Francesc Ligorred Perramon*
Pudiéramos morir en las cantinas
y nunca lograríamos olvidarlas
mujeres o mujeres tan divinas
no queda otro camino que adorarlas
Martín Urieta, Mujeres Divinas
El 9 de marzo de 1999 impartí la lección “L’elemento poetico e l’elemento etnico nella letteratura maya-yukateka contemporanea” en la Cattedra di Civiltà Indigene d’America de la Università degli Studi di Siena. Pero el hecho precedente que aquí me interesa recordar es que había aterrizado el día antes en el aeropuerto de Florencia, Italia, donde el profesor Antonio Melis me esperaba para trasladarnos a Siena. Durante el trayecto me comentó que cenaríamos en el restaurante de un buen amigo y que seguro podría percibir un ambiente antropológico diferente al de un día normal en la bohemia ciudad. Llegamos pronto al restaurante y pedimos un risotto al que el pulcro chef nos ralló una magnífica trufa, todo regado con un vino de la zona (La Enoteca de Siena es monumental). Al poco rato el tradicional restaurante se llenó de gente… pero esta no sería la palabra precisa, tampoco serviría decir personas… No, el restaurante se llenó de mujeres, los únicos dos intrusos hombres éramos el maestro del Centro Interdipartimentale di Studi Sull’America Indigena y yo, un recién llegado de las tierras mayas de Yucatán, tras una escala familiar en Catalunya. En la “Osteria Cane e Gatto” entraban y salían mujeres, brindaban, se abrazaban, llevaban flores violetas en las manos y flores lilas en los cabellos, vestían de morado y tenían diversas edades, eran –me parecían– bellísimas y estaban –pensaba– alegres. Algunas se acercaron a saludar a mi anfitrión, una prima, una investigadora y una alumna, creo recordar. Cuando salimos a pasear y platicar por la Piazza del Campo todos los establecimientos, observé –Antonio ya lo sabía– estaban llenos, llenos de mujeres. Fue una bienvenida inolvidable a la Toscana y así descubrí como en Italia celebran el 8 de marzo, donde por un día y una noche los hombres –por respeto– se quedaban en sus casas, todos los hombres, incluido el escritor Antonio Tabucchi, autor de Dama de Porto Pim, a quien saludaría al día siguiente. Ya ha pasado un Katun desde entonces y muchas mujeres y muchos días, como en aquel poemario (1968) del sabio amante Gabriel Ferrater que se y nos pregunta: Trobes que al món hi ha massa noies? / Ves qui t’ho havia de dir. (¿Crees que en el mundo hay demasiadas chicas? / Quién te lo iba a decir!). El crítico literario que al cumplir cincuenta años –como había prometido– se suicidó, el poeta de In Memoriam y Cambra de tardor que en “Dues amigues” había escrito: Volen només saber / que s’agafen de mans / i van juntes, per un / carrer de l’estranger. (Quieren sólo saber / que se agarran de las manos / y van juntas, por una / calle foránea).
Dejando este cuento de hadas, tan cierto como todos los cuentos, me referiré –como homenaje en este 8 de marzo de 2020– a las mujeres mayas, verdaderas luchadoras durante siglos por la integridad de sus familias y por la defensa de su cultura ancestral; el caso más conocido es el de la quiché Rigoberta Menchú Tum. Escribía esta Premio Nobel de la Paz (1992):
Simple y llanamente, soy una nieta de los mayas. Ni siquiera hija, porque la hija es más cercana. Ser nieta significa tener abuelos, tener historia, tener pasado; al mismo tiempo que representa poseer sangre joven, pertenecer a una generación nueva, asomarse al futuro. Soy nieta de los mayas y creo que hay cosas que cambiarán más adelante.
Cuando llegué a las tierras mayas de Yucatán a principios de los años ochenta del pasado siglo, las mujeres me sorprendieron por la pulcritud de sus huipiles y rebozos, por el orgullo de ser mujeres y de ser mayas, por la energía decisoria ante los hombres y porque practicaban su monolingüismo en casa, en los mercados, en los transportes públicos. Eran las depositarias privilegiadas de un idioma que, después de más de quinientos años de colonización y evangelización, en latín y en castellano, hoy, en pleno siglo xxi, resurge no solo en el uso social, sino también en el ámbito de la tradición oral. De esa primera etapa recuerdo a Emilia Mezquita –mi traductora yucateca de la Zona Rosa–, a Nicolasa Keb, Francisca Ek y Berta Arana, de Nohcacab-Santa Elena, y a doña Rosa y doña Mimí, de Pustunich; unas me brindaron preciosas canciones, todas me ofrecieron hospitalidad, chocolomo y hamaca.
Dos katunes después esta resistencia étnica engendra escritoras mayas como la poeta Briceida Cuevas Cob y la novelista Sol Ceh Moo que han aportado su visión de un feminismo puro a la literatura con obras como Je’ bix kín (Como el Sol, 1998) y Chen tumen x ch’úupen (Solo por ser mujer, 2015). Dos escritoras modernas que reflejan la angustia del mestizaje, los valores femeninos más que el feminismo, también los movimientos de izquierdas internacionales de liberación, conscientes de que “La literatura puede hacer tanto daño como las armas”.
