta algunos atletas. Pero, por tu cuerpo, creo que lo serás en levantamiento de pesas…

—Comandante, se alimenta principalmente con leche y harina de maíz. —dijo la madre, orgullosa.

—Pues voy a recomendar esa dieta a otros muchachos —contestó Fidel Castro Ruz en medio de las risas de los presentes.

Nosotros observamos, pero inmediatamente después, con la amabilidad que lo caracteriza, el Primer Ministro de Cuba nos invitó a formar parte de un jurado popular que habría de decidir sobre las cualidades de dos piñas cultivadas en distintas zonas del país. Resultó más dulce la de Cienfuegos y, como de eso no cupo la menor duda, Fidel declaró:

— Es saludable, fomentar la emulación entre los agricultores, y hay que seguir subrayando la necesidad fundamental de utilizar los fertilizantes. Por otra parte…

Comenzaba la cátedra sobre cultivo, cátedra que nos dejó asombrados y que no sólo demostró que existe un contacto directo de Fidel con los problemas de la tierra, sino también la importancia que en Cuba tiene la agricultura. Prueba elocuente es el hecho mismo de que el Comandante en Jefe de las FAR también sea el responsable del Instituto Nacional de la Reforma Agraria.

La pregunta lógica surgió enseguida:

—¿No es una contradicción, dentro del marco socialista, el hacer a un lado la industrialización?

Fidel responde:

No se ha desechado la industrialización, sino que se ha puesto el énfasis principal en el desarrollo económico del país, dando a la agricultura el máximo impulso durante estos años. Una revolución se debe llevar a cabo de acuerdo con la realidades objetivas de cada país. En Cuba había que aprovechar las condiciones naturales —suelo, clima—, crear la riqueza a la mayor brevedad posible, a fin de satisfacer las necesidades inmediatas y fundamentales del pueblo, un pueblo como el nuestro, que carecía hasta de lo indispensable.

Ahora bien, el mundo, ante la explosión demográfica, la miseria, el hambre, la insalubridad, que son consecuencias del subdesarrollo derivado de la explotación colonial e imperialista, se encuentra en una encrucijada. Por consiguiente, nuestra nación, que dispone de numerosos productos que no se cosechan en los lugares de consumo, o son escasos en determinadas estaciones —como en el invierno—, tiene mercados ilimitados, y las inversiones son relativamente pequeñas, ya que no únicamente se cuenta con tierras propicias, sino también con la voluntad de todo un pueblo que no concibe y apoya una revolución, sino en la medida en que esta presenta un programa para la solución de los problemas. De haberse puesto el énfasis principal en la industrialización, no nos encontraríamos donde estamos hoy, porque si hubiera recurrido a enormes inversiones para instalaciones costosas que no sólo tardan años en construirse y entrar en producción, sino que además requieren de numerosos técnicos y empleados especializados que en Cuba, inmediatamente después de la Revolución, no existían. Por otra parte, también debe ser motivo de reflexión, el hecho significativo del exceso, en el mundo de muchos productos industriales, mientras comienza a señalarse una seria reducción en los stocks de alimentos.

Podríamos decir que nuestra política económica con relación a la agricultura se mantendrá hasta 1970, cuando ya nuestras necesidades alimenticias estarán ampliamente satisfechas, dispondremos más excedentes exportables provenientes de la agricultura y habremos alcanzado, mediante los planes educativos, un nivel técnico, mucho más alto; lo cual nos permitirá en la próxima década, con mayores recursos económicos y más obreros calificados, desarrollar aquellas ramas de la industria que puedan abastecerse con nuestros recursos naturales y que dispongan de mercados internos y externos.

Luego de tomar una tacita de café —de ese café del que con razón se siente orgulloso todo cubano, principalmente los campesinos— las mujeres presentes pidieron a Fidel que se dejase tomar unas fotografías con las familias. Tal parecía que no eran suficientes las fotos del Primer Ministro que había en aquellas casas de mampostería, con servicios sanitarios y toda clase de comodidades, muy diferentes de los bohíos antihigiénicos de antes de la Revolución.

Fidel accedió con gusto, pero el chiquitín quien nos referíamos antes, se mostró algo exigente, y para que no siguiera llorando y se incorporase al grupo, el Comandante en jefe de las FAR le obsequió una pluma fuente y, sonriendo, dijo:

—Ojalá que me equivoque, pero creo que este muchacho en lugar de atleta parece tener vocación de comerciante…

Inmediatamente después, Fidel me invitó a abordar su jeep y entre vivas, aplausos, lágrimas y gritos de “Fidel, Fidel”, partimos con destino a la escuela ubicada en Topes de Collantes, en la cumbre del Escambray.

