El 26 de julio del presente año darán por iniciados de forma oficial los Juegos Olímpicos de París 2024. Esta ocasión será la Ciudad Luz la encargada de recibir a los miles de atletas de diferentes disciplinas que buscarán poner en alto el nombre de su país, trando -claro está- de conquistar -como mínimo- el Oro, la Plata o el Bronce.
Los Juegos Olímpicos es un evento que resurgió con fuerza, pues fue hasta 1914 cuando adquirió uno de sus símbolos más icónicos y reconocibles globalmente. Fue en París, de la mano de Pierre de Coubertin, que se presentó el diseño de los cinco anillos olímpicos que conocemos hoy.
Este diseño consta de cinco anillos de colores distintos: azul, negro, amarillo, verde y rojo, dispuestos en dos filas sobre un fondo blanco. La selección de estos colores no fue arbitraria; se ideó de tal manera que cualquier bandera nacional del mundo pudiera identificarse con al menos uno de estos colores, promoviendo así un espíritu de inclusión y representación universal.
Más allá de su paleta de colores, los anillos llevan un significado profundo: la representación de los cinco continentes habitados del mundo: Oceanía, América, África, Europa y Asia. La interconexión de los anillos simboliza la unión y la universalidad del espíritu olímpico, destacando la hermandad y la competencia leal entre las naciones.
Cada color no sólo identifica a un continente, sino que también refleja características particulares de este: el azul por los mares que rodean Oceanía; el verde, por la vasta diversidad de bosques en Europa; el negro, en honor a las gentes de África; el rojo, evocando a los indígenas americanos, y el amarillo, por las pieles y desiertos de Asia.
Esta tradición olímpica, con sus raíces en festividades griegas en honor a dioses como Apolo, Poseidón, Hércules y Zeus, ha evolucionado a lo largo de los siglos, manteniendo su esencia y fortaleciéndose con nuevos símbolos y costumbres, en los cuales los anillos olímpicos se destacan como un poderoso emblema de unidad global y excelencia deportiva.