La polémica presentación de JuanGabriel en el teatro del Palacio de Bellas Artes en 1990 provocó protestas en enconos. El periodista CarlosMonsivais escribió una crónica sobre los sucesos.
“Pero ni ese final un tanto municipal y espeso, disminuye la apoteosis, la entronización íntima y colectiva del huérfano que es hoy el signo del cambio de los tiempos y de la capacidad de asimilación de la moral tradicional que, de seguir las cosas como van, terminará beatificando a Juan Gabriel”, escribió el cronista.
En la crónica, publicada en la revista “Proceso” en mayo de 1990, el siempre lúcido cronista comenzaba: “¿Qué es la apoteosis en tiempos de la presentación de Juan Gabriel en Bellas Artes? Aplausos desde luego, boletos que van de 300 mil a 70 mil pesos (sin contar la reventa), agresiones verbales y escritas que se transforman en demanda de entradas, público cautivo que se incrementa al ritmo de la falta de control de la natalidad, más aplausos, reventa, inquietud de los funcionarios que llaman para adquirir filas enteras (...), expectación que no excluye conjeturas supersticiosas (“¿Se derrumbarán los mármoles ¿Resucitará Carlos Chávez y expulsará a los mercaderes del templo?”), arrecian los aplausos, en la expectación participan sentimientos genuinos, los lugares comunes adoratrices de la cultura popular y la fascinación y el morbo que ha despertado desde siempre Alberto Aguilera o Juan Gabriel”.
Monsiváis relató en su crónica: “Enrique Patrón de Rueda, al frente de la OSN, se ve divertido. La ocasión es única, luego del diluvio de opiniones, todos aguardan lo increíble todavía hace un año: acoplamiento de la máxima orquesta del país y el Rey de los Palenques... Y, aguardado con la devoción que le corresponde a un ídolo en tiempos de escasez de santos contemporáneos, aparece con glitter preciso, Juan Gabriel. El coro se eleva hasta los cielos de la felicidad vocal, él agradece, declara a éste ‘el momento más feliz de mi vida’...”
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Continuaba: “En los palcos la obediencia al “¿Qué dirán?” impone cierta reticencia, en el primer piso hay todavía los inmovilizados por la Mirada del Comportamiento Decente que nos sigue de la infancia a la tumba, pero en el segundo y en el tercer pisos la desinhibición es abierta, si han pagado esos precios tienen derecho a su voz y su memoria. Y lo solicite o no Juan Gabriel el público se embarca en las canciones como en la más solícita aventura coral, y de pronto, uno tan habituado a los milagros del realismo mágico, reconoce en el augusto marco del escenario las formas de una sinfonola, dicho esto con todo respeto para dos especies en vías de extinción (El Palacio y la rockola). El fervor del coro que fue público se transmite al Mariachi, y contamina a la orquesta, y es algo de contemplarse, un auditorio que sigue al ídolo con retención de quinceañera.
“Por más que se diga lo contrario, parte fundamental del éxito de Juan Gabriel se origina en su independencia esencial de Televisa; la televisión sin duda lo ha apoyado, pero Juan Gabriel no es resultado de los estudios de tendencias de mercado... Juan Gabriel es la vindicación literal de lo expulsado del canon televisivo o de lo jamás incluíble: los nacos y los traileros y las secretarias románticas y las amas de casa sin casa que aguardan y los “raritos” y los adolescentes de las barriadas. Y ese gusto atravesó la marginalidad, domesticó a los celos modernistas y a la homofobia, y hoy, podado o no de su impulso original de trangresión, triunfa igual en el Estadio Atlante, en los cabarets de lujo y en el Palacio de Bellas Artes…”
Y Monsiváis siguió: “La OSN la está pasando muy bien. La experiencia es efímera y conviene aprovecharla, y mientras Juan Gabriel se enmarca en sus homenajes —a Manzanero, a “La negra Tomasa”, al ritmo de lambada, a “Caballo viejo”— y el público se olvida de que está en Bellas Artes o de que no está en el Premier, la orquesta se incorpora al ánimo festivo, los violinistas se levantan y se inclinan como si de pronto se hallaran en el centro del reventón y echan todo el relajo posible con tal de proteger la solemnidad. La actitud de la orquesta se une a la convicción generalizada —¡esta es una ocasión única!— y la gente las aplaude para sellar la alianza”.
Y dio pie a la voz de “El Divo de Juárez”: “Juan Gabriel se toma su mínima y dulce represalia. —Esta noche estoy feliz, y quisiera expresarles mi deseo: que todos los artistas populares tengan la oportunidad de venir aquí porque este lugar se construyó con dinero del pueblo. Y que se le dé un lugar aquí a los compositores populares, porque en su época también Bach, Beethoven y Mozart fueron populares y tuvieron sus dificultades. No es que compare. Me informan que en la entrada unos cantantes de ópera dicen que este es su lugar y no el mío… Yo quiero confiarles mi gran deseo: que haya oportunidades para esas personas desconocidas que andan allí afuera, y que les vaya bien, mucho mejor que a mí que no tuve educación, y que también estuve solo, allá afuera buscando el modo de desenvolverme y superarme”.
IG