EL CAIRO, Egipto, 25 de febrero (AP/AFP).- Hosni Mubarak, el líder egipcio que durante casi 30 años fue el duro rostro de la estabilidad en Oriente Medio, falleció el martes a los 91 años, informó la televisora estatal.
Durante su mandato fue un aliado incondicional de Estados Unidos, un baluarte contra la militancia islámica y un guardián de la paz de Egipto con Israel. Pero para las decenas de miles de jóvenes egipcios que durante 18 días de 2011 participaron en protestas callejeras sin precedentes en la Plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, y en otras partes del país, Mubarak era una reliquia, un faraón moderno.
Los manifestantes se inspiraron en la revuelta de la Primavera Árabe en Túnez, y aprovecharon el poder de las redes sociales para congregar a grandes multitudes, desatando la ira popular por los sobornos y la brutalidad que ensombrecieron su mandato. Al final, con millones de personas en la Plaza Tahrir, en el centro de ciudades de todo el país, e incluso marchando hasta las puertas del palacio de Mubarak, el ejército que durante mucho tiempo alimentó su poder lo dejó a un lado el 11 de febrero de 2011. Los generales tomaron el control con la esperanza de preservar todo lo posible del sistema dirigido por Mubarak.
Aunque el presidente de Túnez fue derrocado antes que él, la caída de Mubarak fue la más llamativa de la Primavera Árabe que sacudió regímenes en todo el mundo árabe.
Fue el único líder derrocado en la ola de protestas que fue encarcelado. Fue condenado junto a su exjefe de seguridad en junio de 2012 y sentenciado a cadena perpetua por no impedir el asesinato de alrededor de 900 manifestantes durante la revuelta contra su régimen. Ambos apelaron el fallo y un alto tribunal los absolvió en 2014.
La exoneración sorprendió a muchos egipcios y miles salieron a las calles del centro de la capital para mostrar su descontento con el tribunal.
Un año más tarde, Mubarak y sus dos hijos -Alaa y el que fuera su aparente heredero Gamal- fueron sentenciados a tres años de cárcel por cargos de corrupción durante la repetición de un juicio. Los hijos fueron liberados en 2015 por el tiempo que ya habían pasado presos, y Mubarak salió libre en 2017.
Desde su arresto en abril de 2011, Mubarak pasó los casi seis años de su encarcelamiento en hospitales. Desde su liberación, fue a vivir a un apartamento en el distrito cairota de Heliópolis.
Para un hombre que durante largos años fue intocable _la menor crítica en su contra estuvo prohibida para la prensa_, la cárcel fue un golpe rudo. Cuando lo transportaron de la corte a la cárcel de Torah en 2011, lloró y se negó a bajar del helicóptero.
Durante sus años en el poder, Mubarak inició algunas reformas menores, pero rechazó los grandes cambios y optó por presentarse como el único escudo contra las milicias islámicas y las divisiones sectarias. Cuando intentó presionarlo para que iniciara reformas, Estados Unidos solo logró enfurecerlo. Entonces Washington dio marcha atrás, temeroso por perder su alianza con el país más poderoso del mundo árabe.
Pero el incumplimiento de las promesas reiteradas de cambios provocó la desesperación del público, y lo que aspiraban a un futuro democrático observaron consternados que Mubarak aparentemente se aprestaba a instaurar una sucesión dinástica a favor de su hijo, el empresario Gamal Mubarak.
Mubarak, nacido en 1928, era vicepresidente el 6 de octubre de 1981 cuando extremistas islámicos asesinaron a su mentor, el presidente Anwar Sadat, durante una revista militar. Sentado junto a Sadat, Mubarak sufrió apenas una herida en una mano cuando los milicianos dispararon ráfagas de ametralladora hacia el palco. Ocho días después, el exoficial de la fuerza aérea prestó juramento como presidente con promesas de continuidad y orden.