—Me gusta recorrer el interior; el campo es muy sano y le hace olvidar a uno, aunque sea por breves momentos, los problemas más arduos de la lucha revolucionaria— pensaba en voz alta aquel nuevo José Martí de 40 años de edad, mientras encendía un habano…

Mexicano al fin, supuse que Fidel recordaba a mi patria al mirar el humo que escapaba de su boca, y aproveché para preguntarle:

—¿Cuáles son sus recuerdos más gratos de México? ¿Y cuáles los menos agradables?

—Creo que la primera pregunta, no tiene vuelta de hoja: cuando salimos de Tuxpan a bordo del Granma. Fue un momento indescriptible. Nos enfilábamos hacia la liberación de nuestro país. Y si ésta es mi respuesta comprenderá, entonces, que mi momento más desagradable fue cuando, algunos meses atrás, fuimos arrestados y nuestros planes sufrieron un serio revés. En aquella ocasión pude morir en forma accidental. Recuerdo que esa noche caminábamos Ramirito (Valdés Menéndez) y yo por una calle cuyo nombre no me viene a la memoria, cuando nos percatamos de la presencia de varios automóviles a bordo de los cuales se encontraban individuos sospechosos que a nuestro juicio podían ser asesinos a sueldo de Batista. Le dije a Ramirito que me siguiese a cierta distancia, y no me di cuenta de cuando a él lo detuvieron; así es que cuando llegué a la esquina, donde había un edificio en construcción, confiando en que tenía cubiertas las espaldas y vi un grupo de hombres armados, bajarse rápidamente de un auto para interceptarme, me aposté detrás de una columna. Cuando intenté sacar una pistola automática que portaba, ya por detrás había Policía Federal que se había situado en el lugar de Ramirito me había encañonado la cabeza con una 45.

La Federal de Seguridad llevó a cabo una minuciosa pesquisa y logró encontrar y confiscar parte de las armas que íbamos a utilizar, y en consecuencia fuimos a parar a la prisión de Miguel Schultz. Sí, aquéllos fueron momentos difíciles; parecía que nos iban a expulsar de México; pero al fin, gracias a gestiones del general Cárdenas, fuimos puestos en libertad. Por cierto que durante mi estancia en México, de 17 meses, tuve la oportunidad de ir a Yucatán y conocer las hermosas ruina de Chichén Itzá y Uxmal. En aquel entonces estaba estudiando todos los posibles puntos de salida hacia Cuba. Recuerdo haber probado por vez primera la carne de venado que tanto se vende en los restaurantes de Yucatán.

Visité también Progreso, pero llegué a la conclusión de que por su proximidad con la Ciudad de México —se facilitaba el traslado de hombres y demás objetos— y, además, porque fue el lugar donde compramos el Granma, el puerto de Tuxpan era el sitio más indicado para partir. ¡Ah, Aquellos días!.. también en los últimos instantes atravesamos por serias dificultades, pues la policía había vuelto a dar con nosotros. Gracias a informes proporcionados por los espías de Batista, que contaron con los servicios de un delator.

Nos ocuparon armas en diferentes casas donde estaban ubicadas, y arrestaron a los compañeros encargados de ellas; pero con el resto de los hombres y las armas, moviéndonos rápidamente, logramos zarpar el 25 de noviembre de 1958, a las dos de la madrugada, cuando soplaba un fuerte norte, por cuyo motivo la navegación había sido prohibida. Esto ocurrió tal vez unas horas antes de qué la policía hubiera podido dar también con el grandma y con el resto de las armas y los hombres…

Fidel, realmente parecía volver espiritualmente a México. Un suspiro prolongado del Primer Ministro me hizo comprender, en mínima parte lo que significaron para Cuba, cada segundo, cada minuto, cada hora de esos días…….

***

Comenzábamos a internarnos en la Sierra del Escambray, lugar escogido por los contrarrevolucionarios para desarrollar una mal llamada guerra de guerrillas. En tres jeeps íbamos un total de apenas 15 personas…

—Comandante, ¿no es algo peligroso andar por estos rumbos?

Fidel sonrió.

—-Por supuesto que no; aquí ya no queda ningún bandido comevacas. Las mismas milicias campesinas y obreras del Escambray se encargaron de eliminarlos uno por uno; en alguna ocasión llegaron a ser alrededor de mil los individuos organizados en bandas por la ACI (Central Intelligence Agency), pero a pesar de estar bien abastecidos de armas, por el gobierno de los Estados Unidos, carecían de espíritu de combate y, por tanto, de iniciativa militar; se dedicaron a sembrar el terror, asesinando a maestros, estudiantes, alfabetizadores y campesinos y obreros revolucionarios, manteniéndose en lo militar a la defensiva tratando de evitar ser aprehendidos.

