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Giro intervencionista

Alfredo García

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De confeso aislacionista, el presidente Donald Trump se convirtió de repente en impulsivo intervencionista, como si la causa de su errática conducta fuera la lucha interna entre una doble personalidad: una humana y otra maléfica.

Desde su discurso en la 73 Asamblea General de la ONU el 25 de septiembre del pasado año, Trump inició su cambio de personalidad, arremetiendo contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, a los que calificó de “opresores de sus pueblos”. La embestida intervencionista en la ONU fue seguida con el apoyo político al primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, para reelegirse en el cargo, una injerencia sin precedentes en los asuntos internos de Venezuela, el recrudecimiento de la confrontación con Cuba, el envío de provocativas flotas navales de combate al Medio Oriente y al mar de la China Meridional, así como el anuncio de un alza en los aranceles de importaciones chinas.

Tres semanas antes de las elecciones israelíes, en desfachatada intromisión en los asuntos internos de Israel, el presidente Trump respaldó la reelección de Netanyahu, al hacer un llamado a reconocer la soberanía israelí sobre el territorio sirio de los Altos del Golán, región ocupada desde 1967 y anexada en 1981, principal promesa de campaña de Netanyahu, brindando apoyo al fundamentalismo religioso y el colonialismo.

A partir de entonces la solapada injerencia en los asuntos internos venezolanos, fue escalando hasta convertirse en un subversivo plan sin precedentes para derrocar al presidente, Nicolás Maduro y tratar de asfixiar económicamente a Cuba con la aplicación del Artículo III de la extraterritorial Ley Helms Burton, en castigo a su solidaridad con el gobierno bolivariano de Venezuela reeditando al mismo tiempo, un viejo conflicto jurídico-comercial con la Unión Europea.

En días más recientes en injustificada provocación hacia Irán y China, Trump desplegó el portaaviones USS Abraham Lincoln y una fuerza de bombarderos al Comando Central norteamericano en el Medio Oriente, “para enviar un mensaje claro e inequívoco al régimen iraní”, mientras en el mar de la China Meridional, dos destructores norteamericanos realizaron maniobras cerca de un archipiélago en disputa con Filipinas, aumentando la tensión con el gobierno de Pekín.

Finalmente el pasado sábado, Trump aplicó su conocido método de fuerza negociadora en vísperas de culminar un acuerdo comercial con una delegación china, al amenazar con elevar entre 10 y 25% los aranceles a productos chinos importados por valor de 200,000 millones de dólares, provocando una conmoción en el mundo bursátil.

Algunos especialistas restan importancia al dramático giro intervencionista de la política exterior de la Casa Blanca y atribuyen el inesperado cambio a una temprana movilización de su extremista base republicana, por su obsesión a la reelección en 2020. Sin embargo en EU, crece el temor a la amenaza que representa el inestable comportamiento político del presidente Trump.

El prestigioso periodista y escritor norteamericano Thomas Friedman, tres veces ganador del Premio Pulitzer, escribió el pasado lunes en el periódico The New York Times, con miras a la próxima elección presidencial: “Para que América se quede con América, Trump tiene que ser derrotado. No quiero que sea acusado. Él tiene que ser expulsado. Solo eso restaurará la fe en el mundo de que Estados Unidos no ha perdido la razón y tal vez, tal vez, obligará a un debate muy necesario entre los republicanos bajo el título: ¿Cómo permitimos que esta persona se apoderara de nuestro partido?”

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