Por Marina MenéndezFotos: Lisbet GoenagaEspecial para Por Esto!
LA HABANA.— Gracias al filme biográfico Yuli muchos en el mundo saben del origen humilde con destino brillante, en principio casi impuesto por su padre, del primer bailarín cubano Carlos Acosta, quien a los 18 años ya estremecía los corazones de miles de espectadores en los más encumbrados escenarios...
Pero quizá pocos conocen del gran ser humano que hay dentro del artista, un hombre que encanta también fuera de escena por su sencillez, el natural cariño que muestra por los otros, y el agradecimiento sincero a quienes “le dieron la mano”.
Para palpar eso hay que tener el honor de sentarse junto a él y escucharle, apenas un apresurado café de por medio, en su camerino del Gran Teatro Alicia Alonso, donde nos recibió solícito y humilde, a pesar de que en unos meses será director del Royal Ballet de Birmingham: una responsabilidad para la que fue escogido hace algunas semanas por esa compañía y que él aguarda lleno de planes, aunque con las naturales preocupaciones que entraña una función tan compleja.
Impacta su gentileza de compartir con POR ESTO! en medio de tantos preparativos, cuando acababa de concluir una sesión de fotos y se aprestaba para otro compromiso, y justo la víspera de estrenar el programa con que, este sábado, homenajeó a dos grandes: la prestigiosa maestra cubana Ramona de Saá, formadora de generaciones de bailarines, y el director y coreógrafo británico Ben Stevenson.
Como él no olvida a quienes le ayudaron, Carlos Acosta retornó anoche al ballet clásico con El Quijote en honor a ellos, y fue recibido por un público arrobado que lo aplaudió hasta el delirio.
—Me retiré del ballet clásico, que fue la base de mi carrera, aclara. Pero esta presentación no quiere decir que voy a salir del retiro oficialmente. Es un homenaje que quiero tributar a dos de mis salvadores: Ramona de Saá y Ben Stevenson, quienes me ayudaron cuando más lo necesitaba. ¡Y qué mejor que bailarles El Quijote!
–¿Dejaste el ballet clásico porque estabas lesionado?
–No. Es que cuando eres un bailarín clásico, activo, hablamos de 40 ó 50 espectáculos al año y un rigor tremendo. Lo hice mucho tiempo y estaba cansado. Además, el repertorio clásico no me creaba nuevos desafíos. Era como repetir lo mismo. Y el curso natural de un bailarín clásico es transitar hacia lo contemporáneo, donde están más los retos; es una forma de “conectar” diferente. El ballet clásico es muy encorsetado, lo contemporáneo es mucho más amplio. Tú puedes hacer, explorar. Y estoy en esa época: de explorar, de trabajar con otros coreógrafos, de colaborar, de irme hacia otro lado.
–¿Qué va a ser de tu Compañía Carlos Acosta cuando te vayas a dirigir el Royal Ballet de Birmingham, en 2020?
–La compañía sigue porque yo todavía la dirijo. Entonces dirigiré. Y aquí poseo la fortuna de contar con un equipo espectacular con el que trabajo desde el inicio, bien compenetrados. Y voy a seguir programando...
–¿A la distancia?
–Desde los orígenes de la Compañía Carlos Acosta siempre hago esa dualidad. Nosotros vivimos mayormente en Inglaterra; nos transportamos acá dos meses al año, y seguimos bailando. Yo vengo mucho. A cuestiones de familia. La mayor de mis hijas va a la escuela aquí. Tiene siete años de edad, y las gemelas, dos años y medio.
–¿Por qué afirmas que Ramona de Saá es una de tus salvadoras?
–Primeramente, tuve una adolescencia un poco solitaria. Después que me expulsaron de la Escuela de Ballet en La Habana, me fui a la de la provincia de Pinar del Río. Tenía 13 años y estuve dos allí, casi solo. Por ahí apareció Ramona de Saá. Después, cuando hice el pase de nivel, con 16 años, ella me seleccionó a mí y otro bailarín para irnos a Italia a un intercambio cultural de nuestra escuela con la compañía de Nuevo Teatro de Torino.
