Jorge Gómez Barata
La primera vez que escuché a Fidel Castro citar a Lenin, fue en los años sesenta, cuando acudió a la televisión para denunciar la existencia de una corriente sectaria surgida en el interior del proceso revolucionario cubano, encabezada por algunos líderes del antiguo partido comunista: “Según Lenin ?comenzó Fidel?, la seriedad de un partido revolucionario se mide por la actitud ante sus propios errores”.
Lenin no vivió lo suficiente para conocer que tal precepto no fue observado. Stalin no sólo no lo cultivó, sino que lo excluyó de la práctica política y estatal soviética. Su enfoque basado en el culto a la personalidad y la ausencia de democracia en el interior del partido, por múltiples vasos comunicantes, especialmente por la asimilación de la experiencia soviética, se extendió por todos los países socialistas y sus activos políticos, especialmente en sus organizaciones políticas, obreras y sociales.
Por esas y otras razones, el precepto invocado por Fidel ha tenido poco impacto en la izquierda latinoamericana, en el interior de la cual, a pesar de errores reiterados, los partidos y organizaciones no acostumbran a realizar autocríticas genuinas y suficientemente profunda de sus desempeños como para producir rectificaciones eficaces.
Ni siquiera el colapso de la Unión Soviética promovió tales ejercicios, y tampoco los han motivado el evidente deterioro de los procesos políticos en Brasil, Nicaragua, Ecuador, Venezuela, y más recientemente en Bolivia, donde a la reacción interna y la actividad imperialista aprovecharon imprecisiones en la conducción del proceso.
La presunción de que la crítica favorece la actividad enemiga y la autocrítica es muestra de debilidad, inhibe el uso de esos recursos, creando premisas para que los mismos equívocos se repitan una y otra vez. Entre los más reiterados figura la tendencia a subordinar las organizaciones a los líderes, subestimar a las bases, y creer que la permanencia de las mismas personas en los cargos de dirección garantiza la continuidad del proceso.
En 70 años el Partido Comunista de la Unión Soviética fue encabezado por siete líderes: Lenin, Stalin, Jruzchov, Brezhnev, Andropov, Chernenko y Gorbachov. En ese mismo período Estados Unidos tuvo 16 presidentes, de los cuales diez se reeligieron, Francia 18 presidentes y 70 primeros ministros. Aunque con una misma reina, Gran Bretaña tuvo 25 primeros ministros.
No se trata de ejemplos sino de referentes. La experiencia de países exitosos prueba que en las canteras de las clases políticas, en la intelectualidad, incluso en los sectores populares, existen suficientes reservas de personas capaces de ocupar altos cargos, y liderar procesos políticos nacionales. Evo Morales, surgido de la indiada profunda es un ejemplo.
Con unas y otras experiencias a la vista y la revolución realizada, al asumir la presidencia Raúl Castro promovió la idea de limitar a diez años los mandatos presidenciales. No son pocos los años.
En la presente coyuntura algunos politólogos han advertido que, en el caso de Bolivia: “Lo importante no es criticar a Evo, sino apoyarlo”, como si no pudieran hacerse ambas cosas.
La mayoría del pueblo boliviano, así como la izquierda, los movimientos progresistas latinoamericanos, y las personas honestas que conocieron su obra, apoyaron a Evo, incluso cuando se empeñó en aspirar a un cuarto mandato electoral, cosa que a muchos les pareció no sólo desacertado sino innecesario. Al cabo de catorce años en el gobierno, su trabajo estaba realizado.
Si algo no le ha faltado a la izquierda latinoamericana es apoyo y comprensión. Tal vez lo que faltó fue la crítica constructiva y oportuna desde el interior de los procesos y mediante intercambios honestos y francos con aliados externos. De haberse ejercitado y de haber sido escuchados, tal vez algunas cosas pudieron ser diferentes.
La verdadera crítica social se ejerce en las urnas, donde actúa el mejor instrumento del poder popular, el voto individual que al sumarse forma mayorías. Para democratizar las sociedades es preciso la existencia de vanguardias que sean ellas mismas democráticas y se necesitan líderes que crean en las masas, y no masas que crean en los líderes. Para realizar esa mutación la izquierda latinoamericana tendrá que reinventarse. El futuro está por venir y no faltaran oportunidades.