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El mundo globalizado tendrá otras reglas después de la crisis del COVID-19

Antropólogo Jorge Franco Cáceres

El historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén, reflexiona sobre la crisis del COVID-19 y asegura que las decisiones que se tomen ahora tendrán un impacto durante años y décadas. La gran incógnita para él es ver si logramos lidiar con esto unidos como humanidad.

En entrevista con Pablo Duer, de EFE, realizada en Jerusalén el pasado 8 de abril, Harari dijo “que es importante entender que estamos reescribiendo las reglas del juego. Del juego económico y político, todo está en juego. Estamos presenciando muchos experimentos en millones de personas, como en Estados Unidos, que va a implementar la renta básica universal dando dinero a todos sus ciudadanos durante la crisis. Ya se pensó en eso antes, pero nadie lo hizo a esta escala y no sabemos cuáles serán las consecuencias”.

Subrayó el historiador y escritor israelí que hay “dos elementos principales: primero, que no hay nada predeterminado en la manera de lidiar con esta crisis y que hay muchas opciones, no una sola. Y segundo, que las decisiones que tomemos tendrán un impacto durante años y décadas y reconfigurarán el planeta”.

Yuval Harari concluyó que su principal preocupación “es que, debido a consideraciones cortoplacistas, la gente tome decisiones equivocadas como, por ejemplo, lidiar con la crisis implantando regímenes autoritarios o incluso totalitarios, en lugar de empoderar a los ciudadanos. O que países opten por el aislacionismo y persigan intereses nacionalistas, algo que tendría consecuencias terribles para el mundo al terminar la crisis. Lo que elijamos en el próximo mes o dos cambiará el mundo durante años o décadas”.

Siguiendo la línea analítica del historiador israelí y prestando atención a los casos de Europa, China y Estados Unidos, procedemos a revisar varias lecciones aprendidas en el mundo globalizado de los últimos meses debido a la pandemia del COVID-19.

1. Los europeos occidentales u orientales, centrales o sureños, no son tan avanzados ni tan disciplinados como pretenden ante el resto del mundo globalizado.

La percepción de la pandemia de COVID-19 en Europa se basó en información de expertos y científicos que pidieron precaución, pero sin pánico alguno. Hicieron hincapié en que esto no era un cataclismo, sino una epidemia que involucraba una enfermedad infecciosa respiratoria grave.

Advirtieron que se podía esperar que fuera muy peligrosa para los ancianos y para aquellos que ya estaban enfermos. Sabían que se trataba de un peligro desconocido digno de cautela, pero los epidemiólogos permanecieron tranquilos, pensando que serían capaces de estimar el desarrollo de la epidemia utilizando datos, para luego controlar la situación con medidas antiepidémicas y a través de varias líneas de defensa.

Una vez atrapados en el peligro pandémico del COVID-19, los países europeos: Italia, España, Francia, Alemania, Reino Unido, etc., evidenciaron que no están en condiciones de liderar el mundo globalizado en todos los parámetros medibles de garantías individuales y derechos humanos e hicieron patentes sus carencias en conocimiento avanzado, tecnología líder, organización social y la responsabilidad general.

Cualquier cantidad de desviaciones institucionales y un caudal de omisiones humanas llevaron a los patéticos resultados de la epidemia del nuevo coronavirus en Europa. La conjugación de desaciertos condujo a la propagación masiva de la infección, destacando entre ellos: 1) la omisión para comprender adecuadamente los parámetros de la epidemia; 2) la renuencia a tomar decisiones basadas en los cambios en esos parámetros; y 3) el comportamiento irresponsable de la población en el cumplimiento de las instrucciones de las autoridades.

En estos días, los países europeos están sufriendo grandes pérdidas económicas y humanas. Una causa subyacente importante puede ser el problema de que el cerebro humano simplemente no puede comprender intuitivamente el poder del crecimiento exponencial, ni que dos semanas de retraso en el caso de una pandemia como la actual, podrían marcar la diferencia entre 100 y 10 000 muertes.