Y sus propósitos serán característicos de los auténticos oportunistas, de los hombres sin convicciones que ansiaban una invasión como la de Playa Girón o un ataque directo de los Estados Unidos, para que, en el peregrino, caso de que nos hubiesen derrotado, enarbolando la bandera de que ellos habían sido los primeros en haberse levantado en armas contra la Revolución, recibiesen los beneficios en el reparto de cargos públicos. ¿Irónico, verdad?

Pretendían todo, todo, sin haber disparado un solo tiro. ¿Así se hace acaso una revolución?

Ahora bien, considero necesario explicar correctamente lo que ocurrió en el Escambray, a fin de que no se formen ideas equivocadas. ¿Cómo explicar, cómo analizar el hecho de que en un lugar como éste se hubiese fomentado la contrarrevolución? Bueno, en primer lugar, no en todas las regiones de Cuba se presentaba al principio el mismo espíritu revolucionario. Nosotros, en la Sierra Maestra cuidábamos con escrúpulo extremo nuestras relaciones con los campesinos y con los obreros, a quienes pagábamos todo lo que de ellos adquiríamos. Entonces, era lógico que la Sierra Maestra, donde se forjó el espíritu  revolucionario de nuestros dirigentes y se templó la voluntad y firme decisión de cambiar el panorama político, económico y social de Cuba y. no un simple cambio de funcionarios, de hombres, vibrase desde su base con la Revolución. En cambio, en el Escambray las cosas se desarrollaron en formas muy distintas; ahí “trabajó” —pero escríbalo entre comillas— una organización que se conocía con el nombre del Segundo Frente del Escambray, cuyos miembros tuvieron una participación insignificante en el transcurso de la guerra de liberación nacional. Los dirigentes de este grupo se habían separado organismo denominado Directorio Revolucionario, organismo en el que si militaban personas que querían hacer e hicieron la revolución. Pues bien, este llamado Segundo Frente del Escambray lo que tenía de frente era única y exclusivamente el nombre, la fachada porque sus integrantes explotaban a los campesinos, vivían de ellos; eran auténticos parásitos que en lugar de atacar al enemigo, en lugar de asaltar los cuarteles que se encontraban en su región, se dedicaron a comer vacas, sí, a comer vacas y a esperar la caída del tirano. Y para que se comprenda perfectamente bien. Qué clase de elementos eran los dirigentes del llamado Segundo Frente del Escambray, considere el hecho de que al triunfo de la revolución todos ellos eran oficiales, le dieron grado de oficiales a toda la tropa, de manera que al final tenían más oficiales que el Ejército Rebelde, que había librado victoriosamente la guerra contra Batista. ¿Por qué no fuimos enérgicos con esos individuos? Por una simple y sencilla razón: porque queríamos incrementar la unión, entre todos aquellos que, en una u otra forma, aunque hubiese sido mínima la cooperación, participaron en la lucha contra Batista. Sin embargo, como ellos no sentían, nunca sintieron el espíritu revolucionario, pues no pudieron incorporarse a la revolución, en lugar de trabajar, se dedicaron a hacer política a buscar preventas y privilegios. Durante la guerra, cuando estaban en el Escambray, cometieron muy graves, errores, recurrieron, incluso al terrorismo, entre los campesinos, y después de la guerra trataron de ganar algún apoyo allí, repartiendo cargos burocráticos, con recursos de los municipios cercanos a la región.

Esto fomentó en parte de los campesinos, un concepto equivocado de lo que era la RF

Revolución. Entonces, concibiendo este panorama del Escambray con todas sus vicisitudes, la ACI intentó, auspició la contrarrevolución. Pero lo que el imperialismo no entiende, ni entenderá es lo que significa en toda su esencia, en toda su realidad, en toda su potencia, el hecho de qué el pueblo se encuentre en el poder, de que los propios obreros agrícolas y campesinos del Escambray, que en su inmensa mayoría, con instinto de clase, se pusieron al lado de la Revolución, organizados en batallones de milicias liquidaran a los bandidos de la ACI. No; los reaccionarios nunca podrán entender eso, y un aprueba elocuentes que todavía se devanan los sesos para buscar, para justificar su fracaso en Playa Girón, su fracaso aquí en el Escambray, su fracaso frente al pueblo cubano. La ACI recurrió a los criminales, a los torturadores, a los traidores, a los cobardes, y con esta amalgama, con esta fauna nadie puede vencer al pueblo.

No entiende el imperialismo que las revoluciones, algo muy diferente a los cuartelazos y las conspiraciones, las hacen los hombres de convicciones…

—-Yo (Mario Menéndez) me limitaba a observar cuidadosamente aquella Sierra.

Continuará…