Briceida es la poeta existencialista y experimental; mujer y poeta, es poeta de las mujeres, pero también de los hombres, animales, plantas, de su pueblo y de la nación maya. La denuncia existencial se lee en su texto dedicado al ciclo de vida de la mujer desde el alumbramiento de una hija hasta la muerte de una madre. Apunto unos versos: “Por un plátano manzano que comiste, Eva, cargué con tu pecado (…) Ay, Eva / por ser tan golosa, al engatusar al zonzo de Adán / hasta a mi hombre fregaste”. En cuanto a la narradora Sol, la autora aprovecha sus textos, de temática fuerte, de gran aliento y extensión, para manifestar su activismo político y su responsabilidad social como mujer y también para un autorreconocimiento maya. Los títulos de sus obras evidencian su activismo: Nacer mujer es pecado, Mis letras en las paredes de la vagina y su citada novela Chen tumen x ch’úupen, donde muestra cómo la mujer no solo padece por ser mujer, sino también por ser “hinchada” y por estar hecha “bola”; la obra de Sol es una denuncia a la discriminación femenina e “indígena”, escrita en un lenguaje tan imaginativo como recriminatorio.
El año 1992 publiqué en la revista de investigación femenina Asparkía de la valenciana Universitat Jaume I el artículo “Mujeres mayas: tradición y poesía” exponiendo cómo las mujeres mayas siempre han mantenido un protagonismo –a través de sus vidas y de sus obras– en la sociedad y la cultura de la península de Yucatán. En 1996 retomé el tema con el artículo “In weet xch’upile’ex / Amigas mujeres (Las mujeres mayas: descritas y escritoras)” publicado en Unicornio el 17 de marzo y ampliado después en el libro Mayas y coloniales (Maldonado Eds., 2001). La contribución de las mujeres mayas en el espacio literario ha continuado en obras tan significativas como Sakalbil Woojo’oh, una colección de textos compilados por María Elisa Chavarrea Chim. Y cómo no recordar los trabajos de Patricia Martínez Huchim, Hilaria Máas Collí, María Luisa Góngora Pacheco, Cessia E. Chuc o A. Sasil Sánchez Chan… y de tantas otras creadoras a las que dedico un apartado especial al hablar del renacimiento literario en la entrada “Literatura maya” (Tomo II, pp.167-232, Ed.2018) de la Enciclopedia yucatanense.
Al referirme a las mujeres mayas pretendo también mostrar que en el territorio de la actual República Mexicana no todo es el estereotipo internacionalizado de Frida Kahlo, vida y leyenda ciertamente ejemplares. Es digno de rememorar que los méritos bélicos de Pancho Villa y Emiliano Zapata mucho debieron a las “soldaderas” de la Revolución y que después vendrían señoras activistas con carácter, como Rosario Castellanos, María Félix u Ofelia Medina y, mucho antes, en plena etapa colonial, Sor Juana Inés de la Cruz, la poeta-monja a la que hoy convendría leer a tantas mujeres –y hombres– del mundo que siguen luchando desde la sororidad por el empoderamiento individual y colectivo. Recordar también en este homenaje “mujeriego” cómo con amigos antropólogos de vida y de oficio concluimos muchos mediodías, tardes o noches en “escondidas” cantinas y en el estimado “Guerrero Negro”, de Mérida, cantando decenas de veces, Mujeres Divinas con versos como “Las horas más hermosas de mi vida / las he pasado al lado de una dama” y emotivas estrofas, como la que encabeza este trabajo.
Y no quisiera terminar sin apuntar una aluxada actual: este 8 de marzo se proyecta en mi vecinal cine del Casal del Barri de Gràcia, en Manlleu, la película Las niñas bien, verdadero éxito mediático y que ha obtenido prestigiosos premios internacionales. El film me traslada al México, Distrito Federal, donde llegamos por primera vez en abril de 1979 y donde permanecimos durante los años ochenta, precisamente cuando transcurre el argumento y las escenas de la película. Para entonces –¡vaya coincidencia!– mi compañera Mercè/Mercedes trabajaba en el exclusivo Club Raqueta Bosques, ubicado en Bosques de Las Lomas, donde millonarios –Slim y Cia.–, políticos mexicanos (expresidentes, senadores,…) y “damas bien” jugaban, de madrugada y con nocturnidad, un tenis más social que deportivo.
En la película, basada en el best seller de Guadalupe Loaeza, la protagonista Sofía, su álter ego, pasa de la opulencia a la miseria, cae de muy arriba al vacío más profundo sin poderlo evitar, es la decadencia de una “princesa”. Ella lidera a un grupo de mujeres socias de un club de tenis, espacio lujoso donde aprovechan para chismear de los secretos de familias de las élites chilanga y mexicana. La película es un estudio de comportamiento, habla de mujeres, de cambiar las perspectivas de las mujeres abnegadas y que padecen, pero también de aquellas mujeres confundidas, sangronas o quizás solo equivocadas. La crítica cinematográfica mexicana opina que la obra sigue vigente y que la sensación al verla es que la realidad de la high society no ha cambiado mucho después de aquel declive de la clase alta a raíz de la devaluación del peso.
Película de mujeres, novelista, directora, protagonistas, tragicomedia cruda y divertida, crítica al clasismo y al racismo, de allí, de aquí, de allá, de todos los rincones de un mundo en el que las mujeres probablemente estén liderando y librando la lucha más eficaz y contundente contra todo tipo de colonialismo (laboral, sexual, intelectual, deportivo, racial, cultural, económico,…), un colonialismo que se resiste a morir, pero que no logrará sobrevivir ni en la hoy más dependiente nación catalana ni en la hoy más independiente nación maya de la península de Yucatán.
Manlleu, Catalunya, 1 de marzo 2020