2. China ganó la tercera guerra mundial sin disparar un misil y ni la pandemia del COVID-19 pudo contra ella.

Ahora, veamos el caso exitoso de China, que logró suprimir por completo la gran epidemia en Wuhan, que se extendió a las treinta provincias. Para conseguirlo, se basó en el consejo de su leyenda epidemiológica, Zhong Nanshan, de 83 años. Recordemos que hace veinte años, este científico ganó autoridad mundial al suprimir el SARS.

Aunque fueron sorprendidos por la epidemia, los epidemiólogos lograron suprimir al COVID-19 en toda China a través de medidas expertas y determinadas. Lo hicieron durante solo siete semanas y el número de muertos finalmente se detuvo en menos de 4000. En comparación con el volumen poblacional chino que alcanza miles de millones, sería como si el número de muertes en México con 125 millones, se mantuviera en alrededor de 400.

China demostró lo que es quedar atrapado en la incertidumbre que rodea el peligro de COVID-19, preservando los intensos intercambios de personas y los movimientos de bienes y valores desde el estallido de la epidemia. Si durante mucho tiempo se pensó que China tenía la ambición de liderar el mundo globalizado, la supresión tan rápida y efectiva de la epidemia del nuevo coronavirus demuestra que puede hacerlo en todos los parámetros medibles de economía, bienestar y sociedad.

A partir de esto, debe concluirse que el desarrollo científico en China es el corazón de los prodigios humanos que este país puede hacer ante peligros reales para el mundo globalizado como el COVID-19, contando con conocimiento, tecnología, organización y responsabilidad. Sin lugar a duda, China aprendió del SARS y por eso desarrolló capacidad a todos los niveles para asegurar una velocidad de respuesta al nuevo coronavirus que le servirá para enfrentar y superar los desafíos futuros.

3. Estados Unidos ya no es el Estado-nación líder del mundo globalizado.

Aunque la epidemia del COVID-19 emergió en Norteamérica después de China y Europa, una nueva combinación de relajación temprana sobre la epidemia, el rechazo sistemático de atención institucional a enfermedades infecciosas, negligencia oficial para contener la propagación del contagio comunitario, regulaciones relajadas para viajeros e inmigrantes de industrias asiáticas y europeas, eventos turísticos y comerciales multitudinarios, surgieron en el escenario pandémico. A estas desventajas sistémicas se sumó una serie de lamentables cuestiones implicadas: los medios de comunicación y las redes sociales divulgando información falsa, partidos políticos en campañas difamatorias, los contribuyentes y empresarios en oposición a la cuarentena, etc., facilitándose así el crecimiento exponencial de la pandemia y focalizándose la dispersión masiva en los estados de Nueva York, D.C. y California.

Una cifra colosal de personas se infectó en muy poco tiempo, demasiado grande para los sistemas de salud de la Unión Americana. Las formas graves de la enfermedad conducen hoy día a muchas muertes debido a insuficiencia respiratoria en personas mayores, también en jóvenes milennials, pues no hubo firme preocupación en Estados Unidos para evitar oportunamente las cantidades proporcionales de fallecidos en Europa, procediéndose de modo tardío a las medidas de exclusión social que se introdujeron temprano en China y los países asiáticos para evitar que colapsaran sus sistemas de salud con la multiplicación de casos graves.

Apenas el pasado 13 de marzo, el presidente Donald Trump declaró una emergencia nacional para combatir la propagación del COVID-19. Esto condujo a los norteamericanos a una serie de intervenciones de distanciamiento social en todo el país, incluidos el cierre de escuelas, bares, cines y restaurantes, la cancelación de grandes reuniones públicas, eventos culturales y deportivos, y fueron desalentadas las reuniones de más de 50 personas. Un número creciente de empresas y compañías siguen pidiendo a sus empleados que trabajen de forma remota.

Resta señalar que 3,003 personas han muerto en los Estados Unidos por COVID-19, según un recuento de datos de los departamentos de salud estatales. Hasta el 7 de abril, se observaron al menos 368,376 casos de coronavirus, detectados y probados a través de los sistemas de salud pública. El total incluye casos de cada estado, el Distrito de Columbia y varios territorios norteamericanos.

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