Jorge Gómez Barata
La Primera Guerra Mundial (1914-1918), fue literalmente una carnicería en la cual participaron 32 naciones, y hubo alrededor de 20 millones muertos.
Semejante horror favoreció la formación de un consenso entre las grandes potencias de entonces, en torno a la búsqueda de fórmulas para impedir la repetición de tales aberraciones. Así aparecieron los 14 puntos del presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, que sirvieron de base a la formación de la Sociedad de Naciones (1919), de la cual, paradójicamente, Estados Unidos no formó parte.
Aunque la Sociedad de Naciones fracasó al no poder impedir la Segunda Guerra Mundial, sirvió de precedente a Franklin D. Roosevelt para elaborar el texto de la Carta del Atlántico (1941), y más tarde para el diseño de la Organización de Naciones Unidas.
Las Naciones Unidas son el eje de una arquitectura jurídica y política internacional creada por las fuerzas antifascistas comprometidas con la democracia, que aprovechando la cohesión política alcanzada por las cinco grandes potencias de entonces, diseñaron una entidad capaz de elaborar consensos internacionales, promover la cooperación, y asegurar la paz.
Los cinco grandes, Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia, y China, y otros cuarenta países, incluidos todos los de América Latina, en las conferencias de Moscú (1943), Dumbarton Oaks (1944), y San Francisco (1945), y la de Chapultepec (1945), así como en las cumbres de Teherán (1943), Yalta (1945), en las cuales participaron Roosevelt, Stalin, Churchill, Chiang Kai-shek, Anthony Eden (sucesor de Churchill), y Harry Truman (en lugar de Roosevelt).
Mediante aquellos trabajos se diseñó una entidad equilibrada y con mandatos decisivos, como fue la adopción del Capítulo VII, que autoriza el uso de la fuerza para el mantenimiento de la paz. Cosa que requiere unanimidad entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. La cláusula dio lugar al veto que originalmente sólo era aplicable a las decisiones sobre el uso de la fuerza.
La ONU, fundada por sólo 50 estados, es un resultado que, aunque avanzado, respondió a las demandas de un período histórico específico, cosa que explica la aparición del veto, utilizado, más que por ningún otro país, por la Unión Soviética, que en los primeros 10 años lo usó en 79 ocasiones para protegerse y preservar a otros países de arbitrariedades imperialistas.
Algo que los fundadores de la ONU no pudieron prever es la insólita situación creada en torno al tratamiento dado por la organización al examen del bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, que por casi treinta años la Asamblea General ha repudiado, mediante votaciones prácticamente unánimes, sin que las autoridades norteamericanas se den por aludidas.
Actualmente, en consonancia con los cambios operados en las relaciones internacionales y en la membresía de la ONU, que es hoy tres veces mayor que la original, parece existir consenso acerca de la necesidad de introducir cambios en sus estructuras, en alguna de sus prácticas, y en su carta.
Tal vez los mecanismos procesales de la ONU ofrezcan margen para que el debate de ese asunto sea acogido por el Consejo de Seguridad, órgano cuyas decisiones son vinculantes. Allá nos vemos.