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Internacional

Estrategia injerencista

Alfredo García En torno a la noticia

Una nueva versión de injerencia en los asuntos internos de los países en vías de desarrollo por parte de EU, se va perfilando en el escenario internacional con total impunidad.

Las manifestaciones populares que se llevan a cabo desde hace varias semanas en Argelia y Sudán y las de más larga data en Venezuela y Nicaragua, así como los fracasados intentos en Cuba y Bolivia para sustituir gobernantes por políticos prooccidentales, conquistar nuevas fuentes de petróleo y revertir gobiernos progresistas, confirman el cambio de diseño estratégico de las “cañoneras” y cruentos golpes de Estado militares que caracterizó a Estados Unidos en el pasado siglo, por revoluciones de “colores”, “primaveras árabes” y golpes de Estado “constitucionales”, donde el justo malestar popular motivado por la desigualdad social, la corrupción y el autoritarismo, es estimulado e impulsado por Washington para sustituir gobiernos incómodos.

Después del colapso de la Unión Soviética y los países socialistas europeos a principios de la década de los 90, una ola de manifestaciones populares de protesta contra gobernantes ex socialistas supuestamente “autoritarios” y “corruptos”, barrió Europa del Este con un patrón de “acción directa no violenta” y un discurso “democratizador y neoliberal”, impulsado principalmente por organizaciones no gubernamentales y estudiantiles. Esos movimientos derrocaron presidentes u obligaron a repetir procesos electorales, exigieron cambios económicos y presionaron para que sus gobiernos integraran la Unión Europea (UE). El movimiento de protesta adoptó el nombre de “revoluciones de colores”.

Fueron exitosas “revoluciones de colores” las que derrocaron al presidente, Slobodan Milosevic, en Yugoeslavia en 2000, “de las Rosas” en Georgia 2003, “Naranja” en Ucrania 2004, “de los Tulipanes” en Kirguistán 2005, “del Cedro” en Líbano 2005, y “de los Jazmines” en Túnez 2010, revuelta esta que dio inicio a la “primavera árabe”, variante injerencista extendida al Medio Oriente en 2011 que tuvo como víctimas a Egipto, Jordania, Libia, Yemen, Bahréin y Siria. Mientras en los primeros cuatro países sus gobernantes fueron derrocados, en Bahréin el derrocamiento del rey fue impedido gracias a la intervención armada de su aliado Arabia Saudita y en Siria la lucha continúa.

En América Latina la nueva estrategia golpista tiene un carácter “constitucional”. En 2009 el presidente hondureño, Manuel Zelaya, fue derrocado por el Congreso. En 2012 y 2016, igual destino corrió el presidente paraguayo, Fernando Lugo y la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, respectivamente. A partir de entonces, el “derrocamiento constitucional” se convirtió en la versión latinoamericana de las “revoluciones de colores” europeas y la “primavera árabe”, conjugadas con alternativas electorales cuando existen condiciones propicias como en Chile y Brasil, donde candidatos ex aliados de las dictaduras son promovidos como “salvadores” del país a través de millonarias campañas publicitarias y un electorado dividido y confuso los elige “democráticamente”.

Durante los inciertos años de crisis política y cambios de gobiernos en Europa del Este y el Medio Oriente, los grandes medios occidentales mostraron las manifestaciones populares como movimientos autóctonos de protestas, hartos de la corrupción, la marginación política y la injusticia social y como un avance de la democracia, las libertades civiles y el respeto a los derechos humanos.

Años después se demostró la subordinación de esas “revoluciones” a Estados Unidos y el injerencista papel jugado entonces por la CIA, la Fundación Soros, la USAID y el National Endowment for Democracy, NED, agencias presentes también en la estrategia del golpe de Estado “constitucional”, que ya cuenta con la bendición de la OEA.

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