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Entretenimiento / Virales

Metodología de los 'por qué”

Marta Núñez Sarmiento*

La semana pasada detuve la continuidad de esta “saga” en la que explico cómo evolucionó el empleo femenino en mi país en los últimos 61 años, con el fin de fundamentar por qué las cubanas hoy están representadas en todos los sectores de la economía, son las dos terceras partes de los profesionales y técnicos del país, tienen niveles educacionales más elevados que los hombres, pero mantienen el peso horrible de las tareas hogareñas. Lo hice por la cólera que disparó mi “imaginación sociológica” comprometida con los más pobres del mundo a medida que conocía las políticas de gobierno de varios países poderosos que no solo ignoraban a sus más desvalidos, sino que daban la espalda a la solidaridad internacional a la que convoca la Organización Mundial de Salud (OMS).

Retomo hoy el hilo interrumpido de este trabajo que sirve para comprender las funciones vitales que cumplen las mujeres cubanas en estos días para enfrentar y vencer el COVID-19 en la isla y en otros países donde acuden a prestar sus servicios. Sobre esto pronto les comentaré.

Por lo tanto, continúo con lo que sucedió entre 1959 y 1989.

Las políticas sociales cubanas en los 60, 70 y 80 concibieron la racionalidad del consumo y de las necesidades como modelo de vida y no solo como medida para resolver la pobreza.1 Esta idea hizo que en materia de distribución y consumo funcionara una concepción igualitarista y homogenista, que logró satisfacer un conjunto de necesidades básicas de toda la población, pero sin tomar en cuenta dos requisitos imprescindibles para que los mecanismos de retribución por el trabajo y de distribución pudieran cumplir la máxima marxista “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”: uno, que existen diferencias en materia de necesidades y en las formas de satisfacerlas en los diferentes grupos de la población y, dos, el imperativo de tratar de manera diferente a los sectores que tienen menos ventajas.

Aquí se produce una paradoja con respecto a las influencias que esta política provocó en la población femenina. Como las mujeres estaban incluidas en los sectores más desaventajados de la población, este “homogenismo” las benefició, porque tuvieron acceso a un consumo que antes no tenían. En el ámbito del hogar esto generó mejorías en su alimentación, aseo personal, vestuario y calzado, e incluso, en el insuficiente equipamiento electrodoméstico para ellas y para sus familias con quienes tenían la responsabilidad de reproducir diariamente la vida. Me explico. Siguiendo la tradición patriarcal, las mujeres en los hogares administraron los bienes que fueron distribuidos igualitariamente por decisión centralizada del Estado y que integraron los nuevos patrones de consumo. Bien como asalariadas que encabezaban sus hogares y que proveían los principales ingresos; como asalariadas proveedoras adicionales al hombre jefe de hogar o como amas de casa, fueron ellas quienes “operacionalizaron” cotidianamente las políticas sociales referidas al consumo en sus hogares. Esto contribuyó casi invisiblemente a crear en ellas y, sobre todo, en las mujeres ocupadas que efectuaban la segunda jornada, habilidades para la toma de decisiones. Este proceso de entrenarse en la toma de decisiones ocurrió en un entorno social que abogaba por la promoción de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, tanto en la pública como en la privada. Además, estas mujeres participaron en calidad de agentes de cambio en estos aspectos transformadores del consumo como parte de la lucha contra la pobreza. Se comprueba así la importancia de comprender las funciones que ejercen las mujeres ubicadas en la intersección de los caminos de la producción y de la reproducción de la vida para luchar contra la pobreza, las desigualdades y por su empoderamiento.2

La concepción de progreso que dirigió la feminización del empleo no tuvo una connotación asistencialista. Fue un proceso participativo en el que las mujeres y los hombres fueron transformando su entorno inmediato, cotidiano y el social general y a la vez se transformaron a sí mismos. No fueron tratados ni como objetos de los cambios ni como “víctimas” a las que se debía asistir. Esta noción de progreso concedió importancia a las transformaciones tanto a nivel de lo global y lo general como en el ámbito de las cosas pequeñas de cada día.

Los cambios que se produjeron en el empleo femenino en los primeros treinta años, involucraron a los hombres y a las mujeres y produjeron necesidades nuevas en unos y en otras. En estos años las mujeres fueron el motor de las transformaciones de las relaciones de género, porque se esforzaron más que los hombres para vencer las desigualdades sexistas, porque tuvieron que desmontar los patrones culturales de la ideología patriarcal que existían en toda la sociedad y en ellas mismas. No se detuvieron aquí porque reconstruyeron esos patrones patriarcales e introdujeron patrones ideológicos nuevos no sexistas. En este empeño ellas avanzaron más que los hombres, que quedaron rezagados. A diferencia de lo que ha sucedido en otros países en los cuales las mujeres se han revolucionado, pero la sociedad se ha mantenido estancada en materia de relaciones de género, en Cuba la sociedad cambió y ellas también, porque participaron en los cambios desde los inicios.

