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Internacional

Cuba, los emigrados a la pista

Jorge Gómez Barata

El gobierno cubano ha convocado a la IV Conferencia Nación y Emigración. Parece un buen momento para el debut del flamante presidente en un tema al cual, años atrás lo vi acercarse con soltura.

En el proceso político de la isla, en los últimos sesenta años no existe un tema tan sensible y complejo como la emigración. Aunque se asocia al diferendo con los Estados Unidos que la acogió, la estimuló y la utilizó, la emigración no es un fenómeno de clases ni forma parte de la política exterior, sino que se trata de una cuestión esencialmente nacional.

Consciente de esa esencia, en 1978 Fidel Castro, que, coyunturas aparte, siempre tuvo una especial sensibilidad en torno al tema, entre otras cosas porque, a la vez que lideraba la confrontación con la contrarrevolución, vio partir a antiguos compañeros y adversarios que respetaba y llamó a la emigración para dialogar con ella, para lo cual invitó a lo que entonces llamó “Personas Representativas de la Comunidad Cubana en el Exterior”.

Con extraordinaria lucidez, Fidel concibió la idea de realizar los encuentros al margen del gobierno de los Estados Unidos, reconociendo además que, respecto al país, los emigrados tenían intereses legítimos, entre ellos, los más perentorios eran viajar a la isla, reunificación familiar, ayudar a sus familiares y, eventualmente, regresar. Junto a esos asuntos estratégicos, se trató y se resolvió la liberación de un elevado número de presos políticos.

Aunque, parte de los emigrados, con extraordinaria valentía, se comprometieron con enfoques políticos críticos de la política estadounidense, ocurrieron eventos como el incidente en la embajada de Perú y el éxodo por Mariel en 1980 y las contramedidas cubanas ante la salida al aire de Radio Martí en 1985, que conllevó a la suspensión de todo acercamiento con Estados Unidos, incluidos los viajes entre ambos países.

Mientras aquellos hechos desfavorables fueron trascendidos y entre los emigrados surgieron nuevas motivaciones, la etapa estuvo dominada por la remisión del socialismo real en Europa y el colapso de la Unión Soviética, hechos que sumieron al país en una crisis sistémica que también impactó en la emigración, que reaccionó de dos maneras. Los elementos contrarrevolucionarios acariciaron la idea del regreso y la revancha, incluso hubo quien pidió “Tres días de licencia para matar en Cuba”, mientras por otra orilla, como tituló la revista Contrapunto, “Debutaron los moderados”.

Los moderados fueron grupos y personalidades que, desde una óptica políticamente madura, criticaban y condenaban las políticas de Estados Unidos a Cuba, especialmente el bloqueo y confrontaban abiertamente a las organizaciones contrarrevolucionarias en Miami, promoviendo un acercamiento respetuoso al país, aunque no depusieron los intereses legítimos. Concibieron la idea de ayudar a la nación, cosa que practicaron en la medida de sus modestas posibilidades.

Debido a que algunas de esas personas, entre ellas Max Lesnik, Lázaro Fariñas, Nicolás Ríos, Andrés Gómez, Eloy Gutiérrez Menoyo, Lorenzo Gonzalo, Amalio Fiallo, Armando Sánchez Cifuentes y otros, tenían acceso a la radio y la prensa hispana de Miami, incluso ellos mismos crearon medios alternativos como las revistas Replica de Max Lesnik y Areito de la Brigada Antonio Maceo, unidos a la revista Contrapunto creada por Nicolás Ríos y la Radio Progreso Alternativa de Francisco González Aruca, se formó una base política.

Ante el gesto de la parte de la emigración que asumió posiciones positivas ante la Revolución y promovió la solidaridad humanitaria con el país, la dirección de la Revolución, en 1994 efectuó la Conferencia Nación y Emigración. Según lo orientado por Fidel, el evento debería ser: Lo más amplio posible, lo cual no se refería sólo al número sino a las corrientes y a las personalidades. No debería ser un diálogo porque no había partes. Entonces le escuché decir: “No le ofrezcan nada ni le pidan nada. Escúchenlos…Comprendan su situación y no los comprometan a lo que no puedan hacer”.

En un ambiente distendido, sin endechas ideológicas ni apelaciones políticas, sesionó el evento en el cual se trataron temas trascendentales, entre ellos, la posibilidad de que los emigrados participaran en las elecciones, formaran parte de las organizaciones sociales y pudieran participar de la vida cultural del país e intervenir en los procesos económicos nacionales. En todos los casos, se dieron respuestas positivas y cuando no fue posible, hubo explicaciones convincentes.

Fidel estuvo al tanto del evento, se mostró satisfecho de los resultados y al final recibió a los participantes a los que saludó uno por uno y con muchos recordó momentos de su historia personal. Entre los más simpáticos estuvo el diálogo con Luis Ortega, entonces entre los mejores periodistas cubanos y que publicaba en el diario La Prensa de Nueva York.

“Luis, comentó Fidel, te leo a menudo. ¿Escribes todos los días?”.

“Fidel respondió, Ortega, no hay nada que yo pueda hacer todos los días”. “Es verdad, confirmó Fidel, los periodistas no se jubilan”.

“Los comandantes tampoco, respondió Ortega”. Allá nos vemos.

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