Gustavo RobreñoMi Columna en POR ESTO!
Tan viejo como la humanidad misma ha sido el desprecio de los diferentes imperios existentes en la historia hacia cualquier tipo de limitación o legislación universalmente consensuada y encaminada a mantener un cierto orden internacional jurídicamente sostenido y encaminado hacia un devenir de paz y desarrollo.
La división de la sociedad en clases y la división del mundo entre países débiles (la mayoría) y países poderosos (unos pocos) contribuyeron a convertir en utópicos aquellos sueños que tropezaron con la ambición y la codicia.
No hay dudas ya de que fueron el capitalismo, su hijo directo el colonialismo y su fase superior el imperialismo, los causantes de la dramática situación que hoy enfrentamos, agravada en esta etapa de globalización neoliberal.
No son pocos los intentos anteriores que, generalmente auspiciados por hombres e instituciones de buena voluntad, intentaron desconocer la dura realidad y naufragaron en loables empeños como fue la llamada Sociedad de las Naciones en la primera mitad del siglo XX.
Las contradicciones imperialistas, estalladas con fuerza a fines del siglo XIX, causaron la enorme tragedia de la Primera Guerra Mundial y determinaron un nuevo reparto colonial en Asia y Africa entre las potencias vencedoras.
Los rezagos de aquella conflagración fueron recalentándose hasta que la agresión nazi-fascista, variante también de la ambición capitalista, provocó la Segunda Guerra Mundial, que condujo a su propia destrucción y a un reacomodo de las potencias mundiales.
De aquella confrontación sangrienta emergió más poderoso y ambicioso que nunca, con el monopolio atómico en sus manos, el voraz imperialismo de Estados Unidos de América y de sus clases dominantes, instalando una hegemonía militar, económica, diplomática, política y cultural que por momentos pareció irresistible.
Como a todos los imperios que le antecedieron en la historia, al de Estados Unidos le llegó también la hora de su decadencia, engendrada por numerosos factores de todo tipo que se ven agravados por la prepotencia y torpeza propias. Ello se expresa, en estos momentos, en las reacciones brutales y aparentemente sin sentido de la Administración Trump.
Muestras evidentes de lo anterior son sus manifestaciones de desprecio e ignorancia de la ley internacional y de todo cuanto considere que puede limitar o controlar su poder imperial omnímodo. Las Nacional Unidas, la Corte Internacional de Justicia de La Haya y muchos de sus propios socios y aliados han sido el blanco de sus ataques, amenazas y agresiones verbales constantes por parte del actual presidente de la nación imperial.
El desprecio a la ley internacional, practicado por todos los imperios que le antecedieron, adquiere hoy por parte de Estados Unidos su más elevada, brutal e irracional expresión.