“Esta máscara abre puertas…”
Según la mitología griega en las luchas celebradas en el Monte Olimpo los dioses dividían a los combatientes, unos con el rostro verdadero y otros con máscaras para simbolizar el infierno y la gloria. También en nuestras culturas prehispánicas las máscaras tenían una significación mística relacionada con la guerra, el poder y la justicia.
Fayo Solís, el entusiasta promotor de box y lucha libre local, fincaba el éxito de sus funciones en incluir a sus familiares en la logística del evento, pues les encargaba desde el boletaje, las taquillas, los accesos y la transportación de los combatientes, mientras se reservaba para sí mismo la presentación y la narración de los combates.
El menor de sus nietos, quien empezaba a conducir un automóvil, le tocó una vez pasar por un luchador al término de la función, llevarlo a comer y después trasportarlo al aeropuerto meridano para que el gladiador retornase a la capital del país. Para cumplir la instrucción de su abuelo, el hoy abogado Gonzalo llegó a la arena cuando recién había terminado la pelea estelar y Fayo le señaló el vestuario del que saldría la persona que trasladaría. Recién bañado salió del vestuario un hombre fornido de estatura por arriba de la media, con su maletín, y quien se despidió efusivamente del promotor.
Emprendieron el camino y en un momento dado Gonzalo le preguntó dónde deseaba ir a comer, a lo que el hombre le respondió: No deseo comer…¿ElpPenal de Mérida está camino al aeropuerto verdad?...Vamos para allá…
Al llegar al penal bajaron del auto y se dirigieron a la entrada de visitantes y familiares; sin embargo los empleados del reclusorio les negaron el acceso:
—Las visitas terminaron a las 4… además, necesitan hacer antes el trámite de la credencial de visitantes; vengan mañana lunes a sacarla – les informó un custodio.
—Sólo venía a visitar a un amigo de Veracruz que está aquí de interno; gracias de todos modos- dijo el hombre al despedirse y con la misma se dirigió al estacionamiento donde pidió a Gonzalo que abriese la cajuela de su auto.
Sin mediar palabra, el hombre abrió su maleta de la cual apareció, brillante y plateada, la máscara más famosa de los encordados y de las pantallas del cine nacional… ¡El Santo! Con el atavío puesto, el enmascarado de plata se dirigió nuevamente a la puerta del penal acompañado de un Gonzalo impresionado; como Moisés frente a los mares de Egipto, los visitantes y familiares de los presos se abrieron a su paso, cautivados por el personaje, a quien todos hemos visto vencer a momias, mujeres-vampiro, extraterrestres y hombres-lobo.
Inmediatamente, los custodios y el director del penal hicieron pasar al héroe, quien durante 45 minutos charló con el interno con quien tenía amistad, ante la expectación y alegría del personal del reclusorio. Luego de un rato, El Santo se despidió y salió para dirigirse a la terminal aérea, no sin pedirle a Gonzalo que buscase una calle solitaria para despojarse de la tapa plateada; al momento de quitársela el ídolo nacional miró a joven y le dijo:
-“Esta máscara abre puertas y fronteras joven…muy pocas personas conocen mi identidad, entre ellos mi amigo Fayo Solís….
Como cualquier simple ciudadano, al llegar al aeropuerto el personaje bajó del auto y se dirigió al mostrador de la aerolínea como otros tantos pasajeros que retornaban a su destino. Bien guardada en la maleta que cargaba, llevaba la simbólica escafandra de plata.