No pretendo construir un “modelo promedio” de lo que fue la mujer cubana asalariada que llegó a los años noventa, porque estaría cometiendo un error. Pero tratando de dar una idea aproximada de cómo eran estas cubanas me atrevo a describirlas como mujeres entre los 22 y los 55 años, que habían concluido entre el noveno grado y la enseñanza universitaria, de lo que se infiere que habían permanecido entre 9 y 17 años en instituciones educacionales; tenían una cultura en materia de salud que incluía desde el uso de contraceptivos y cuidados en el embarazo hasta conocimiento de la atención médica de ella, de sus hijos desde que nacen hasta que se casan y del resto de su familia; que tenían uno y acaso dos hijos; que tenían una cultura laboral que les permitía comprender, entre otras cosas, la independencia que se obtiene al devengar un salario; que poseían un sentido de la disciplina que emanaba de su permanencia en las aulas y de sus actividades laborales; que cargaban con el peso de las tareas de sus hogares y que comprendían que en ellas deberían participar también los hombres; que comenzaban a hacerse cargo de los miembros más ancianos de sus familias que no podían contribuir al trabajo en el hogar; que eran mujeres capaces de tomar decisiones en sus empleos y en sus hogares.

1990-2005

El 8 de marzo de 1990, Fidel Castro anunció en la clausura del Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) que se aproximaban tiempos duros y prolongados, debido a la desaparición del campo socialista y a futuros reforzamientos del bloqueo norteamericano a Cuba. Así comenzó la crisis de los noventa o “período especial”, tras abortar un “proceso de rectificación” (1985-1989) en el que la población conoció los errores económicos acumulados y sus consecuencias en la economía, la política y lo social, sin que se hubieran concluido las soluciones que se habían comenzado a diseñar y a aplicar. En estas condiciones el país se enfrentó a los años más negros de su transición hacia el socialismo.

El 8 de marzo de 2005, Fidel Castro aprovechó otro Congreso de la FMC para anunciar que ya se podía afirmar que salíamos de la crisis. Con ello confirmó la importancia de las mujeres para mantener la trama social de la Revolución.

En estos años las mujeres se mantuvieron empleadas, porque entre ellas una tercera parte encabezaba sus hogares y eran las principales contribuyentes al presupuesto familiar. Además, si vivían con sus parejas necesitaban más de un salario. Como eran el 66 % de los profesionales no abandonaron sus empleos porque estaban presentes como fuerza calificada en aquellos sectores que debían acelerar la salida de la crisis. Eran en su mayoría trabajadoras de una segunda generación de asalariadas, acostumbradas a ocuparse fuera de sus hogares. Pero la segunda jornada en estos años se tornó más violenta y las mujeres inventaron las más inimaginables estrategias para que sus familias sobrevivieran y, de esta manera, ayudaron a que el país también lo hiciera.

El incremento de la participación femenina en la fuerza laboral se detuvo: sus índices oscilaron, y en los años en que se comenzó a salir de la crisis sus valores fueron levemente inferiores al de 1989: 1995 (37.6 %); 1996 (37.2 %) y 2002 (37.6 %).3

La propensión a acrecentar la participación femenina entre los profesionales y técnicos se mantuvo. En 2002 ellas dominaron las dos terceras partes (65.5 %) de los trabajadores en esta categoría ocupacional, mientras que los hombres representaron el 33.5 %. Ese año esta categoría agrupó el 38 % de las mujeres ocupadas y solo el 12 % los hombres trabajadores.4 Las mujeres profesionales y técnicas predominaron en plazas tanto tradicionalmente femeninas como en las que no lo eran. En el 2000, el 60 % de los profesores de la educación superior eran mujeres, al igual que el 52 % de los científicos, el 52 % de los médicos y el 50 % de los abogados.

Este comportamiento de las profesionales y técnicas se debió a la feminización de la educación en los niveles medio superior y universitario. A ello contribuyó la ideología patriarcal que impera en Cuba, que provoca que las familias insten a sus hijas a sobresalir en sus estudios desde la primaria y a los varones a comportarse como “machos”, quienes cumplen sus tareas docentes y dedican la mayor parte de su tiempo libre a jugar en las calles. La feminización de la educación se explica también porque los varones son llamados al Servicio Militar General (SMG) una vez que concluyen sus estudios de nivel medio superior, incluso, los recién egresados de preuniversitario que matricularon en las universidades tras aprobar los exámenes de ingreso. Entre los que no ingresaron a la educación superior y que deben mantenerse por dos años en el SMG, muy pocos acceden a los exámenes de ingreso a la educación superior, sino que buscan empleos para comenzar a ganar salarios, formar sus futuras familias y ejercer la tarea de “suministrador principal de ingresos”.

Continuará.

Notas

1 Espina: Ob. cit., p. 245.

2 Elson, D., Chacko, S. and Jain, D., “Introduction”. Harvesting Feminist Knowledge for Public Policy. IDRC, Sage, 2011, p. XXXIII.

3 Oficina Nacional de Estadísticas: Anuario Estadístico 2002, La Habana, 2003, p. 53.

4 Ídem.

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