De ahí en adelante, ella se convirtió como en una segunda madre. Yo tenía entonces 16 años, y siempre hubo esa compenetración. Me enseñó mucho, me preparó para las competencias…
Pero, sobre todo, ella tomó una decisión muy valiente: cuando yo tenía ya una plaza en el Ballet Nacional de Cuba, había audicionado para Ivan Nagy, que en ese momento dirigía el Ballet Nacional Inglés, y él me contrató de primer bailarín, con 18 años. Ella tomó la decisión de que yo tenía que irme a ser primer bailarín, en vez de entrar al Ballet Nacional de Cuba.
Ella entendía que el ballet es una carrera contra el tiempo: en nuestro arte, el tiempo nos golpea mucho. Un tenor, cuando tiene 40 años es cuando la voz le empieza a madurar y siente que es cuando está progresando.
Pero a nosotros, a los 40 años “ya se te fue”; y a los 35 también. Hay otros que no llegan ni a los 32. Entonces, es una carrera contra el tiempo. Y yo tenía una posibilidad. ¿Quién posee, con 18 años, la posibilidad de ser primer bailarín de una de las mejores compañías del mundo? Ella supo eso y me dijo: “Tienes que irte”. Y se buscó muchas enemistades por esa decisión. Pero gracias a eso tuve la carrera que tuve y nació Carlos Acosta.
–Tienes mucho que dar con respecto a la coreografía. Siento que en tu mente está crear...
–He estado creando hace tiempo, pero no me considero un coreógrafo de oficio, realmente. Soy una gente muy osada, muy atrevida, con una curiosidad infinita y una perseverancia tremenda.
Me planifico, me pongo retos y busco proyectos. Una vez me propuse coreografiar y fue cuando hice Tocororo, jaula cubana, que resultó muy taquillero. Después hice dos más: Don Quijote para el Royal Ballet, del cual hemos hecho una suite en esta temporada, y Carmen, que fue cuando me retiré. Y de vez en cuando puedo hacer otra cosa.
Pero un coreógrafo se sustenta de la coreografía. Yo no vivo de ella. Además, porque soy director: lo que más me interesa es que el proyecto alcance lo máximo que pueda. Colaborar con el equipo, y que este abrace esas ideas; que el equipo perdure. Eso ya es un oficio difícil, por todas las sinergias que se mueven en torno a todas estas personas, quienes tienen que ver con esa misma visión.
Lo tengo bien claro. Lo mejor que resulte para el proyecto y la compañía, va a ser bueno para el individuo. Y se trata de que todo el mundo entienda eso. Que luche para el equipo. El ser humano tiende a ser muy egoísta…
SU PADRE VIO LO QUE NO VEÍA NADIE
Tiene la satisfacción de que su padre y su madre vieron sus triunfos; aunque no vivieron lo suficiente para conocer a sus hijas; ni vieron la película Yuli, basada en su libro Sin mirar atrás; ni supieron que él fundó una compañía que lleva el apellido familiar: Acosta.
Pero su papá pudo verlo en Londres, haciendo El Lago de los Cisnes, y lloró ante la escena de la entrada del Príncipe. “Cuando me sonrío es la risa de mi papá. Y de mi sobrino”, apunta orgulloso.
También pudo dar satisfacciones a su mamá, a quien llevó un día a conocer a la actriz Meryl Streep, cuando estaba haciendo Madre Coraje en un teatro de Londres.
–¿Qué importancia tiene tu padre en tu carrera?
–El ha sido casi todo en mi carrera. Vio en mí algo que no veía nadie. Me gustaba bailar, pero bailes callejeros: el break dance, todo eso. El Ballet no me gustaba; lo veía ridículo, era la cosa más tediosa que había. El me impuso esta carrera. Y gracias a esas decisiones he llegado a estos logros.
