Siempre que hay celebraciones se pone en tela de juicio su origen o si debe ser aceptada por sus específicas características culturales. En ocasiones estás discusiones no trascienden y sólo quedan para la anécdota.
Ese el caso del Quetzalcóatl navideño, un hecho que marcó quedó para la historia, cuando el entonces presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1032) lo propuso como uno símbolo para sustituir a Santa Claus.
El 27 de noviembre de 1930, 10 años después de haber concluido la Revolución, las autoridades mexicanas decidieron desterrar a Santa Claus del país, y quien tomaría su lugar sería la Serpiente Emplumada.
Aunque parezca una broma, no lo es. En aquel tiempo por decreto presidencial, y con el fin de darle identidad nacional a la celebración de fin de año, se decidió eliminar las “tradiciones extranjeras”.
Sin embargo, la decisión resultó contraproducente, pues de acuerdo con el historiador Alejandro Rosas, la gente se opuso, y no por defender a Santa, sino por conservar la creencia religiosa del nacimiento de Jesús.
“La sociedad se opuso por completo a la disposición oficial; no tanto por defender ak de por sí antipático Santa Clós, sino porque la Navidad era una celebración católica donde se conmemoraba el nacimiento de Cristo y si dentro de esa tradición, San Nicolás ya figuraba, no había por qué hacer cambios”, escribió Rosas.
A pesar de los retractores, hubo a quienes les pareció buena idea y lograron que en ese lejano 1930, Quetzalcoatl se volviera el protagonista de la Navidad.
Las autoridades planearon un festival el 23 de diciembre en el Estadio Nacional, donde el dios Azteca entregó regalos, ropa de ocasión y dulces a 15 mil niños.
Según las historias de aquel momento, la verbena popular fue todo un éxito, aunque por fortuna sólo ese día, ya que la ocurrencia no trascendió. Quetzalcóatl regresó al Museo de Antropología y las tradiciones navideñas quedaron como hasta hoy las conocemos.
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JAL