Por Marina Menéndez / Especial para POR ESTO!
LA HABANA, Cuba, 24 de febrero.— El deporte cubano ha dado al mundo figuras emblemáticas como el «Andarín» Carvajal, Kid Chocolate, Rafael Fortún, Ramón Fonst o José Raúl Capablanca, hombres que hicieron nombre gracias a su constancia y talento, cuando todavía no había en la isla los centros de captación y preparación deportiva entre niños y jóvenes y tampoco, creo, el hoy llamado «deporte de alto rendimiento».
La pléyade de estrellas vino después, cuando el nuevo proceso político, social y económico, instaurado a partir de 1959, consideró al deporte «un derecho del pueblo» y la práctica de las distintas disciplinas se hizo masiva, al tiempo que propiciaba la participación de lo que aquí llamamos «la base».
Treinta y una medallas olímpicas en los Juegos de Barcelona, en 1992 —de ellas, 14 de oro—, convirtieron a Cuba en líder latinoamericana, y constituyeron también su mejor actuación en esa justa.
Más de 20 años después, , las apenas 11 medallas alcanzadas en los recientes Juegos de Brasil-2016 no significaron un abandono de esos derroteros. Más bien dieron cuenta de los rigores provocados —también en el desarrollo deportivo— por la falta de recursos que genera el bloqueo de Estados Unidos y, tal vez, acusó la ausencia de figuras que no solo buscan fogueo y brillo en equipos de otras naciones, sino las mejoras económicas que impide la hostilidad yanqui.
Hacia el deporte, que ha sido emblema de la Revolución, también se ha enfilado la política del Norte. Como ha ocurrido en el campo de la salud, aquí también podría hablarse de robo de talentos.
Pese a ello, Cuba sigue enarbolando la práctica deportiva como un derecho y parte del bienestar individual, en tanto brega por retomar los sitios preferenciales del podio que ocupó en otros momentos.
La reflexión viene a cuento cuando estamos a solo un año de los 60 del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), instancia que por la ley 936, quedó fundada el 23 de febrero de 1961.
Poco después se abolía el profesionalismo, e iniciaba la época dorada de nuestro vigente deporte amateur.
Estela de glorias
Los corredores Enrique Figuerola, Alberto Juantorena y Ana Fidelia Quirot; el atleta de salto alto Javier Sotomayor, la jabalinista María Caridad Colón, el equipo de voleibol conocido como Morenas del Caribe, son sólo algunos de los muchos nombres dorados del firmamento deportivo cubano en las más recientes décadas.
Pero ninguno ha brillado tanto como Teófilo Stevenson, triple campeón mundial y otras tres veces oro olímpico en los pesos pesados del boxeo, entre otros muchos títulos. Un deportista que brilló tanto por sus cualidades pugilísticas como por su probidad de patriota.
Su renuncia a los millones de dólares que le propusieron durante las Olimpiadas de Munich en 1972 para que abandonara su equipo y el deporte amateur en Cuba —vendrían otros intentos de comprarlo después—, lo enalteció tanto como las 301 victorias obtenidas en 20 años de combates que le dejaron sólo 20 derrotas.
Cuando intentaron seducirlo, respondió: «No cambio a mi pueblo por todo el oro del mundo», recuerda el veterano cronista deportivo Elio Menéndez, quien también fuera su amigo.
Elio, un profundo conocer de su vida boxística, lo ha calificado como «verdugo de los yanquis» en atención a su desempeño frente a púgiles del Norte. Durante su participación en juegos olímpicos, mundiales, panamericanos, topes Cuba-EE.UU. y encuentros por invitación, Teófilo Stevenson cosechó ¡14 victorias frente a 16 púgiles estadounidenses!
Tenía tantas cualidades que, a mediados de los años de 1970, hasta se llegó a conversar sobre la posibilidad de un combate que estuvo a punto de concretarse en 1978, pero que nunca se realizaría entre “Piropo”, como le decían familiarmente los allegados a Setevenson, y el campeón mundial del boxeo profesional Mohammed Ali.
El enfrentamiento fue bautizado, potencialmente, como «la Pelea del Siglo»: habría estremecido al mundo. Pero no se llegó a acuerdos concretos para su celebración.
Mas Teófilo, no solo fue un muchacho con innatas condiciones cuando lo «descubrieron»., sino también resultó un fruto de la política deportiva cubana después de 1959. Quizá, uno de sus mejores ejemplos.
Los instructores lo hallaron, alto y desgarbado, en el recóndito central Delicias de la oriental provincia de Las Tunas, donde nació y tiró sus primeros golpes a los 11 años de edad. Su padre, al verle «disposición», ya le había procurado el primer entrenador, John Herrera. A los 14 era todo un novato que los expertos consideraban una promesa, y a los 16 ganó su primer torneo “Giraldo Córdova Cardín”, el máximo tope boxístico del patio.
Menéndez lo ha considerado un superdotado para el boxeo. Pero, además de contar con su indispensable talento pugilístico, la ascendente carrera de Stevenson fue propiciada por la atención que el INDER puso en su preparación.
Fidel lo admiraba y le dedicó palabras de elogio y recordación al conocer su muerte. Era un homenaje que el Comandante en Jefe le había hecho en vida muchas veces, cuando acudió a ver algunas de sus peleas o a intercambiar un saludo.
Muerto tempranamente a los 60 años, víctima de un infarto cardiaco, Teófilo Stevenson fue también un logro del deporte revolucionario cubano: una práctica y una política que, junto con el INDER, arribaron este domingo a su 59 aniversario.