–¿Cómo te hace sentir que el presidente del Royal Ballet de Birmigham te hayan calificado como el mejor bailarín de tu generación?
–Espectacular. Aunque uno no lo haga por reconocimientos, es bonito que se reconozca tu trabajo. Tengo muy buenas perspectivas para dirigir la Compañía: mucha fuerza, y algunas ideas. Contaré también con un equipo que estoy reuniendo a mi lado; eso me va a ayudar mucho. El equipo es importante. Son compañeros con quien sostengo relaciones que hemos cultivado con los años; gente valiosa que también quiere echar todo pa’lante.
–Además de tu talento, pudo influir en tu selección el hecho de ser portador de los conocimientos de la Escuela Cubana de Ballet?
–En mí vive mucha información. Desde luego, la base es la Escuela Cubana. Pero en mí se han reunido todos esos conocimientos, y nuevas influencias.
He sido privilegiado de bailar regularmente con la compañía de la Opera de París, con el Bolshoi, el Kirov… Todo eso está documentado y es lo que me hace quien soy.
Pero el ser director no implica sólo conocimientos. Dirigir es otra cosa. Tienes que saber cómo tratas a los compañeros, cómo enfocas una temática y que todo el mundo entienda; cómo eres transparente y justo. Y tener también en cuenta el contexto internacional y la historia de esa compañía; lo artístico, lo que puedas enseñar.
Yo he sabido hacer producciones, programar, y la gente me sigue. Ese puede haber sido un elemento. Por otra parte, mi carrera en el Royal Ballet se extiende a 17 años… Pero es una labor difícil.
UNA SOLA RAZA: LA HUMANA
–Algunos críticos se refieren a ti como el bailarín que rompió la barrera racial en el ballet. El primer Romeo negro… ¿Estás de acuerdo?
–Eso, lejos de hacerme sentir orgulloso, me provoca una infinita tristeza. Yo no debería ser eso. ¡Ha habido tantos súper buenos artistas mestizos como Andrés Williams y tantos otros, a quienes el mundo no conoció!
Son asuntos raciales que están todavía latentes. Y ahora el mundo se ha vuelto más insular: todo el mundo tira para sí. El Brexit, por ejemplo, te hace mirar para adentro. Es triste.
Pero creo que, a pesar de eso, vienen tiempos buenos en tal sentido. Recuerdo que cuando llegué al Royal Ballet, en un entorno de 80 bailarines había solo dos negros, y yo era el único primer bailarín. Hoy en el Royal Ballet hay una mejor y mayor representación de lo que son nuestros tiempos en el escenario, y eso es lo que me da más placer.
Pero no es una cuestión de negro, ni de blanco, ni chino. Hay una sola raza, que es la humana.
Recuerdo que cuando tenía 20 años, yo usaba una gorrita, tipo hip hop. Parecía un rapero. Y muchos decían: Pero, ¿él es Romeo, con esa gorrita? Eso les hacía pensar en el rap, y ya ahí las puertas se cierran, con esa apariencia. Hay que mirar más allá de las apariencias. Hay que ver al Romeo que está dentro de esa persona. Como sociedades, esos son tópicos que hay que debatir. Son asuntos profundos: a dónde vamos nosotros, la humanidad.
–¿Tienes pensando algo especial para despedirte del público cubano cuando vayas a dirigir el Royal Ballet?
–No, ahí no hay despedida ni nada. Yo no me he ido de Cuba nunca ni me voy a ir. Además, está Acosta Danza, que es un legado que dejo a mi país. Esto será bueno para Cuba: ¡la cantidad de artistas que voy a traer! Ahí no hay despedida. Vienen tiempos buenos.
Lo más importante, para mí, son los “bebés” que estamos cultivando. Las nuevas generaciones. Hay que formarlos hablándoles del humano, enseñándolos a ser agradecidos, que los muchachos lo oigan y lo aprendan. Estoy muy contento con lo que estamos haciendo. Estamos haciendo algo bueno y necesario.