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¿Apostar o hacer trampa?

LAS VEGAS, EE.UU., 18 de enero (AP).- Pete Rose tomaba un descanso de dar autógrafos en el hotel MGM Grand cuando le hicieron una pregunta a la que quizás no sea la mejor persona para responder.

¿Qué es peor, apostar en el béisbol o hacer trampa en el béisbol?

“No lo sé”, comentó Rose a The Associated Press. “Todo lo que sé es que he estado suspendido por 30 años. No conozco a nadie que haya estado suspendido por 30 años”.

Es un buen punto, sobre todo cuando se compara con los castigos emitidos en el peor escándalo que ha sacudido al béisbol hasta la fecha desde la era de los esteroides. Lo que hizo Rose estuvo mal, de acuerdo con las reglas del deporte, pero todavía hay muchas personas que consideran que debería añadir una designación al Salón de la Fama cuando firma objetos en Las Vegas.

Sin embargo, 30 años alejado del deporte en el que era tan bueno parece ser un tiempo tremendamente largo, sobre todo cuando las Grandes Ligas y otras ligas deportivas han hecho las paces, y están haciendo negocios, con las casas de apuestas que publican las líneas de sus juegos.

Si le creen a Rose sobre los detalles de lo que hizo, sus apuestas no surtieron ni la décima parte del efecto que un sistema de robo de señales, el cual ha puesto en duda la legitimidad de no sólo uno, sino dos campeonatos de la Serie Mundial.

“¿Qué es peor, robar señales, ingerir esteroides o apostar en el béisbol?”, preguntó el líder de jits en las Mayores. “Las tres cosas son malas. Pero al menos lo que hice nunca tuvo nada que ver con el resultado del juego”, aseveró.

El escándalo que rodea a los Astros sigue siendo nuevo, por lo menos públicamente. Hace una semana nadie se cuestionaba si Houston ganó legítimamente la Serie Mundial de 2017, o si los Medias Rojas lo hicieron un año después.

Ahora, todo está en duda y la discusión empieza a tomar un rumbo sobre si el escándalo de robo de señales está a la par de otros que han sacudido al deporte.

Muy arriba en la lista, más que nada porque son pocos los escándalos comparables y dos de los mismos involucran apuestas. El de los Black Sox en 1919 y el de Rose apostándole a juegos desde la cueva en Cincinnati son los únicos que se acercan.

También está la era de los esteroides, cuando era imposible determinar lo que era real o no. Los propios jugadores no ayudaron, al mantener lealtad hacia sus compañeros y en la mayor parte asegurando que no sabían del consumo de esteroides.

El código de silencio no escrito, sin embargo, se ha ido resquebrajando con el escándalo de las señas. Empezó en noviembre cuando el ex pitcher de los Astros Mike Fiers dio sus declaraciones a The Athletic sobre el ardid de Houston para robar señas.

El pitcher de los Dodgers Alex Wood, quien fue cuidadoso en esconder sus señas al permitir un jit en 5 2/3 de episodio del cuarto juego de la Serie Mundial, tuiteó que prefiere lanzarle a un jugador que se inyectó esteroides que contra uno que sabe de antemano el pitcheo. Su colega de los Rojos Trevor Bauer opinó igual.

Cody Bellinger, Jugador Más Valioso de la Liga Nacional, fue más allá al afirmar que los jugadores involucrados deben ser sancionados.

Rose lamentó que el escándalo se ha desatado un mes antes del inicio de la pretemporada. Presagia que el comisionado Rob Manfred tendrá muchas dificultades al lidiar con las consecuencias.

Pero se expresó de acuerdo con Bellinger. Si un jugador es culpable, tiene que ser castigado, de la misma manera que él.

“Si eres el bateador y te dan un aviso, ¿acaso no eres culpable?”, se preguntó. “Es el bateador el que se beneficia de esto, no el que da el aviso. Hay que investigar a cada jugador del equipo”.

Rose, quien cumplirá 79 años en abril, indicó que el robo de señas se daba en su época de pelotero, aunque sin emplear la tecnología. Más que nada era un coach de base que identificaba secuencias de las señas del rival y el corredor en segundo pasándoselas al bateador. Y habían maneras que eran aceptadas para frenarlo.

“Lo que solía ocurrir era que el pitcher le tiraba directo a la cabeza del bateador”, dijo. “Noventa de 100 paraban porque no les gustaba ese zumbido en la cabeza”.

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