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¿Y después qué?

Alfredo García

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El insólito fenómeno democrático-subjetivo que llevó al poder a Benito Mussolini en Italia, Adolfo Hitler, en Alemania, y Donald Trump, en Estados Unidos, se repitió el pasado domingo en Brasil, al ganar arrolladoramente el candidato, Jair Bolsonaro, la segunda vuelta electoral con el 55.13% de los votos.

¿Cómo es posible que millones de trabajadores brasileros, uno de los movimientos obreros más grande y fogueado de América Latina, apoyaran a Bolsonaro a pesar de su reaccionaria ideología en contra de sus intereses como clase social? La misma pregunta espera respuesta, en Italia, Alemania y Estados Unidos.

Bolsonaro logró capitalizar a su favor el descontento popular y la desorientación de un electorado cansado e indignado contra los tradicionales partidos políticos por su ineptitud, corrupción y pérdida de confiabilidad, para presentarse como auténtico representante del cambio con posiciones ultranacionalistas, autoritarias y conservadoras.

En octubre de1922, Mussolini, como líder del Partido Nacional Fascista, organizó la Marcha sobre Roma, tras cuya victoria fue nombrado presidente del Consejo de Ministro, obteniendo creciente apoyo popular en particular de trabajadores y clase media, con simbólicas concentraciones de masas, un mensaje de exaltación al nacionalismo, férreo anticomunismo, racismo y eficiente propaganda para controlar la prensa, radio y educación.

Adolfo Hitler obtuvo creciente apoyo popular mediante la exaltación del pangermanismo, el antisemitismo y el anticomunismo. Con su talento oratorio, apoyo de eficiente propaganda y grandes concentraciones de masas, teniendo como eje central de su ideología el racismo, revivió el orgullo nacional por el resentimiento contra el Tratado de Versalles que obligaba a Alemania a onerosos pagos a Europa por su responsabilidad en la I Guerra Mundial. Hitler utilizó el término de “socialismo” para atraer a la clase obrera y el “nacionalismo” para recibir apoyo de sectores nacionalistas y conservadores. Tras obtener dos victorias electorales en las elecciones parlamentarias de 1932 Hitler fue nombrado canciller.

Donald Trump supo canalizar la indignación de la mayoría de los norteamericanos contra la Casa Blanca y el Congreso, sus inquietudes del presente y la incertidumbre sobre el futuro. A los trabajadores les habló del trabajo duro y el poco reconocimiento de los gobiernos, con esperanzador mensaje proteccionista, racista y xenofóbico, centrado en la inmigración indocumentada y aprovechando la exasperación del sector supremacista de ciudadanos blancos, por la presencia de un hombre negro en la Casa Blanca durante dos mandatos. A la clase media la mareó con promesas de reducción de impuestos, para beneficiar al gran empresariado y ciudadanos de mayores recursos. Con vulgares discursos llenos de falsedades e insultos contra las instituciones del Estado, la clase política, y la mayoría de los sectores de la sociedad, Trump promovió en todo el país un virtual levantamiento de los norteamericanos “olvidados”.

Jair Bolsonaro se hizo notorio por sus posturas ultranacionalistas y la defensa de la dictadura militar fascista brasilera de 1967, su crítica a los sectores progresistas, encandilando a los mercados con sus promesas de privatizaciones, considerar la tortura como práctica legítima, oponerse a los derechos LGTB y promoviendo posiciones populistas, ultraconservadoras y antidemocráticas, que resume en la consigna, “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”.

La buena noticia es que la reciente preferencia pendular del voto extremo: izquierda-derecha, observada en EU y Brasil, es una veloz carrera hacia la toma de conciencia política del electorado.

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