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Jorge Gómez Barata

La operación de extracción o rescate de Evo Morales, dispuesta por el presidente de México Manuel López Obrador y eficazmente ejecutada por las secretarías de Relaciones Exteriores, Defensa y la Fuerza Aérea Mexicana, pasará a los anales latinoamericanos como un gesto humanitario y un excelente ejercicio diplomático.

La complejidad del operativo y su urgencia, emanó de la certeza de que la vida del ex presidente Morales estaba en peligro, razón por la cual no tuvo que pedir exilio en México, sino que éste le fue ofrecido por el presidente López Obrador que sin vacilar calificó el evento como golpe de Estado.

El profesionalismo diplomático fue particularmente notable debido a la necesidad de involucrar a Bolivia, Perú, Paraguay y Brasil, cuatro países sudamericanos cuyos gobiernos y mandos militares son definidamente adversarios ideológicos y políticos de Evo Morales, lo cual obligó a López Obrador y a Ebrard a emplear toda su capacidad de convocatoria y realizar delicadas negociaciones.

A las gestiones, por su cuenta, se sumó el presidente electo de Argentina que, sin haber tomado posesión de su cargo, realizó una intensa actividad que incluyó negociaciones telefónicas con AMLO, con Evo, así como con los presidentes Martin Vizcarra de Perú y Mario Abdo Benítez de Paraguay. Los oficios se hicieron extensivos a Rebeca Grynspan, secretaria iberoamericana quien puso al tanto a Josep Borrell, que recién sucedió a Federica Mogherini al frente de la diplomacia europea.

A las complejidades políticas se sumaron los factores geográficos.

Entre Ciudad de México y Lima, por la ruta más corta, volando sobre el mar, la distancia es de más de 4,000 kilómetros. De hacerlo sobre tierra sería preciso cruzar sobre toda Centroamérica y obtener permiso de media docena de países. El hecho de que Bolivia sea un país mediterráneo, es decir sin costas, para acceder al mismo es preciso hacerlo a través del espacio aéreo de Perú, Colombia, Ecuador o Brasil, añadió complejidades extremas.

Para hacer las cosas más difíciles, Paraguay, el estado que se avino a cooperar para que el avión pudiera dejar Sudamérica, es junto a Bolivia uno de los dos países latinoamericanos que carecen de costas.

Desde Asunción para salir al océano Pacífico es preciso volar sobre Chile, Bolivia o Brasil y para hacerlo por el Atlántico habría que sobrevolar todo Brasil, cubriendo distancias que superan la autonomía del aparato.

La solución fue trazar una ruta sobre Brasil, bordeando la frontera con Bolivia, hasta salir al Pacífico por la frontera entre el gigante sudamericano y Ecuador. Estando en el aire, Ecuador amenazó con inspeccionar el avión si penetraba en su territorio, lo cual hizo necesario nuevos rodeos que en total sumaron varios miles de kilómetros, obligando a los pilotos mexicanos a exhibir sus habilidades e impecable profesionalismo.

Ante requerimientos humanitarios y en respuesta a las solicitudes del presidente de México y su canciller, los presidentes Vizcarra, de Perú; Abdo, de Paraguay; y Bolsonaro, de Brasil, considerablemente alejados de las posiciones de izquierda, actuaron con altura, cosa que no hizo Lenin Moreno, presidente de Ecuador y hasta no hace mucho cercano a Morales, cuya mezquindad y revanchismo harán historia.

El recibimiento en el antiguo hangar presidencial de Ciudad de México se efectuó con la sobriedad requerida por una operación excelentemente realizada. Con palabras cálidas y mínimas, el canciller Ebrard dio la bienvenida a Evo Morales. Por su parte el ex presidente, por voluntad propia, realizó una breve declaración y se retiró sin intercambios con la prensa. Una larga y por momentos dramática jornada había concluido.

Evo Morales estaba a salvo.

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